«En Ucrania vivimos una guerra olvidada»
La guerra en Ucrania dejó de ser noticia. Los telediarios ya no muestran las imágenes desgarradoras de los niños mutilados, las familias diezmadas y los millones de desplazados en esta gran crisis humanitaria. Lo lamenta, conmovido, Sviatoslav Shevchuk. «Somos víctimas de una guerra de desinformación», denuncia el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de este país. El Papa ha querido llamar la atención sobre ese drama. Visitó el domingo la basílica ucraniana de Roma y clamó por que en ese país «callen las armas»
Fue una visita histórica, la tarde del domingo 27 de enero. La tercera vez que un pontífice entraba en ese templo dedicado a Santa Sofía, en un populoso barrio del noreste romano. Pablo VI lo hizo en 1969, y Juan Pablo II en 1984. Francisco optó por un encuentro personal. Dedicó buena parte de su tiempo a saludar a los fieles, más de 3.000, en el interior y el exterior de la iglesia.
«Comprendo que, mientras estáis aquí, el corazón palpita por vuestro país, y palpita no solo de afecto sino también de angustia, sobre todo por el flagelo de la guerra y por las dificultades económicas», dijo, hablando en italiano a los presentes y antes de bajar a la cripta, donde rezó frente a la tumba del obispo Stepan Chmil, histórico referente de la diáspora y su formador en Argentina. «Él me hizo mucho bien», confesó.
«Que no se apague la esperanza»
Se mostró cercano en las dificultades, con el corazón y con la oración. Suplicó al Príncipe de la Paz que «silencie las armas», para que nunca más los ucranianos hagan sacrificios enormes por mantener a sus seres queridos. Reconoció el valor de las mujeres de ese pueblo, muchas de ellas dedicadas a labores domésticas o al cuidado de los ancianos en Italia. Capaces, dijo, de transmitir –incluso a quienes ayudan– la fe. «Rezo para que en los corazones de cada uno no se apague la esperanza, sino que se renueve el afán de seguir adelante, de recomenzar siempre», añadió.
En la puerta de la basílica y antes de regresar al Vaticano, el Pontífice soltó al cielo dos palomas blancas. Junto a él, Sviatoslav Shevchuk. Ambos se conocieron en Buenos Aires, cuando Jorge Mario Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires y él, ahora arzobispo mayor de Kiev-Galitzia y de toda Rusia, era responsable de la eparquía de Santa María del Patrocinio. Tiempo después se volvieron a encontrar, uno como Papa, el otro como máximo representante de los greco-católicos ucranianos. Les tocó afrontar, cada uno de su lugar, la invasión de Crimea. Una guerra a las puertas de Europa.
«Nos hace mal que ya no se hable de esta tragedia. Ya no es noticia la guerra en mi país. No puedo responder por qué, pero creo que vivimos en un contexto de guerra híbrida, mucha manipulación de la verdad. Es una guerra de desinformación», denuncia Shevchuk en entrevista a Alfa y Omega.
Dos millones de desplazados
Ucrania ocupa 600.000 kilómetros cuadrados. Con Bielorrusia, Letonia y Estonia constituye la última frontera europea antes de Rusia. Según las últimas estadísticas, cuenta con 42,5 millones de habitantes. Además de la península de Crimea, las fuerzas rusas han ocupado la regiones orientales de Donetsk y Lugansk, anexadas por Moscú en 2014.
En estas dos regiones «vivían cinco millones de personas; ahora quedan solo dos. Ucrania tiene más de dos millones de desplazados internos. En esta zona de guerra se verifican enfrentamientos todos los días, la mayor parte de las escuelas están destruidas. Cada vez que el nuncio apostólico visita esta zona se deprime», cuenta Shevchuk en perfecto español.
