Entrevista ecuménica al Patriarca Bartolomé: «No hay cisma en la Ortodoxia»

Entrevista ecuménica al patriarca Bartolomé: «No hay cisma en la ortodoxia»

El Patriarca Ecuménico de Constantinopla repasa en un extenso diálogo los logros del ecumenismo en el último siglo y propone aprovechar el 1.700º aniversario del Concilio de Nicea, en 2025, para emprender nuevos caminos

María Martínez López
Entrevista Patriarca Bartolomé
Foto: CNS / Paul Haring

«No hay cisma en la ortodoxia». El patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, se muestra tajante a la hora de abordar las tensiones surgidas en los últimos años entre su sede y el patriarcado de Moscú a raíz de la concesión de la autocefalia a la Iglesia ortodoxa ucraniana en enero de 2019. La decisión de la Iglesia ortodoxa rusa de prohibir que los fieles de ambos patriarcados puedan comulgar en celebraciones del otro es una «acción incorrecta», fruto de «una visión diferente». Pero, a pesar de los problemas entre iglesias locales o sobre cuestiones administrativas, el patriarca ecuménico considera que «la ortodoxia permanece unida porque no existen diferencias dogmáticas».

Es una de las respuestas que se recogen en la que puede considerarse la entrevista más ecuménica hasta el momento: un diálogo entre el primado de toda la ortodoxia y los periodistas Stefania Falasca (del diario católico italiano Avvenire), Hendro Munsterman (del holandés Nederlands Dagblad) y Anders Ellebaek Madsen (del danés Kristeligt Dagblad), ambos de inspiración protestante.

«La teoría del cisma», prosigue el patriarca, «proviene de algunos representantes de la Iglesia rusa. Se entregan al alarmismo en un intento de justificar la actitud de esta Iglesia de interrumpir la comunión eucarística» con cualquiera «que no esté de acuerdo con ella». En cuanto al problema de origen, el estatuto de los ortodoxos en Ucrania, afirma que no hizo nada distinto a los demás casos en los que Constantinopla ha concedido la autocefalia a otras iglesias locales. Era «la única solución realista», y no tuvo nada que ver con «la conveniencia política o los intereses geopolíticos. Fue un acto de responsabilidad de la Madre Iglesia hacia millones de nuestros hermanos ortodoxos que se encontraron, sin culpa alguna, fuera de la Iglesia».

Iglesias locales y nacionalismo

«Si Moscú hubiera mostrado la voluntad de colaborar, reconociendo las condiciones históricas, sociales y eclesiásticas emergentes, la cuestión se habría resuelto hace muchos años». Pero desde la caída del bloque soviético «ha estado ostentosamente ciego a la trágica situación eclesiástica en ese país. Básicamente impidió que se encontrara una solución para que Kiev, que la Iglesia de Rusia había robado de la Iglesia de Constantinopla, aprovechando circunstancias y situaciones históricas, no escapara al control de Moscú».

A raíz de esta cuestión concreta, surge en el diálogo la cuestión de un posible vínculo entre la existencia de iglesias autocéfalas vinculadas a los límites de estados concretos e ideologías nacionalistas. «Es imposible que la verdadera fe ortodoxa sea fuente de nacionalismo», rechaza el patriarca de Constantinopla. «La entrada del nacionalismo en la Iglesia provoca un alejamiento de su catolicidad y suprime el principio de sinodalidad».

Se invierten los valores, y «la Iglesia es juzgada por sus servicios a la nación y al estado. Es inconcebible que la nación sea declarada factor decisivo en la vida eclesiástica, que la Iglesia pronuncie un discurso etnocéntrico, se alíe con movimientos políticos nacionalistas, sacrifique el orden canónico en nombre de la nación, niegue su propia referencia escatológica y se identifique con el marco histórico».

Logros ecuménicos

Líder de una iglesia que estuvo desde el principio implicada en el movimiento y organismos ecuménicos, Bartolomé valora que todo lo ocurrido en este ámbito en los siglos XX y XXI «acercó a los cristianos; ahora se conocen bien, emprenden acciones comunes de caridad y solidaridad, elaboran y aprueban importantes textos teológicos, apoyan a cristianos en dificultad…». Recuerda, por ejemplo, el 40º aniversario que se cumple este año del diálogo teológico oficial entre la ortodoxia y la Federación Luterana Mundial.

Sobre su relación de «confianza mutua» con el Papa Francisco, explica que desde que participó en la ceremonia de inicio de pontificado «he estado vinculado a Su Santidad por vínculos fraternos». Esto también ha sido posible porque «tenemos muchos intereses, sensibilidades e intenciones comunes en cuestiones sociales, como la protección de nuestros semejantes necesitados, los pobres, los refugiados, la promoción de la paz y la reconciliación, el diálogo interreligioso, la protección de la creación».

