«Envías tu Espíritu y los creas»
Solemnidad de Pentecostés / Evangelio: Juan 20, 19-23
Como colofón al tiempo pascual y al gran ciclo litúrgico iniciado el miércoles de Ceniza celebramos la fiesta de Pentecostés fijando nuestra atención en el principal don del Señor resucitado: su propio Espíritu. Han pasado 50 días desde la conmemoración de la Pascua y seguimos desgranando los frutos de la Resurrección. De un modo singular, tanto las oraciones de estos días como la Escritura nos han ido preparando gradualmente para acoger el don del Espíritu sobre la Iglesia. No puede obviarse que, de nuevo, se hace referencia al primer día de la semana. Referirnos al día primero nos coloca de modo inmediato ante dos acontecimientos singulares: la Resurrección y la creación del mundo. El vínculo entre creación y Resurrección aparece unánimemente atestiguado, ya sea en la Biblia como en la tradición de la Iglesia. La Resurrección del Señor ha supuesto una novedad de tal magnitud que puede compararse con el momento en el que comenzó la existencia del mundo, como refleja el salmo pascual por excelencia: «Este es el día que hizo el Señor». Si nos referimos ahora al día primero es porque Resurrección y envío del Espíritu Santo están asimismo íntimamente unidos. Y, en consecuencia, el envío del Espíritu Santo va a provocar en la Iglesia una nueva creación: «Envías tu Espíritu, y los creas, y repueblas la faz de la tierra», canta uno de los salmos de la vigilia de Pentecostés. Así pues, la gracia del Espíritu Santo sobre la Iglesia está anticipada, en cierto modo, desde el comienzo de la creación; pero será derramado sobre todo con la Muerte y la Resurrección del Señor.
Un dato significativo es que el evangelista san Juan no describe la agonía de Jesús refiriéndose a la muerte física, sino afirmando que «inclinando la cabeza, entregó el Espíritu». Es cierto que la celebración de distintas solemnidades del Señor de este tiempo (Pascua, Ascensión y Pentecostés) nos permiten profundizar y desentrañar en distintos aspectos lo que ha sucedido. Sin embargo, no podemos caer en el riesgo de presentar esos acontecimientos como desvinculados unos de otros, como si se tratara de una estricta sucesión cronológica o de una victoria de Cristo sobre la muerte que tuviera lugar en distintas fases. El hecho de volver en el Evangelio al «primer día» atestigua que estamos ante una consecuencia inmediata de la Resurrección del Señor. Aunque los apóstoles y discípulos fueran constatando poco a poco lo que había sucedido, todo se origina ese «primer día» en el que el universo entero cambió.
Dos imágenes del Espíritu
No existe una manera más clara de referirse a lo invisible o intangible que utilizando el término Espíritu. Se trata de algo real, pero imposible de controlar. Numerosos pasajes de la Escritura nos lo muestran, especialmente en las lecturas previstas para este día o su vigilia. En esos textos se observan dos pautas comunes: de una parte se quiere mostrar la fuerza y el poder de Dios, mediante la imagen del viento y las llamas de fuego, como aparece en la primera lectura de la Misa de este domingo. Por otra parte, el Evangelio nos presenta una acción que parece pasar desapercibida: «Sopló sobre ellos», que rememora la suave brisa a través de la que Elías supo en el Horeb que el Señor estaba pasando por aquel lugar.
El día de Pentecostés ha quedado marcado como el del principal impulso en la vida de la Iglesia, La culminación del acontecimiento de la salvación de los hombres transmitirá la vida a una comunidad que ha acogido la paz del Señor resucitado y se abre definitivamente al mundo, en contraste con la actitud anterior, «con las puertas cerradas por miedo». Es el soplo del Espíritu el que les encaminará a superar fronteras de cualquier tipo y a congregar a personas de todas las naciones, derribando hasta el fin de los tiempos cualquier obstáculo para que el nombre del Señor sea conocido. En definitiva, gracias a la acción del Espíritu Santo, por una parte, la Iglesia se extiende y, por otra, permanece unida.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».