Según el último barómetro del CIS, la inmigración ha pasado de novena a primera de las preocupaciones de los españoles en tres meses. Como comentaba el politólogo Eduardo Bayón en su cuenta de X, «el bombardeo mediático, los discursos de odio y la utilización por parte de la ultraderecha están transformando la percepción y este es ahora el verdadero problema como sociedad».
Entre el 6 y 7 de abril de 1903 se ejecutó el célebre pogromo de Chisinau (entonces parte del Imperio ruso, ahora Moldavia). Durante dos días, gracias a la pasividad de las autoridades, la furia homicida de una masa descontrolada se desató contra los judíos: hubo decenas de muertos y centenares de heridos y todas sus casas fueron saqueadas y destruidas. La «ira popular espontánea» (cínica expresión de Goebbels para justificar la Noche de los Cristales Rotos) entró en erupción tras el asesinato de un joven cristiano. Aunque la policía zarista (la terrible Ojrana) sabía que el máximo sospechoso era un familiar del muchacho, no hizo nada para desmentir los bulos que un par de periódicos locales, nacionalistas y antisemitas, empezaron a esparcir: que el asesino era un judío y que se trataba de un crimen ritual.
La Rusia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX era campo abonado para que prendieran con facilidad tales noticias. Desde hacía décadas el régimen zarista, en pleno proceso de construcción de una identidad nacional, había puesto a los judíos en su punto de mira, matando así dos pájaros de un tiro: creaba la imagen de un enemigo interno que amenazaba la forma de vida del buen pueblo ruso y servía como chivo expiatorio hacia el cual el campesinado empobrecido podía canalizar su rabia. La propia Ojrana redactó un libelo, Los protocolos de los siete sabios de Sión, haciéndolo pasar por transcripción de unas reuniones secretas de un comité judío, cuyo inventado propósito era la dominación mundial para acabar con la soberanía de los Estados. Este libro fake fue un auténtico bestseller y contribuyó a dar una pátina políticocultural a los sentimientos antisemitas europeos.
El 29 de julio de 2024, en la ciudad inglesa de Southport, se produjo un apuñalamiento en el que murieron tres niñas y diez personas resultaron heridas. Enseguida corrió el bulo de que el criminal era un solicitante de asilo musulmán. Aunque rápidamente se supo que el autor era un joven de 17 años nacido en Inglaterra, hijo de padres ruandeses, ambos cristianos, no sirvió de nada: la «ira popular espontánea» ya estaba en marcha. Durante varios días, masas «incontroladas», azuzadas por activistas antisistema a través de redes sociales y pseudomedios, provocaron graves altercados con la Policía, asaltos a centros de menores y centenares de actos de vandalismo y agresiones. El revuelo disparó en las encuestas al partido ultranacionalista Reform UK, de Nigel Farage, uno de los actores principales del Brexit y hombre de Trump en Reino Unido.
Estos movimientos populares espontáneos, como los de noviembre de 2023 en Irlanda (también motivados por un bulo sobre la nacionalidad y religión del autor de un apuñalamiento), se insertan en la misma estrategia que diseñó la Ojrana: una noticia falsa que atribuye la autoría de un hecho traumático a un miembro de un colectivo, al que previamente se le ha atribuido la condición de amenaza a la idílica convivencia de la comunidad. De esta forma, las clases medias europeas que, como los campesinos rusos de la época zarista, tienen motivos para estar enojadas (degradación de los servicios públicos, devaluación de los salarios, precio de la vivienda), en vez de pedir cuentas a los responsables dirigen su ira hacia abajo, contra uno de los sectores más vulnerables, la población migrante, y hacia arriba, contra un ente etéreo que estaría instrumentalizando a aquellos para sus inconfesables fines (la implementación de la demoníaca Agenda 2030, los Protocolos 2.0). Así, los autores del desmantelamiento de nuestro Estado del bienestar se van de rositas a través de un gigantesco truco de prestidigitación que sigue engatusando al público más de un siglo después, explotando la inagotable vanidad de una sociedad enferma de miedo y narcisismo. Qué difícil no caer en la tentación de sentirse parte de un nosotros puro, víctima inocente de los sucios tejemanejes de unas corruptas élites y de los bajos instintos de unos salvajes extranjeros que vienen a destruir nuestro mundo perfecto.
Paradójicamente y, al final del todo, el proceso estético y psicológico que hizo que el Espanya ens roba funcionara tan bien como movilizador político y social en la Cataluña del Procés, es el mismo que la nueva Internacional nacionalista, incluida su sucursal en España, está introduciendo ahora exógenamente como marco central del debate y conversación públicos en nuestro país. Alguien, el que sea, el charnego o el moro, ens roba, ens mata, ens odia. Y a ese alguien tan peligroso el pueblo tiene que neutralizarlo, a toda costa, en Inglaterra, en Irlanda o, como peligrosamente indica el CIS de septiembre, en nuestra vieja y neurotizada patria. Tiempo al tiempo.