No se explica por qué la prensa internacional ignora esta gran crisis humanitaria, cada vez más grave. «Las víctimas se cuentan por millones. Ucrania apenas puede atender a estas personas. Yo no veo las estadísticas sino las personas, los niños heridos, sin pierna. Es una cosa escalofriante. Lo repito: indigna que esta se haya convertido en una guerra olvidada». El conflicto tendrá además, advierte, consecuencias imposibles de prever. Por ejemplo, el impacto ecológico del cierre e inundación de numerosas minas de carbón, creadas en su día con explosiones nucleares.
Todo ello ha aumentado la interminable diáspora ucraniana. De acuerdo a los datos oficiales, solo en Italia residen 200.000 ucranianos. Pero el arzobispo está convencido de que la cifra real duplica esos números. Una población en constante aumento, apenas atendida por 65 sacerdotes en 145 espacios: capellanías, iglesias y centros pastorales. Cada domingo, unos 16.000 fieles asisten a algún servicio religioso. En las fiestas, suben hasta los 70.000.
Curando el malestar
En 2016, Francisco lanzó la campaña Con el Papa por Ucrania. Donó cinco millones de euros, y una colecta europea recaudó otros once. «Es una suma extraordinaria, una acción humanitaria de la Santa Sede nunca antes vista», agradece explícitamente Shevchuk. Un gesto que le permitió regresar de un pasado, pero evidente, malestar.
En 2014, al inicio de la crisis ucraniana, la Iglesia greco-católica mantuvo una fuerte crítica ante la posición de la Santa Sede, lamentando su lentitud a la hora de condenar las invasiones rusas por prudencia diplomática. Para entones ya se estaba negociando el acercamiento entre el Vaticano y la Iglesia ortodoxa rusa, que llevó al histórico abrazo de La Habana entre el Papa y Cirilo I, patriarca de Moscú, en febrero de 2016.
A casi dos años de distancia, el arzobispo mayor de Kiev aún mantiene reservas sobre el acuerdo firmado en Cuba entre el Pontífice y el patriarca, «porque ninguno de los puntos acordados se aplica aún en Ucrania», afirma. «No alcanzamos la paz, no hemos logrado respetar la identidad del otro».
Reconoce que la publicación de la declaración conjunta de ambos líderes tuvo un efecto positivo, y juzga como algo bueno la primera reunión de los jefes de las Iglesias en más de mil años. Pero pide un segundo encuentro, porque «el objetivo del primero aún no se ha logrado». También explica que sus reservas de entonces, por él expuestas al Papa en privado, permitieron a los greco-católicos entrar en el diálogo. «La declaración nos hizo publicidad, y ahora podemos dar nuestro punto de vista», añade.
Falta un proyecto nacional
Al mismo tiempo, sin embargo, constata que la guerra también ha exasperado las rivalidades entre las tres Iglesias ortodoxas ucranianas: una fiel al Patriarcado de Moscú, y dos nacionales. La crisis afecta a toda la sociedad y su causa –señala– es la incapacidad de los líderes políticos y religiosos para dialogar. «Para ser populares y populistas», muchas veces quieren mostrarse «capaces de imponer su punto de vista, someter al más débil».
«De este modo –continúa Shevchuk– cae todo el sistema de seguridad internacional, no se respetan los acuerdos. Cada país vive como un lobo que debe armarse para impedir la agresión de su vecino. Pero tender puentes, dialogar, encontrar a las personas, es la metodología para construir la paz».
Y cuestiona: «Nuestros políticos de hoy no son capaces de proyectar porque sufren de miopía, ellos piensan en términos de las próximas elecciones, no son capaces de emprender reformas que tarden años en dar fruto. En esta situación las iglesias pueden ayudar a concretar un proyecto de desarrollo que vaya más allá de las elecciones. Hoy todos estamos de acuerdo en que debemos defendernos, sabemos de quién, pero nos falta un proyecto positivo. Antes o después la guerra va a terminar. Y después, ¿qué? Cuando no tengamos un enemigo que nos una, ¿tendremos un proyecto nacional?».