Enfermera en cuidados paliativos: «Este trabajo me hace crecer como persona» - Alfa y Omega

Enfermera en cuidados paliativos: «Este trabajo me hace crecer como persona»

Belén tiene 23 años y es enfermera. Durante el último año, ha tenido la oportunidad de trabajar en cuidados paliativos y ahora, un año después, piensa que los pacientes al final de la vida le han enseñado a vivir. «Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo», asegura

Ana María Pérez Galán
Foto: Ana Pérez

Siendo tan joven, ¿cómo te has decantado por trabajar en paliativos?
Al acabar la carrera de Enfermería había pasado por varias especialidades, pero no por paliativos; suponía un reto para mí. Yo quería cuidar, quería aliviar. Conocía la Fundación Vianorte-Laguna porque al empezar la carrera hice voluntariado aquí. Entré en una habitación y había una paciente muy enferma, y empecé a llorar. Eso me puso delante del sufrimiento y pensé: «Con más conocimientos, ¿qué podría hacer por estas personas que sufren?». Eso también ha condicionado la manera de entender mi profesión.

¿Qué has aprendido como enfermera en cuidados paliativos?
Mucho control emocional y comunicación con las familias, impacto psicosocial, acompañamiento, paciencia, una escucha activa… Escuchar al otro es una cosa, pero estar al 100 % en la conversación es otra. También he aprendido a apoyarme en los compañeros. Porque este trabajo es en equipo, porque tiene mucho impacto emocional. Empatizas con los pacientes, sostienes a las familias en su inseguridad, sus dudas, su dolor. Si no empatizas, no ayudas, pero eso con frecuencia desgasta.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
Lo que más me gusta es pasar visita con los médicos. Al principio me parecía que sentarse con los enfermos y escucharlos, con la cantidad de trabajo y medicación que había que poner, no era operativo, pero los médicos me han enseñado que hay que dedicar tiempo a las personas. Hay que conciliar ambas cosas y hacer un ejercicio de consciencia con los enfermos: están enfadados, tristes, ansiosos, agotados… hay pacientes que son jóvenes y a menudo no saben qué hacer, hay que ponerse en sus zapatos. Y a mí, que soy joven, este trabajo me ha hecho crecer como persona.

¿Hay cualidades nuevas que has adquirido?
En este mundo, y sobre todo las personas de mi edad, interpretamos que quien más vale es quien más hace. No nos damos cuenta de que las personas son importantes por quienes son, y no tanto por lo que pueden hacer. Saber ver eso se puede educar, se puede aprender. Eso se nota cuando una persona fallece. Es un momento importante y bonito, aunque sea duro. Cuando fallece el paciente le vistes, le arreglas. Cuidas ese cuerpo en cada detalle, con todo tu corazón, sin prisas y delicadamente. Además, acompañas a su familia, que hasta ese momento tal vez no ha sido del todo consciente. Necesitan tu mano ahí, necesitan tu abrazo. A veces a los profesionales nos da pavor mostrar emociones, y es lo que necesitan los enfermos y sus familias.

Tú has estado también en hospitales de países en vías de desarrollo. ¿Hay mucha diferencia entre la forma de afrontar la muerte allí y aquí?
En el Congo veía la muerte a diario. Morían niños en la puerta del hospital, y por eso lo ven natural. Saben que la muerte va a venir, es parte de la vida y lo tienen incorporado. Además, suelen tener una mentalidad más trascendente porque están menos apegados a lo material. Sus amigos y familiares mueren a diario. Esto hace que vivan cada instante, que vivan el presente. En el momento sufren intensamente, pero saben que tienen que seguir hacia delante. Sin embargo, en nuestra sociedad, la tecnología y la superabundancia hacen que muchas veces nos olvidemos de lo esencial, de que el amor y la familia son lo que construye nuestra felicidad. Puede que fallezcamos hoy o mañana, lo importante es vivir el momento junto a quienes nos importan.

La experiencia de vivir la muerte en el tercer mundo me ha enseñado también que tenemos que aprovechar nuestros conocimientos para el bien morir, porque tenemos muchos medios para aliviar el dolor que ellos no tienen. Ver fallecer a las personas con tanta falta de cariño causa impotencia.

¿Hay alguna experiencia que te haya marcado especialmente?
Muchas. Me he encariñado con muchas familias. Por ejemplo, tuvimos un paciente joven que se casó en una salita del hospital y quisimos organizarle una luna de miel en Venecia. Nos dimos cuenta de que nos estábamos equivocando, porque estaba feliz aquí; vivía con humor el día a día, las comidas, los pasteles, etcétera. No necesitaba ir a Venecia. Aprovechaba los momentos con su mujer: pasear por la terraza, por los alrededores del hospital… Su mujer se tumbaba con él en la cama, su familia comía con él. Fue bueno quedarse aquí, afrontaron mejor el proceso de la enfermedad.