Encuentro del Papa con los movimientos y nuevas realidades eclesiales. Huracán Francisco - Alfa y Omega

Encuentro del Papa con los movimientos y nuevas realidades eclesiales. Huracán Francisco

«La Iglesia tiene que salir de sí misma. ¿A dónde? Hacia las periferias existenciales, allí donde estén», les dijo el Papa a los más de doscientos mil representantes de nuevos movimientos y comunidades eclesiales convocados en el Vaticano para celebrar Pentecostés en este Año de la fe. Al día siguiente, el domingo, al celebrar con ellos la Misa, el Papa Francisco presentó «la diversidad de carismas» como don del Espíritu Santo, pero advirtió de que, si «nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división, y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación»

Jesús Colina. Roma
El Papa durante su recorrido, en el papamóvil, por la Plaza de San Pedro, al finalizar la Misa de Pentecostés.

Un huracán ha sacudido, este fin de semana, la Iglesia católica. Fue un viento como el que hace algo más de dos mil años irrumpió en el Cenáculo de Jerusalén, en el día de Pentecostés. Ese cálido vendaval se levantó desde el Vaticano cuando el Papa Francisco, con la sinceridad que le caracteriza, desenmascaró la gran tentación que en estos momentos viven los hijos de la Iglesia. «La Iglesia tiene que salir de sí misma. ¿A dónde? Hacia las periferias existenciales, allí donde estén. Pero tiene que salir», afirmó, en referencia a esos lugares de pobreza y hambre de pan, de salud, de amor, que en tiempos de crisis ética y económica se hacen todavía más grandes.

En el primer Pentecostés de su pontificado, el Papa quiso repetir una iniciativa que ya antes habían vivido Juan Pablo II y Benedicto XVI: los brazos abiertos de la Columnata de Bernini no pudieron acoger a todos los miembros de nuevos Movimientos y comunidades que se dieron cita con el sucesor del apóstol Pedro. Más de doscientas mil personas respondieron a su invitación, extendiéndose como un río humano por la Vía de la Conciliación, hasta confluir con el Tíber. Representaban a algo más de 150 realidades eclesiales, casi todas ellas surgidas tras el Concilio Vaticano II, hace menos de 50 años. Camino Neocatecumenal, Focolares, Renovación Carismática, Comunión y Liberación, Regnum Christi, Cursillos de Cristiandad, Emmanuel, Chemin Neuf, Shalom, Nuevos Horizontes…, son algunos de los nombres más conocidos de estas realidades eclesiales.

Una Iglesia encerrada, una Iglesia enferma

En este primer gran encuentro masivo del pontificado, que comenzó en la tarde del sábado y continuó después con la matutina Misa dominical, sirvió para que el Papa Francisco lanzara con fuerza el mensaje central de su pontificado. Parafraseó las palabras que Jorge Bergoglio dirigió a la Congregación general de los cardenales, pocos días antes del Cónclave, y que les permitió ver en este hijo de la Iglesia en Argentina al nuevo obispo de Roma. Ahora, con la fuerza de un huracán, las planteó a toda la Iglesia. «Pensad en una habitación cerrada durante un año. Cuando entras, hay olor de humedad, hay demasiados problemas. Con una Iglesia cerrada sucede lo mismo: es una Iglesia enferma».

Una Iglesia pobre y para los pobres… Una religiosa consuela a una joven, en la catedral de Boston, tras el atentado de la Maratón.

«Pero, ¿qué sucede si uno sale de sí mismo?», añadió. «Puede suceder lo que les puede suceder a todos los que salen de casa a la calle: un accidente. Pero yo os digo: prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que sufre un accidente, a una Iglesia enferma por cerrazón. ¡Salid afuera! ¡Salid!».

Y, como el mismo Papa constató, «si salimos de nosotros mismos, nos encontramos la pobreza. Duele el corazón decir que hoy ya no es noticia encontrarse con una persona sin techo muerta de frío. Hoy es noticia, quizá, un escándalo. ¡Sí eso es noticia! Pero, pensar que hay tantos niños que no pueden comer, no es noticia!».

Respuesta de la Iglesia a la crisis

El Papa, con estas palabras, respondió a cuatro preguntas que le habían presentado representantes de diferentes movimientos eclesiales. Si bien ya había recibido precedentemente las preguntas, y se había preparado unos apuntes, hablaba sin leerlos, improvisando, recurriendo a su experiencia pastoral como jesuita y arzobispo de Buenos Aires. De este modo, mostró cómo su llamamiento a los cristianos a salir de su propia comodidad para responder a las necesidades de los demás, constituye también la respuesta del creyente a la increíble crisis que sigue atenazando al planeta.

