El Principito. Enciclopedia ilustrada es un vistoso anecdotario que se entretiene en curiosidades y la creatividad de formatos en torno al clásico de las letras francesas hasta su actual adaptación cinematográfica. Más de 200 páginas para cubrir los 73 años desde que Antoine de Saint-Exupéry presentara al hombrecito que pedía el dibujo de un cordero a su trasunto, un piloto aislado en pleno desierto, a cambio de una constelación risueña, es decir, la promesa de una amistad para la eternidad con solo elevar la mirada al firmamento.
El recorrido responde a una cronología de tematización caprichosa. Arranca desde «Una infancia feliz» del autor ligada a «La pasión por la aviación» determinante de su perspectiva artística, preludio a «Los orígenes de El Principito» que llevan al corazón del volumen, El Principito, la obra: revisión de ediciones originales, francesas y francófonas, material inédito, variantes del texto, traducciones y crítica.
Sobran los «Testimonios sobre El Principito» (¿procede identificarle con «el hermano pequeño de Tintín»?) que despistan tanto como el forzado apunte sobre «Las mujeres de Saint-Exupéry». Mientras que es meritoria la incursión en las adaptaciones del libro (que llega a nuestras manos ensalzado como «el más vendido en el mundo, después de la Biblia»): cine, televisión, teatro, cómic… A partir de aquí, se le arruina al lector la genuina aspiración de viaje iniciático: la exploración del coleccionismo deviene en escaparate de merchandising, exaltación de productos y parque temático. Tan abrupto desembarco deja lejos de la famosa revelación del personaje del zorro al Principito: «No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos», y del disgusto de estas páginas no consuela ni un vistazo a la estantería del compatriota Baudrillard. Conste que no desagradan pequeñas frivolidades como la colección de fotos con modelos principescas del diseñador Castelbajac y su pasarela de túnicas con las cubiertas de Vuelo nocturno y Tierra de hombres de la editorial Gallimard, pero mejor apostar por que la relectura de El Principito sea más de Pascua que de carnaval.
Dignificar el templete
Dos títulos servirían para resarcirnos. Y hacer justicia, porque el tesoro legado por Saint-Exupéry exige trascender el libro objeto. La primera sugerencia de lectura en paralelo es Aviones de papel, de Montse Morata, finalista del II Premio Stella Maris de Biografía y Memorias, que recoloca al autor en la tradición humanista. Lo siguiente es el imperativo de consultar la Literatura francesa del siglo XX de Rialp, donde el sacerdote Alfonso López Quintás termina de rescatar a Saint-Exupéry del relativismo filosófico y el positivismo cientifista para consagrarlo como «gran sensitivo en lo profundo». Basta para tumbar el estéril pensamiento psicoanalítico del teólogo alemán Eugen Drewermann que en la enciclopedia despoja literalmente al Principito de su alma, negando toda espiritualidad al final de la historia, desligando «el cielo de los creyentes del cielo de Saint-Exupéry» sin tener réplica a su nihilismo.
No queda duda. Christophe Quillien invita a seguir volando con una nueva migración de pájaros silvestres. Pero olvida dejarnos las alas.
Christophe Quillien
Lunwerg