Me encuentro en las redes sociales este titular: Enfermos y periodistas, ¿una pareja de éxito, según el beato Manuel Lozano? ¡Bravo por esa frase! Bravo por Aleteia…, que anuncia así —tan reporteramente— el proyecto de la presencia de la figura de Lolo, el beato Manuel Lozano Garrido, en la basílica de San Pío X, en Lourdes.
Allí, en Lourdes, Lolo fue enfermo peregrino (1958); y en el viaje de vuelta, ya en Madrid, a Lolo —en silla de ruedas que empujaban amigos entrañables, colegas de corazón y mirada muy amplia— le vino a la mente el embrión de la obra Sinaí, que fundó por entonces. A Lolo le importaban los medios de comunicación como servicio al Evangelio y a la Iglesia. Sinaí sería la obra de orantes y enfermos que levantan sus manos al cielo, por y para la prensa.
Al usar esa frase (pareja de éxito), que tiene ciertamente connotaciones matrimoniales, me viene al pensamiento el texto del Génesis: Serán los dos una sola carne, refiriéndose a la esencial pareja que es la de mujer y marido en el matrimonio diseñado por Dios y confirmado por Cristo como un sacramento. También se me va la memoria a aquella otra frase de Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, de san Pablo. O sea, que enfermos y periodistas ¿pueden entregarse mutuamente? ¡Ah, qué bonito y qué sorprendente…!
La vida de Lolo no se entiende sin contemplarlo como un inválido total y además ciego, pero que es periodista. O como un periodista ágil y luminoso, desde su inmovilidad física y su ceguera. También hoy puede darse un maridaje, una simbiosis irrompible entre enfermos y periodistas. Ahora se alumbra un proyecto: que, en la basílica de San Pío X, en Lourdes, esté la figura del Beato Lolo ante los ojos y para intercesión de peregrinos: él, que fue enfermo peregrino a Lourdes, llevando pluma y papel en ristre para sus crónicas.
En noviembre 1963, se estudiaba en el aula conciliar el documento Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social. Yo puedo dar fe de algo que viví junto a Lolo en aquellos tiempos conciliares, que él seguía apasionadamente. En aquella total inmovilidad había, en algunas ocasiones, un leve movimiento saltarín, con que se rebullía unos milímetros cuando alguna alegría le fluía a borbotones.
En Lourdes, la parálisis le impedía alzar la mirada para ver la imagen de santa María en la gruta. Su hermana Lucy le colocó un espejo sobre las rodillas para que pudiera él ver la blanca figura de Nuestra Señora; cuando le retiró el espejo, lo tenía lleno de lágrimas: aquel viaje fue el entrañamiento cordial de los periódicos y el sillón de ruedas de Lolo, bajo la mirada de santa María de Massabielle. Y el fruto de aquello fue enfermos y periodistas en pareja de éxito, un cálido amasijo de oración, dolor y periódicos.
Con razón, Lolo se estremecía en su sillón cuando el aula conciliar hablaba de esos medios al servicio de la fe. Él escribió: «¿No creéis que, si en cada provincia tuviéramos un micrófono de Cristo, no sería el mejor y más valiente de los adelantos?» Lo decía en el semanario Signo, en el año 1951. Todavía faltaban 12 años para que llegara el Concilio…