Un rayo de sol ilumina el retablo barroco, realzando su belleza dorada. Suenan las primeras notas del órgano y las monjas, a una sola voz, comienzan a cantar el himno de vísperas: «Quédate con nosotros, la tarde está cayendo…». La iglesia es un remanso de paz a esta hora de quietud, en la que cesan las tareas y, en nombre de todos los hombres, la comunidad confía los proyectos, los deseos, las preocupaciones de nuestro mundo en las manos de Dios.
De fondo, se oyen las voces de unos niños jugando en la plaza: gritan, ríen, corren. Las monjas, terminado el himno, continúan con el rezo de los salmos: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos…».
De pronto suena el timbre de la puerta, primero tímidamente, después con insistencia. La portera se levanta. Son los niños: se les ha colado el balón en nuestra huerta y entre avergonzados y suplicantes piden que se les devuelva. La hermana mira divertida sus rostros de pillos y va a buscar el balón.
En otro momento, la comunidad caminando en fila por el claustro se dirige al comedor. Al llegar, bendicen la mesa y cada una se sienta en su sitio. La lectora de semana sube al púlpito y, mientras las demás comen en silencio, lee algunas noticias sobre la situación en Venezuela.
Suena otra vez el timbre. Ahora es una vecina: que si le podemos dar unas hojitas de laurel. La portera le pregunta cómo está. La mujer le empieza a enumerar su lista de achaques y la preocupación por el hijo que se quedó sin trabajo y del nieto que no quiere estudiar. Le sigue contando de unos y de otros porque, mejor que el laurel, es tener a una monja escuchándola con toda la calma.
Así es como muchas veces la vida de los que están cerca, también de los que están lejos, nos afecta. Al igual que un balón que se lanza con fuerza y va hacia lo alto y se cuela en nuestros rezos, en nuestro vivir diario, y es una oportunidad para entrar en relación, para que los que vienen con agobio se sientan escuchados, para que los niños sigan su juego. Con frecuencia se nos piden cosas tan simples como estas: ser buenas vecinas.