«Dado que ésta es una crisis del hombre, una crisis que destruye al hombre, es una crisis que desnuda al hombre de la ética –advirtió–. En la vida pública, en la política, si no hay ética, una ética de referencia, todo es posible y todo vale. Y, cuando leemos los periódicos, vemos cómo la falta de ética en la vida pública hace un daño tremendo a toda la Humanidad».

Movimientos, en la Iglesia y con la Iglesia

La Misa del domingo sirvió también para superar un falso debate que había apasionado a muchos católicos en los años noventa, con el gran crecimiento de Movimientos y comunidades, que algunos veían como una respuesta contrapuesta a la vida de las comunidades parroquiales y diocesanas, o de las antiguas congregaciones religiosas.

El Papa Francisco, en la homilía, aclaró que «el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía».

«Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad», dijo.« En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación».

El Santo Padre bendice a un niño, durante su periplo por la Plaza de San Pedro, al finalizar la Misa del domingo de Pentecostés.

«Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia», aclaró. Por tanto, no hay oposición entre movimientos y comunidades diocesanas, no hay oposición entre la Iglesia jerárquica (obispos) y la Iglesia carismática (representada por los fundadores de nuevos carismas y comunidades).

La fórmula del Papa Francisco se resumió en estas palabras: «Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento».

«La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos», concluyó.

La fe, verdadera liberación

La Vigilia escogida por el Papa Francisco para lanzar su llamamiento a la Iglesia a salir de la cerrazón comenzó con un telonero de excepción: el testimonio de uno de los periodistas más conocidos en Irlanda, que ha experimentado en carne propia la libertad que ofrece la fe.

John Waters, nacido en 1955, veterano columnista de The Irish Times, y autor de libros de éxito como Lapsed Agnostic, sabe muy bien lo que es la prisión del alma. Perdió la fe de la infancia, que había recibido en la Irlanda rural, a los quince años, pensando que el alcohol podría darle esa libertad que trataba alcanzar, liberándose de las reglas, normas e imposiciones que le había impuesto su familia católica.

«Esta experiencia me hizo caer de rodillas –contó, dirigiéndose al Papa–. De este modo, comprendí que estas libertades no me satisfacían y que el único período en que había estado en armonía conmigo mismo había sido la infancia, cuando le permitía a Cristo caminar conmigo».

Waters redescubrió la fe en 2003, en el aeropuerto de Dublín, cuando alguien le regaló una copia de El sentido religioso, de monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación. Al principio no quería leerlo, explicó, al margen del evento, a Alfa y Omega, pero después me impresionó la manera en que Giussani te permite comprender que, para creer en Dios, no necesitas renegar nada de tu humanidad. Una actitud opuesta a la que había recibido de niño.

El redescubrimiento de la fe y el deseo de volver a poner a Dios en el centro de su vida han devuelto la esperanza a Waters: «Con Jesús, he aprendido a llevar la cruz», afirmó el escritor ante el Papa y los más de doscientos mil peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.

Con los ojos de la fe, Waters también vive con más profundidad su humor irlandés. De hecho, fue el autor de la canción que representó a Irlanda en Eurovisión, en el año 2007. La canción acabó en último lugar, con cinco puntos. La fe también ayuda a aceptar estas pequeñas pruebas…

J. C.

Celo apostólico, no cristianos de salón

En las semanas previas a Pentecostés, el Papa ha ofrecido una catequesis intensiva acerca del Espíritu Santo. En la audiencia del 8 de mayo, el Papa se refirió al Paráclito con una bella expresión: «El Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros», el que «nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo».

Cultivar la relación con el Espíritu Santo trae consigo una actitud misionera y alegre. «El cristiano es un hombre de gozo», afirmaba en la homilía matinal del día 10. Hay cristianos melancólicos que «tienen la cara avinagrada en vez de la gozosa de los que tienen una vida llena», mientras que la respuesta que provoca el Espíritu es «un gozo expansivo», que necesita comunicarse a los demás.

En la misa del jueves 16, el Papa acuñaba una llamativa expresión: cristianos de salón, aburguesados y acomodados. «Podemos pedir al Espíritu Santo que nos dé este fervor apostólico, también que nos dé la gracia de dar fastidio a las cosas que son demasiado tranquilas en la Iglesia –decía–; la gracia de ir adelante hacia las periferias existenciales. ¡La Iglesia tiene tanta necesidad de esto! No sólo en las Iglesias jóvenes, en los pueblos que aún no conocen a Jesucristo, sino aquí, en la ciudad, precisamente en la ciudad, tienen necesidad de este anuncio de Jesucristo. Adelante, y como dice el Señor a Pablo: ¡Coraje!».

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