Enterrados en el fondo del mar
La Fundación Migrantes, organismo de la Conferencia Episcopal Italiana especializado en el flujo migratorio, colaborará con el Ministerio del Interior para encontrar a las familias de 700 migrantes muertos hace un año en la bodega de un barco, al intentar cruzar desde Libia a las costas italianas. El proyecto facilitará la llegada a Italia de los familiares, el reconocimiento e identificación de estos restos y el retorno a sus países. «No es solo enterrar cadáveres. Es permitir a una madre que sepa dónde está su hijo», explica el padre Perego, director de la fundación
No hay mejor plan para un caluroso sábado de verano en Roma que ir a la playa, que además por suerte está a pocos kilómetros de la ciudad. En el tren, me percato de la presencia de cinco jóvenes africanos que se bajan en la misma parada que yo. Llevan pesadas mochilas y grandes maletines.
Horas después, al salir del agua, un muchacho se me acerca y en tono amable me intenta vender unas gafas. «Te he visto en el tren y no llevabas gafas de sol», me espeta. «Claro, ¡eso es lo que llevabas en el maletín!, ¿verdad?». Le explico que no las necesito pero insiste. Es la ocasión para entablar una conversación. Me dice que se llama Paolo –un nombre que evidentemente no es el suyo–, que es eritreo y que llegó hace cuatro años a Italia. Me envalentono y le pido que me cuente cómo. Se hace el silencio, sonríe de forma nerviosa y me dice que tiene que quiere seguir trabajando. Nos despedimos, pero me hace una última y reveladora confesión: «Antes me gustaba el mar. Ya no».
Puede que sea por las largas jornadas que pasa al sol vendiendo gafas. Sin embargo, en unos segundos pude imaginarlo subido a una precaria embarcación procedente de Libia para arribar exhausto a las costas de Lampedusa. Quizá no es descabellado decir que Paolo fuera un hombre con suerte, de esos que no engrosan la lista de fallecidos en el Mediterráneo. El mismo mar que para unos es un remanso de paz los sábados, para otros es un monstruo despiadado que, en lo que va de año, ha devorado a más de 3.000 migrantes y refugiados en sus aguas.
700 cuerpos sepultados en el Mediterráneo
Tres años después de la profética visita del Papa a Lampedusa, por desgracia, la situación está lejos de mejorar. Apenas unos meses después, ese mismo año, se hundió una precaria embarcación en cuya bodega murieron asfixiadas 368 personas. Aquel desastre dio lugar a la misión Mare Nostrum, encabezada por la Marina Militar Italiana, destinada a prestar auxilio en aguas internacionales, en especial a quienes huyen de Libia. Pero un año después se agotaron los fondos europeos, la operación se acabó y se activó, en su lugar, Tritón, un dispositivo mucho menos dotado (un tercio del de Mare Nostrum), financiado por la UE más que para rescatar náufragos, destinado a proteger las costas europeas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (IOM) la tasa de mortalidad de los migrantes en el Mediterráneo aumentó diez veces entre 2014 y 2015. De haber existido dispositivos para auxiliar a los náufragos en alta mar, no se habrían producido desastres como el hundimiento del 18 de abril de 2015, considerado como el mayor desastre en el Mediterráneo desde la II Guerra Mundial. Se estima que perecieron unas 700 personas solo dentro de la bodega del barco. Apenas 28 fueron rescatadas con vida de una embarcación que se cree que transportaba a 850 personas. Desde entonces, los barcos italianos han vuelto al control de las aguas entre Lampedusa y Libia.
Estos 700 cuerpos han permanecido un año a casi 400 metros de profundidad. Son mujeres, hombres y niños. Parece que había muchas madres y que prácticamente todos provenían de África subsahariana. El 1 de julio, en una extraordinaria operación de rescate, la Marina Italiana, a instancias del Gobierno del país, sacó el barco del agua con un único objetivo: Enterrar a los muertos. «Parecía algo del pasado pero en realidad esta obra de misericordia, como se ve, tiene una gran actualidad. Creo que también es importante que una familia, que probablemente habría invertido todo en el viaje de ese ser querido, tenga el derecho de saber dónde está. Que no se queden simplemente con que ha desaparecido», explica el padre Giancarlo Perego, director de la Fundación Migrantes, con sede en Roma. Los cuerpos ya han sido trasladados al puerto de Augusta, donde reposan en una cámara frigorífica a la espera de que se pueda hallar a sus familiares y realizar las pertinentes pruebas de ADN. La idea es devolver esos cuerpos a sus seres queridos para que los puedan dar sepultura cerca de sus hogares, para terminar con la angustia del no saber y del imaginar. Solo en Sicilia hay 56 cementerios con cientos de tumbas de migrantes fallecidos en el mar de cuya desaparición nadie ha dado cuenta. A algunos, como gesto de pequeña humanidad, se les dio un nombre post mortem. «Nos parece una iniciativa importante, también desde el punto de vista eclesial, porque encaja dentro de la invitación del Papa Francisco en el Año de la Misericordia de redescubrir las obras de misericordia entre las que está enterrar a los muertos», explica.
