¿Es posible tomarte un vino con quien mató a tu familia?
Tres años después del anuncio de disolución de ETA, católicos se afanan en la sanación de las heridas a través del encuentro y la justicia restaurativa
Hace tres años, el 3 de mayo de 2018, la banda terrorista ETA anunció que daba por concluido su «ciclo histórico» y aseguraba haber «desmantelado totalmente» sus estructuras. Tres años después quedan abiertos muchos interrogantes, como la entrega de las armas, la reparación a las víctimas o la petición de perdón por los crímenes cometidos. Se trata de un camino en el que personas e instituciones en el entorno de la Iglesia en el País Vasco están sumando iniciativas para construir una tierra en paz.
Mikel Arregi, exconcejal del Ayuntamiento de Andoain y miembro del Movimiento Político por la Unidad, de los focolares, es miembro de la plataforma Elkarbizi (en vascuence, vivir juntos), que opera en la comarca de Buruntzaldea, cerca de San Sebastián.
«Desde hace años se han puesto en marcha varias iniciativas en algunos ayuntamientos para organizar comisiones a favor de la convivencia», explica. El problema es que «muchos entienden por convivencia solamente la vuelta de los presos y el retorno de los exiliados, y ese no es el camino. La convivencia es mucho más».
Para Arregi, en una zona «muy castigada por la violencia, tanto la terrorista como la de persecución a cargo de la izquierda abertzale», la solución pasa por «restaurar un clima dentro de la sociedad y dar una salida humanitaria y ética a esta situación». Se trata de tener «una perspectiva diferente», en la que cobren protagonismo las víctimas, «que no pueden seguir sufriendo más». Pero «esto no es estar en contra de nada ni de nadie», explica. Al contrario, «la memoria sirve para reivindicar la justicia ante la indiferencia de lo que nunca debió ocurrir». Por eso, ante «el abuso del olvido por quienes quieren partir de cero, como si nada hubiese ocurrido», lo que busca Elkarbizi es «ofrecer nuestro punto de vista».
De este modo, cada año realizan unos seis eventos relacionados con la convivencia o la justicia restaurativa, por ejemplo. «A nuestras charlas ha venido gente que ha abandonado la violencia a través de la vía Nanclares y se está insertando en la sociedad. Para que la justicia sea de verdad justicia, debe ser restaurativa. No es simplemente pagar por lo que uno ha hecho, sino que tiene que restaurar a la persona que ha cometido un daño, para que sea consciente del dolor que ha causado. Sin esto, no puede haber convivencia», añade.
A los eventos de Elkarbizi han acudido empresarios que fueron chantajeados por el impuesto revolucionario, o que tuvieron que abandonar el País Vasco debido al acoso que padecieron. «Conmueve escuchar cómo cuentan con lágrimas todo lo que sufrieron», reconoce Arregi.
Lejos de ahondar en las heridas, este tipo de encuentros han supuesto un acercamiento notable. En una charla a la que acudieron víctimas y victimarios, «pudimos sentarlos a todos en la misma sala y luego, de manera natural, salió el poder irnos todos juntos a tomar un vino», dice Mikel Arregi. «El diálogo es posible si se rompe el hielo, si nos miramos todos a la cara. Quizá a alguno le parezca poco, pero es una semilla», añade.
Los jesuitas dirigen desde hace años en San Sebastián, Pamplona y Bilbao el proyecto ESPERE, de sanación de heridas de todo tipo y en todo tipo de entornos. «Hemos tenido entre nosotros una víctima de ETA y otra del mundo de las torturas, que al final pudieron abrir la puerta a la reconciliación y decir: “Ya no tengo nada contra ti”», dice Manuel Arrúe, uno de sus responsables.
Para Arrúe el perdón no utópico, sino un objetivo realista: «He conocido personas que han perdonado cosas muy duras», como la muerte de un marido. «Me levanté un día y descubrí que había perdonado», dijo una. «Al final, es Dios el que trabaja en la gente para facilitar el perdón», dice Arrúe.
La experiencia de los jesuitas es precisamente el tema de la Conferencia Internacional de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas sobre Reconciliación ignaciana, que se celebra en la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid, del 10 al 12 de mayo. Se presentarán testimonios y estudios de reconciliación con Dios, con los otros y con la creación vividas por profesores e investigadores.
La clave cristiana
Luis Antonio Preciado, responsable de la Comisión por la Paz y la Reconciliación de la diócesis de Vitoria, comparte con Arregi que aunque ETA esté en fase de desaparición, «las consecuencias persisten hoy» en muchas familias «que se han visto obligadas a ocultar su dolor», así como en muchos pueblos pequeños «donde todo el mundo se conoce».
De todos modos, «cuando hay un atentado, eso afecta a todos, te toque cerca o no». Por eso considera necesario que haya encuentros con víctimas «para facilitar el contacto y que en la Iglesia se escuche su voz», pues esa es su tarea principal en este momento: «Siempre que hay un sufrimiento, la Iglesia tiene que estar ahí para escuchar».
Así, aunque la pandemia ha interrumpido sus actividades, desde la comisión abogan por dar voz «a las víctimas en sentido amplio, no solo las directas sino a todos aquellos afectados por un conflicto que es social». «El perdón y la reconciliación son complicados, sobre todo lejos de la clave cristiana», afirma Preciado. El perdón «tiene un componente de amor al enemigo que en muchos ámbitos no puedes ni siquiera plantear».
Aún así hay sorpresas, como «algunas personas que han perdonado y ni siquiera son cristianas, y eso a veces nos asombra a los de dentro», asegura. Por eso, defiende que , «aunque es posible la reconciliación sin perdón, la clave cristiana es más rápida y más sanadora».