Encuentro en la cárcel: «Una condena sin futuro», sin reinserción, «es una tortura»
«Hemos hecho daño y hoy públicamente pedimos perdón a todos los que herimos con nuestros delitos. Dios nos perdona, pedimos que la sociedad también», le dijo a Francisco Janeth, una de las más de 500 internas del centro penitenciario San Joaquín
«Ser privado de libertad no es lo mismo que estar privado de dignidad»: lo aseguró el Papa Francisco el martes en su encuentro con las más de 500 internas del centro penitenciario femenino San Joaquín, de Santiago de Chile.
Después de que cinco guardias y dos internas con sus hijos recibieran al Papa, este pudo escuchar el testimonio de Janeth, que subrayó desde el principio que «nuestros hijos son los que más sufren por nuestros errores». Por eso, le pidió al Santo Padre que rezara por ellos, y para que «Diosito tenga misericordia de nosotras y nos dé su amor y gracia para soportar tanto dolor y que nunca se nos apague la fe».
Con todo, lo que más le agradeció el Papa fue su petición de perdón, en nombre de todos los internos. «Nos hemos equivocado, hemos hecho daño y hoy públicamente pedimos perdón a todos los que herimos con nuestro delito. Sabemos que Dios nos perdona, pero pedimos que la sociedad también nos perdone». A lo que el Santo Padre respondió que «sin esa actitud» humilde, que reconoce los errores, «nos deshumanizamos».
Gestar futuro
Francisco hizo girar su reflexión en torno a esa imagen de madres e hijos. «La maternidad nunca es ni será un problema, es un don, uno de los regalos más maravillosos que puedan tener», recordó el Pontífice a las internas.
Pero, en paralelo con esta capacidad de gestar vida, «hoy se les pide que gesten el futuro, que lo hagan crecer, que lo ayuden a desarrollarse» usando «esa capacidad increíble de las mujeres de adaptarse y salir adelante».
Esto «les permite luchar contra los tantos determinismos cosificadores. Ninguno de nosotros es una cosa: somos todos personas y como personas tenemos la dimensión de la esperanza». Por eso hay que luchar contra todas las etiquetas que «digan que no se puede cambiar, o que no vale la pena, o que todo da lo mismo. ¡No! Todo no da lo mismo. Cada esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor –aunque muchas veces pareciera que cae en saco roto– siempre dará fruto y se verá recompensado».
Hacia la reinserción
Sobre los hijos, afirmó que son «el recuerdo vivo de que la vida se construye para adelante y no hacia atrás». De ahí su invitación a que toda condena que se imponga para saldar una deuda con la sociedad debe tener como horizonte la reinserción. Esto deben exigirlo las internas a la sociedad, pero también a sí mismas. «Una pena sin futuro, una condena sin futuro no es una condena humana», sino «una tortura».
Sin embargo, en esta sociedad «lamentablemente la pena de la cárcel se reduce sobre todo a un castigo, sin ofrecer instrumentos adecuados para activar procesos». En contraste con ello, el Pontífice alabó los proyectos Espacio Mandela y Fundación Mujer Levántate, que fomentan la capacitación laboral y el acompañamiento para recomponer vínculos.
La seguridad pública «no hay que reducirla a medidas de mayor control sino y, sobre todo, hay que edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad».
Por último, el Obispo de Roma se dirigió a los agentes de pastoral, voluntarios, personal y sus familias. Les expresó el deseo de que puedan desarrollar su trabajo con medios y de forma digna, porque «la dignidad genera dignidad».
Queridas hermanas y hermanos:
Gracias, gracias, gracias por lo que hicieron y gracias por la oportunidad que me dan para visitarlas, para mí es importante compartir este tiempo con ustedes y poder estar más cerca de tantos hermanos nuestros que hoy están privados de la libertad. Gracias Hna. Nelly por sus palabras y especialmente por testimoniar que la vida triunfa siempre sobre la muerte, siempre. Gracias Janeth por animarte a compartir con todos nosotros tus dolores y ese valiente pedido de perdón. ¡Cuánto tenemos que aprender de esa actitud tuya llena de coraje y humildad! Te cito: «Pedimos perdón a todos los que herimos con nuestros delitos». Gracias por recordarnos esa actitud sin la cual nos deshumanizamos, todos tenemos que pedir perdón, yo primero, todos, eso los humaniza. Sin esta actitud de pedir perdón perdemos la conciencia de que nos equivocamos y que nos podemos equivocar y que cada día estamos invitados a volver a empezar, de una u otra manera.
También ahora me viene al corazón la frase de Jesús: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn 8,7). ¡La conocéis bien! ¿Y saben qué suelo hacer yo en los sermones cuando hablo de que todos tenemos algo adentro o por debilidad, o porque siempre caemos, o lo tenemos muy escondido? Le digo a la gente: A ver, todos somos pecadores, todos tenemos pecados. No sé, ¿acá hay alguno que no tiene pecados?. Levante la mano. Ninguno se anima a levantar la mano. Él nos invita, Jesús, a dejar la lógica simplista de dividir la realidad en buenos y malos, para ingresar en esa otra dinámica capaz de asumir la fragilidad, los límites e incluso el pecado, para ayudarnos a salir adelante.
Cuando ingresaba, me esperaban las madres con sus hijos. Ellos me dieron la bienvenida, y qué bien se puede expresar en dos palabras: madre e hijos.
