Compartiendo con los refugiados me doy cuenta de que lo que realmente les roba la energía es la memoria de las brutalidades que tuvieron que vivir, la pérdida de los seres queridos, y sobre todo la incertidumbre de hasta cuándo va a durar el exilio. La añoranza de la tierra que los vio nacer es una herida abierta en sus corazones. Un amigo me dijo hace unos años que acompañar a los refugiados significa tocar el fracaso de la humanidad en su realidad más profunda.
Sin embargo, también soy testimonio de que las vidas de las personas forzadas a dejar sus casas y tierras no solo están marcadas por la tristeza, la violencia y el dolor sino también por la alegría, la celebración, la sanación y la belleza. Con los refugiados he experimentado esa misteriosa capacidad humana de celebrar la vida en medio de la muerte.
Esta oración del padre Pedro Arrupe, SJ me ha acompañado a menudo:
«Nada puede importar más que encontrar a Dios. / Es decir, enamorarse de Él / de una manera definitiva y absoluta. / Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, / y acaba por ir dejando su huella en todo. / Será lo que decida que es / lo que te saca de la cama en la mañana, / qué haces con tus atardeceres, / en qué empleas tus fines de semana, / lo que lees, lo que conoces, / lo que rompe tu corazón, / y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. / ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! / Todo será de otra manera». Releyéndola me di cuenta de que, sin duda, / he encontrado a Dios en los refugiados, / estoy enamorado de manera absoluta. / Mi imaginación está habitada por rostros –alegres y tristes– de personas desplazadas, / me levanto de la cama cada mañana por ellos, / por la tarde preparo cosas para mejor acompañarlos al día siguiente, / los fines de semana celebro la Eucaristía con ellos, / leo sobre ellos, conozco a tantos de ellos y ellas por su nombre. / Me rompe el corazón tener que testimoniar un nuevo desplazamiento. / Me maravilla la alegría y la esperanza que comparten conmigo.
Sí, creo que estoy locamente enamorado y que permaneceré enamorado de nuestro Dios, un Dios desplazándose y desplazado. Lo ha decidido todo en mi vida.