Desafíos

Con todo, reconoce que «en el mundo ortodoxo de hoy hay varios grupos que expresan un espíritu antiecuménico extremo y caracterizan el ecumenismo como una panherejía». Una actitud condenada en el concilio ortodoxo celebrado en Creta en 2016, y que no se corresponde con la realidad. «La Iglesia ortodoxa, a través de su participación en los diálogos ecuménicos, nunca ha aceptado un compromiso sobre cuestiones de fe». Esto no impide que «la unidad, que se basa en la verdad, es y siga siendo deseada». Eso sí, lograrla en último término solo «está en manos de Dios».

Otro obstáculo para el ecumenismo son «los desacuerdos» entre distintas iglesias «sobre cuestiones antropológicas y morales», como las uniones homosexuales; aunque esto también ocurre en el seno mismo de cada una, «como en el caso de los anglicanos, la veterocatólicos y los luteranos». «La Iglesia tiene su antropología, su fe en la santidad de la persona humana. La verdad es el criterio en la vida de la Iglesia. Como se dice teológicamente, en el cristianismo «el hombre no es un experimento”. Es un ser definido en términos de origen y destino».

Por el contrario, un «logro teológico importante» de los últimos años, que facilita también el diálogo ecuménico sobre todo entre católicos y ortodoxos, es «la discusión moderna sobre la estructura sinodal de la Iglesia, la comprensión y aplicación en la práctica del principio de sinodalidad». Pero rechaza las afirmaciones de que, junto a una mayor sinodalidad en la Iglesia católica, la ortodoxa puede necesitar un primado más efectivo. «Hasta ahora se ha ejercido, siempre en el marco» de los cánones que lo regulan, «de forma eficaz». «No necesitamos un Papa para el funcionamiento de la sinodalidad. La sinodalidad está indisolublemente ligada no al papado, sino al primado, porque no hay Sínodo sin un primus».

¿Un gran encuentro en 2025?

En este contexto de logros y desafíos, el patriarca plantea como una interesante posibilidad en los próximos años la organización de algún tipo de gran evento ecuménico en 2025, con motivo del 1.700º aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. «Puede servir como una oportunidad para que las iglesias cristianas reflexionen sobre su camino», sobre los errores pasados y presentes, «y para emprender un camino ecuménico más decidido, capitalizando las lecciones de más de un siglo de experiencia ecuménica moderna».

Sería también, en su opinión, una «oportunidad única» de añadir a los tres niveles de ecumenismo que ya se trabajan (el de los contactos fraternos entre líderes y la cooperación, el teológico y el «diálogo de la vida») un «ecumenismo legal», basado en profundizar en «nuestra herencia canónica común del primer milenio». Varios cánones importantes sobre el funcionamiento de la Iglesia salieron de Nicea, y «son componentes esenciales de la búsqueda de un acuerdo a nivel de doctrina».

La conversión de Santa Sofía

En otro ámbito, Bartolomé comparte también su tristeza por la vuelta del culto musulmán a la basílica de Santa Sofía, en Estambul. «El hecho de que Santa Sofía funcionó de 1453 a 1934 como mezquita no niega el hecho de que fue construida como iglesia y que durante nueve siglos fue el templo cristiano más importante del mundo». Su transformación «ha enviado un mensaje equivocado al mundo sobre la importancia y la posibilidad de la paz y la cooperación entre religiones y sobre el valor del diálogo interreligioso».

Un lugar que se podría proyectar «como símbolo de la coexistencia pacífica de diferentes tradiciones, de la solidaridad y el diálogo», ha vuelto a simbolizar «la conquista de la ciudad por parte de los turcos otomanos». Esto, unido al problema de la persecución que sufren los cristianos en distintas regiones del mundo, le lleva a afirmar que «la cuestión de la intolerancia religiosa y la violencia en nombre de Dios y la religión debe ser el centro de atención en los diálogos interreligiosos. Las religiones deben desarrollar el potencial de paz y hermandad inherentes a ellas», una paz que no es solo interior sino también «paz y justicia en la sociedad y en las relaciones entre religiones».

30 años como patriarca

Echando la vista atrás a sus 30 años de ministerio, que se cumplen el próximo otoño, Bartolomé afirma que «como patriarca he luchado por la estabilidad y unidad de la ortodoxia, por el diálogo intercultural, interreligioso, intercristiano, y he emprendido muchas iniciativas para la protección del medio natural, por la paz y la solidaridad, por el respeto de los derechos humanos», entre los que destaca la libertad de religión.

Por otro lado, asegura que «nunca he sido partidario de una ortodoxia introvertida. La misión de la Iglesia es el testimonio del Evangelio y la transformación del mundo en Cristo, que obviamente no se realiza con la indiferencia o con el rechazo» hacia el entorno de cada momento.