Madre: muchas de ustedes son madres y saben qué significa gestar la vida. Han sabido «cargar» en su seno una vida y la gestaron. La maternidad nunca es ni será un problema, es un don, es uno de los regalos más maravillosos que puedan tener. Y hoy tienen un desafío muy parecido: se trata también de gestar vida. Hoy a ustedes se les pide que gesten el futuro. Que lo hagan crecer, que lo ayuden a desarrollarse. No solamente por ustedes, sino por sus hijos y por la sociedad toda. Ustedes, las mujeres, tienen una capacidad increíble de poder adaptarse a las situaciones y salir adelante. Quisiera hoy apelar a esa capacidad de gestar futuro, capacidad de gestar futuro que vive en cada una de ustedes. Esa capacidad que les permite luchar contra los tantos determinismos «cosificadores», es decir, que transforman a las personas en cosas, que terminan matando la esperanza. Ninguno de nosotros es cosa, todos somos personas y como personas tenemos esa dimensión de esperanza. No nos dejemos «cosificar»: No soy un número, no soy el detenido número tal, soy fulano de tal que gesta esperanza, porque quiere parir esperanza.
Estar privadas de la libertad, como bien nos decías Janeth, no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanzas. Es verdad, es muy duro, es doloroso, pero no quiere decir perder la esperanza, no quiere decir dejar de soñar. Ser privado de la libertad no es lo mismo que el estar privado de la dignidad, no, no es lo mismo. La dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie puede ser privado de la dignidad. Ustedes están privadas de la libertad. De ahí que es necesario luchar contra todo tipo de corsé, de etiqueta que diga que no se puede cambiar, o que no vale la pena, o que todo da lo mismo. Como dice el tango argentino: «dale que va, que todo es igual, que allá en el horno nos vamos a encontrar…». No es todo lo mismo, no es todo lo mismo. Queridas hermanas, ¡no! Todo no da lo mismo. Cada esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor –aunque muchas veces pareciera que cae en saco roto– siempre dará fruto y se verá recompensado.
La segunda palabra es hijos: ellos son fuerza, son esperanza, son estímulo. Son el recuerdo vivo de que la vida se construye para delante y no hacia atrás. Hoy estás privada de libertad, eso no significa que esta situación sea el fin. De ninguna manera. Siempre mirar el horizonte, hacia adelante, hacia la reinserción en la vida corriente de la sociedad. Una condena sin futuro no es una condena humana, es una tortura. Toda pena que uno está llevando adelante para pagar una deuda con la sociedad tiene que tener horizonte, es decir, el horizonte de reinsertarme de nuevo y prepararme para la reinserción. Eso exíjanlo a ustedes mismas y a la sociedad. Miren siempre el horizonte, hacia adelante, hacia la reinserción de la vida corriente de la sociedad. Por eso, celebro e invito a intensificar todos los esfuerzos posibles para que los proyectos como el Espacio Mandela y la Fundación Mujer levántate puedan crecer y robustecerse.
El nombre de la Fundación me hace recordar ese pasaje evangélico donde muchos se burlaban de Jesús por decir que la hija del jefe de la sinagoga no estaba muerta, sino dormida. Se burlaban, se reían de él. Frente a la burla, la actitud de Jesús es paradigmática; entrando donde la chica estaba, la tomó de la mano y le dijo: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» (Mc 5,41). Para todos estaba muerta, para Jesús no. Ese tipo de iniciativas son signo vivo de que este Jesús que entra en la vida de cada uno de nosotros, que va más allá de toda burla, que no da ninguna batalla por perdida con tal de tomarnos las manos e invitarnos a levantarnos. Qué bueno que haya cristianos, que haya personas de buena voluntad, que haya personas de cualquier creencia, de cualquier opción religiosa en la vida o no religiosa pero de buena voluntad que sigan las huellas de Jesús y se animen a entrar y a ser signo de esa mano tendida que levanta. Yo te lo pido, ¡levántate! Siempre levantando.
Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel puede ser pensada o reducida a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Es lo que les decía yo sobre la esperanza, es mirar adelante, generar procesos de reinserción. Este tiene que ser el sueño de ustedes: la reinserción. Y si es larga llevar este camino, hacer lo mejor posible para que sea más corta, pero siempre reinserción. La sociedad tiene la obligación, obligación de reinsertarlas a todas. Cuando digo reinsertarlas, digo reinsertarlas a cada una, cada una con el proceso personal de reinserción, una por un camino, otra por otro, una más tiempo, otra menos tiempo, pero es una persona que está en camino hacia la reinserción. Y eso métanselo en la cabeza y exíjanlo. Esto es generar un proceso. En cambio, estos espacios que promueven programas de capacitación laboral y acompañamiento para recomponer vínculos son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan. La seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad.
Quiero decir que con estos pensamientos quiero bendecir a todos ustedes y también saludar a los agentes de pastoral, a los voluntarios, a los profesionales y, de manera especial, a los funcionarios de Gendarmería y a sus familias. Rezo por ustedes. Ustedes tienen una tarea delicada, una tarea compleja, y por eso los invito, a ustedes, a las autoridades a que puedan también darles, a ustedes las condiciones necesarias para desarrollar su trabajo con dignidad. Dignidad que genera dignidad. La dignidad se contagia, se contagia más que la gripe, la dignidad se contagia, la dignidad genera dignidad.
A María, ella que es Madre y para la cual somos hijos –ustedes son sus hijas–, le pedimos que interceda por ustedes, por cada uno de sus hijos, por las personas que tienen en el corazón, y los cubra con su manto. Y, por favor, les pido que recen por mí porque lo necesito. Gracias.