Encuentro con los jóvenes: No tengáis miedo a lo definitivo
El Santo Padre se encontró con los jóvenes de la región de la Umbría, en la plaza de la basílica de Santa María de los Ángeles, de Asís. Éstas fueron sus palabras, en respuesta a las preguntas que le formularon:
Preguntas de los jóvenes:
1. Familia: Nosotros los jóvenes vivimos en una sociedad centrada en el bienestar, el divertirse, el pensar en sí mismos. Vivir un matrimonio de jóvenes cristianos es complejo; abrirse a la vida es un desafío y un temor frecuente. Como pareja joven sentimos la alegría de vivir nuestro matrimonio, pero experimentamos la fatiga y los desafíos cotidianos. ¿Cómo puede ayudarnos la Iglesia?; ¿cómo pueden sostenernos nuestro pastores?; ¿qué pasos también nosotros estamos llamados a dar? (Nicola y Clara Volpi)
2. Trabajo: La crisis económica general de estos últimos años ha provocado situaciones de malestar y pobreza. El futuro se presenta incierto y amenazante. El riesgo es perder, junto con la seguridad económica, también la esperanza. ¿Cómo debe mirar al futuro un joven cristiano? ¿En qué caminos comprometerse para la edificación de una sociedad digna de Dios y digna del hombre? (Danilo Zampolini y David Girolami)
3. Vocación: ¿Qué hacer en la vida? ¿Cómo y dónde usar los talentos que el Señor me ha dado? A veces nos atrae la idea del sacerdocio o de la vida consagrada. Pero, inmediatamente, nace el miedo. Y luego, un compromiso así: ¿para siempre? ¿Cómo reconocer la llamada de Dios? ¿Qué aconseja a quien quisiera dedicar la vida al servicio de Dios y de los hermanos? (Benedetto Fattorini y Chiaroli Maria)
4. Misión: Es bello para nosotros estar aquí junto a usted y escuchar sus palabras, que nos animan e inflaman nuestro corazón. El «Año de la fe» que concluye dentro de algunas semanas, ha repropuesto a todos los creyentes la urgencia del anuncio de la Buena Noticia. También nosotros quisiéramos participar en esta aventura entusiasmante. Pero ¿cómo? ¿Cuál puede ser nuestra contribución? ¿Qué debemos hacer? (Luca Nassuato, Mirko Pierli y Petra Sannipoli)
Respuestas del Santo Padre:
¡Gracias por haber venido, gracias por esta fiesta! De veras: ¡ésta es una fiesta! Y gracias por nuestras preguntas. Me alegra que la primera pregunta haya sido de un matrimonio joven, ¡un bello testimonio! Dos jóvenes que han optado, que han decidido formar una familia, con alegría y con valor. ¡Sí, porque es cierto, se necesita ser valientes para formar una familia! ¡Hace falta valor! Y vuestra pregunta, jóvenes esposos, se enlaza con aquella de la vocación. ¿Qué es el matrimonio? Es una verdadera vocación, al igual que el sacerdocio y la vida religiosa. Dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación para formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el sacramento del Matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo arraiga en Dios mismo. ¡Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, juntos!
Pensemos en nuestros padres, en nuestros abuelos o bisabuelos: se casaron en condiciones mucho más pobres que las nuestras, algunos en tiempo de guerra, o en la posguerra; algunos emigraron, como mis padres. ¿Dónde encontraban la fuerza? La encontraban en la certeza de que el Señor estaba con ellos, de que la familia está bendecida por Dios en el sacramento del Matrimonio, y de que es bendita la misión de tener hijos y de educarlos. Con estas certezas superaron incluso las pruebas más duras. Eran certezas sencillas, pero verdaderas, formaban columnas que sostenían su amor. Su vida no era fácil: había problemas, muchos problemas. Pero estas certezas sencillas les ayudaban a ir hacia delante. Y lograron hacer una bella familia, dar vida, hacer crecer sus hijos.