La necesidad de corredores humanitarios
La Fundación Migrantes es un organismo de la Conferencia Episcopal Italiana especializado en el flujo migratorio. Colaborará con el Ministerio del Interior para facilitar la llegada a Italia de los familiares, el reconocimiento e identificación de estos restos y el retorno a sus países, incluso con una dotación económica si fuera necesario. La idea es aprovechar la red de 12.000 misioneros, repartidos por todo el mundo, con ayuda de las embajadas italianas, para informar a estas familias. Sin embargo, hay lugares en los que es necesaria una especial discreción. Como en Eritrea, donde la dictadura persigue a quienes intentan huir del país, acusándolos de querer enrolarse en grupos disidentes. Las familias también son duramente penalizadas. Por eso no se puede contar con las autoridades para esta identificación de los cuerpos y el proceso se ralentiza.
Enterrar a los muertos es el último paso de la misión de la fundación. No es quizá el más útil pero sí el más humano. «Se trata de permitir que una madre sepa dónde está su hijo», asegura el padre Perego. «Significa también sensibilizar a la opinión pública de que no podemos permitir que estas personas huyan así. A la luz de esta historia, de estos muertos, se deberían facilitar corredores humanitarios para que puedan venir con seguridad. La imagen del barco recuperado es un gran símbolo que ojalá nos permita terminar con esta vergonzosa esclavitud moderna».
La ruta libia, más frecuentada que nunca
Si en los primeros meses de 2016 el epicentro de la tragedia era la isla griega de Lesbos y alrededores, desde abril, con el cierre de fronteras, la corriente migratoria se ha trasladado –o más bien ha regresado– a la ruta que va de Libia a Italia. Según Frontex, la agencia europea para el control de las fronteras exteriores, está siendo «más frecuentada que nunca» en las últimas semanas, «hasta 13 o 14 veces más». Los responsables de esta institución revelan que las barcazas parten ya incluso desde Egipto, una vía más peligrosa porque se emplean diez días para alcanzar Europa. El acuerdo entre Bruselas y Ankara para impedir la entrada de refugiados por el Egeo ha reactivado estas peligrosas travesías desde el norte de África. También ha agudizado la avaricia de los traficantes de personas. Mientras solo hay diez kilómetros de distancia entre Turquía y Lesbos, entre el norte de Libia y Lampedusa hay más de 300. Una mayor distancia dispara las posibilidades de morir en el mar.
Buenos samaritanos en el mar
Muchos sortean la muerte gracias a buenos samaritanos, por ejemplo MOAS (Migrant Offshore Aid Station), una iniciativa de un matrimonio que compró un barco para ayudar en el Mediterráneo. Llevan casi dos años a bordo del Phoenix 1 rescatando a personas en peligro. Regina Catrambone cuenta que mientras veraneaba en un yate con su esposo entre Lampedusa y Túnez vio un abrigo flotando en el agua. El capitán les explicó que probablemente esa persona se habría ahogado intentando llegar a Europa. Semejante visión les impactó en lo más profundo. También fue definitoria una petición del Papa: «Pidió desde Lampedusa que cada persona ayudase con sus capacidades o sus habilidades. Nos tocó el corazón y lo tuvimos claro», asegura la mujer.
El pequeño chaleco
Quienes también se están dejando la piel en el Mediterráneo desde hace casi un año son los voluntarios de Proactiva Open Arms. Su fundador, Óscar Camps, entregó en mano a Francisco hace unas semanas el chaleco salvavidas de una niña siria de 6 años a la que rescató la noche del 7 de octubre de 2015 pero que no logró sobrevivir. Meses después de esa fatídica jornada quiso traer al Papa «un trozo de realidad de Lesbos y lo que nosotros vivimos, que se aleja de la versión oficial que se maneja». Todo ese mensaje se condensó en ese pequeño chaleco que, no obstante la vorágine de la noche del rescate, se quedó enganchado en la moto de agua de Óscar. «Como si fuera una señal», añade. Su relato dejó al Pontífice visiblemente conmocionado.
Óscar Camps denuncia «la ausencia deliberada de recursos para los rescates en el mar y para un pasaje seguro, mientras que sí hay recursos para deportar». Proactiva Open Arms comenzó trabajando en Lesbos, donde aún continúa, pero desde el 4 de julio, y después de conseguir un barco, presta auxilio también en las costas libias. En jornadas agotadoras los voluntarios llegan a socorrer a embarcaciones de madera con más de 400 personas a bordo y botes neumáticos con hasta 150 desprovistas de chaleco salvavidas.