Elías Royón, SJ: «Queremos que los consagrados se sientan en casa en la diócesis, y que la diócesis los sienta como algo propio»
El padre Elías Royón, SJ, es el vicario episcopal para la Vida Consagrada
Uno de los objetivos del Plan Pastoral es «avanzar y mejorar en la comunión y pertenencia eclesial para fortalecer la misión». ¿Es éste uno de los objetivos para la vida consagrada?
Reconozco que me siento muy cómodo con este objetivo. Creo en la comunión eclesial porque es condición para la evangelización. La Iglesia local es una concreta convergencia de carismas, ministerios y funciones bajo la presidencia del obispo. La vida consagrada, pues, forma parte constitutiva de ella, a través de su propia fisonomía y autonomía. Es decir, la vida consagrada pertenece desde sus carismas a la diócesis. Contribuir a que esto sea cada día más una realidad será para todos reto de la comunión eclesial. Que los consagrados se sientan en casa en la diócesis y que la diócesis los sienta como algo propio.
¿Qué papel ha tenido y tiene la vida consagrada en la archidiócesis?
La presencia de la vida consagrada en la archidiócesis es muy intensa. 300 Institutos tienen más de 1.000 comunidades, además de 37 monasterios de vida contemplativa. Las parroquias encomendadas a los religiosos pasan del centenar. Su actividad pastoral abarca desde las tareas parroquiales hasta las universidades, el área social y sanitaria, la escuela, casas de espiritualidad, la enseñanza de la teología y la pastoral, publicaciones, medios de comunicación, centros de fe y cultura, etc. No hay ámbito pastoral en el que no haya una presencia significativa de consagrados y consagradas. En sus instituciones realizan, además, un papel evangelizador importante, y hay un número considerable de laicos y laicas que viven la fe desde la espiritualidad de sus carismas y la vocación evangelizadora en misión compartida.
Pero el papel de la vida consagrada no se reduce a una especie de complementariedad, ayuda o suplencia en el conjunto de la diócesis; el Concilio la definió como «don que el Señor hace a su Iglesia», y afirmó que «pertenece íntimamente a su vida, santidad y misión».