¡Queridos amigos, se necesita esta base moral y espiritual para construir bien y de forma sólida! Hoy en día, las familias y la tradición social ya no garantizan esta base. Aún más, la sociedad en la que vosotros habéis nacido privilegia los derechos individuales en lugar de la familia. Estos derechos individuales privilegian las relaciones que duran hasta que surgen dificultades y, por esta razón, a veces se habla de la relación de pareja, de la familia y del matrimonio de forma superficial y equívoca. Sería suficiente ver ciertos programas de televisión, ¿no? Cuántas veces, los párrocos –también yo, algunas veces, lo he escuchado– oyen a una pareja que viene a casarse: «¿Pero vosotros sabéis que el matrimonio es para toda la vida?» –«Ah, nosotros nos amamos mucho, pero… estaremos juntos mientras dure el amor. Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro». Es el egoísmo: cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella una sola carne que no puede separarse. Es arriesgado casarse: ¡es riesgoso! Es aquel egoísmo que nos amenaza, porque, dentro de nosotros, todos tenemos la posibilidad de una doble personalidad: aquella que dice: «Yo, libremente, quiero esto…», y la otra que dice: «Yo, me, mí, conmigo, por mí…». El egoísmo siempre, que vuelve y no sabe abrirse a los otros. La otra dificultad es esta cultura de lo provisional: parece que nada sea definitivo. Todo es provisional. Como dije antes: pero, el amor, hasta que dura. Una vez oí a un seminarista que decía: «Yo quiero ser sacerdote, pero por diez años. Luego lo volveré a pensar». Es la cultura de lo provisional, y Jesús no nos ha salvado provisionalmente: ¡nos ha salvado definitivamente!
El Espíritu Santo suscita siempre respuestas nuevas a las nuevas exigencias. Y así se han multiplicado en la Iglesia los caminos para los novios, los cursos de preparación para el Matrimonio, los grupos de matrimonios jóvenes en las parroquias, los movimientos familiares… ¡Son una riqueza inmensa! Son puntos de referencia para todos: para los jóvenes en búsqueda, para las parejas en crisis, para los padres que tienen problemas con sus hijos y viceversa. ¡Nos ayudan todos! Y luego están las diferentes formas de acoger: acogida, adopción, hogares de acogida de diversos tipos… La fantasía –me permito la palabra– del Espíritu Santo es infinita, ¡pero también es muy concreta! Entonces quiero deciros que no tengáis miedo de dar pasos definitivos en la vida: no tengáis miedo de darlos. Cuántas veces he oído a madres que me decían: «Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué hacer! Tiene una bella novia, pero no se decide». –«¡Pero, señora, no le planche más las camisas!». ¡Es así! No hay que tener miedo de dar pasos definitivos, como el del matrimonio: profundizad en vuestro amor, respetando los tiempos y las expresiones, rezad y preparaos, y luego ¡confiad en que el Señor no os deja solos! Hacedle entrar en vuestra casa como uno de la familia, Él os sostendrá siempre.
La familia es la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero también hay otra vocación complementaria al matrimonio: la llamada al celibato y a la virginidad por el reino de los cielos. Es la vocación que el mismo Jesús vivió. ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo seguirla? Es la tercera pregunta que me habéis hecho. Alguno de vosotros puede pensar: pero este obispo ¡qué bueno! Hicimos las preguntas ¡y tiene las respuestas todas listas, escritas! Yo recibí las preguntas hace algunos días. Por eso las conozco. Y os respondo con dos elementos esenciales, sobre cómo reconocer esta vocación al sacerdocio o a la vida consagrada: Orar y caminar en la Iglesia. Estas dos cosas van unidas, se entrelazan. En el origen de toda vocación a la vida consagrada siempre hay una fuerte experiencia de Dios, ¡una experiencia que no se olvida, que se recuerda para toda la vida! Es aquella que tuvo Francisco. Y esto no lo podemos calcular o programar. ¡Dios siempre nos sorprende! Es Dios el que llama; pero es importante tener una relación diaria con Él, escucharlo en silencio ante el sagrario y dentro de nosotros mismos, hablarle, acercarse a los sacramentos. Tener esta relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para que Él nos haga escuchar su voz, lo que quiere de nosotros. Sería bello escucharos a vosotros, escuchar aquí a los sacerdotes presentes, a las religiosas… Sería bellísimo, porque cada historia es única, pero todas empiezan con un encuentro que ilumina en lo profundo, que toca el corazón y envuelve a toda la persona: afecto, intelecto, sentidos, todo. La relación con Dios no concierne sólo a una parte de nosotros mismos, sino que abarca todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que merece todo y merece toda nuestra confianza. Y me gustaría decir una cosa con fuerza, sobre todo hoy: la virginidad por el reino de Dios no es un No; ¡es un Sí! Por supuesto, implica la renuncia a un vínculo conyugal y a una familia propia, pero a la base está el Sí, como respuesta al Sí total de Cristo hacia nosotros, y este Sí hace fecundos.
¡Evangelio! ¡Evangelio!
¡Pero aquí, en Asís, no hay necesidad de palabras! ¡Está Francisco, está Clara, ellos hablan! Su carisma sigue hablando a muchos jóvenes en todo el mundo: muchachos y muchachas que dejan todo para seguir a Jesús por el camino del Evangelio.
He aquí: Evangelio. Quisiera tomar la palabra Evangelio para responder a las otras dos preguntas que me habéis hecho, la segunda y la cuarta. Una se refiere al compromiso social, en este período de crisis que amenaza la esperanza; y la otra se refiere a la evangelización, a llevar el mensaje de Jesús a los demás. Me habéis preguntado: ¿qué podemos hacer? ¿Cuál puede ser nuestra aportación?
Aquí, en Asís, aquí cerca de la Porciúncula, me parece oír la voz de san Francisco, que nos repite: ¡Evangelio, Evangelio! Me lo dice también a mí: más aún, en primer lugar a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro ser un servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!
Pero el Evangelio, queridos amigos, no concierne sólo a la religión, concierne al hombre, a todo el hombre, y concierne al mundo, a la sociedad, a la civilización humana. El Evangelio es el mensaje de salvación de Dios para la Humanidad. ¡Pero cuando decimos mensaje de salvación, no es un modo de hablar, no son meras palabras o palabras vacías, como tantas que hay hoy en día! ¡La Humanidad necesita realmente ser salvada! Lo vemos todos los días cuando leemos el periódico, o escuchamos las noticias en la televisión; pero también lo vemos a nuestro alrededor, en las personas, en las situaciones; ¡y lo vemos en nosotros mismos! ¡Cada uno de nosotros tiene necesidad de salvación! ¡Solos no podemos! ¡Tenemos necesidad de salvación! ¿Salvación de qué? Del mal. El mal obra, hace su trabajo. Pero el mal no es invencible, y el cristiano no se resigna ante el mal. Y vosotros, jóvenes, ¿queréis resignaros frente al mal, las injusticias, las dificultades? ¿Queréis o no queréis? [Los jóvenes responden: ¡No!] Ah, está bien. ¡Esto me gusta! Nuestro secreto es que Dios es más grande que el mal: ¡es verdad!, Dios es más grande que el mal. Dios es amor infinito, misericordia sin límites, y este Amor ha vencido el mal en su raíz en la muerte y resurrección de Cristo. ¡Éste es el Evangelio, la Buena Nueva: el amor de Dios ha ganado! Cristo ha muerto en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado. Con Él podemos luchar contra el mal y vencerlo todos los días. ¿Creemos en ello, o no? [Los jóvenes responden: ¡Sí!] ¡Pero este Sí debe ir en la vida! Si yo creo que Jesús ha vencido al mal y me salva, debo seguir a Jesús, debo ir por el camino de Jesús toda la vida.
Entonces, el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos destinos que están enlazados: el primero, suscitar la fe, y ésta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el designio de Dios, y ésta es la animación cristiana de la sociedad. Pero no son dos cosas separadas, son una sola misión: ¡llevar el Evangelio con el testimonio de nuestra vida transforma el mundo! Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida.
Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia; y, al mismo tiempo, renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. ¿Sabéis qué dijo una vez Francisco a sus hermanos?: «Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, ¡también con las palabras!». Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí, con el testimonio! ¡Primero, el testimonio, después, las palabras! ¡El testimonio!
¡Jóvenes: haced lo mismo también vosotros! Hoy, en nombre de san Francisco, os digo: no tengo ni oro, ni plata para daros, sino algo mucho más valioso, el Evangelio de Jesús. ¡Id con coraje! Con el Evangelio en el corazón y en las manos, sed testigos de la fe con vuestra vida: llevad a Cristo a vuestras casas, anunciadlo entre vuestros amigos, acogedlo y servidlo en los pobres. ¡Jóvenes: llevad un mensaje de vida, de paz y de esperanza! ¡Podéis hacerlo!
[Después de rezar el Padrenuestro e impartir su bendición] Y, por favor, os pido: ¡Rezad por mí!