Los desplazados internos, en tierra de nadie - Alfa y Omega

Los desplazados internos, en tierra de nadie

Cerca de 51 millones de personas se vieron forzadas a desplazarse dentro de sus propias fronteras durante el año 2019, con Colombia a la cabeza. El Vaticano ha publicado un nuevo documento en el que fija la mirada en estos refugiados invisibles, que quedan fuera de toda protección internacional

Victoria Isabel Cardiel C.
Vista aérea de Soacha, un suburbio de las afueras de Bogotá (Colombia), el país con más desplazados internos del mundo
Vista aérea de Soacha, un suburbio de las afueras de Bogotá (Colombia), el país con más desplazados internos del mundo. Foto: Servicio Jesuita a Refugiados.

En Soacha es muy difícil volver a empezar. La vida transcurre hacinada en chozas destartaladas, donde la intimidad apenas se cubre con viejos cartones y el sueldo diario se gana con sudor, mendigando en los semáforos o vendiendo fruta en la calle. Pero en este suburbio incrustado en las lomas de la montaña, a las afueras de Bogotá, es el miedo el que gana el pulso al hambre. Aquí se vive bajo el anonimato. La mayoría son campesinos que tuvieron que abandonar sus tierras para esquivar los secuestros, las balaceras, los homicidios y las violaciones con los que, durante años, las guerrillas de un lado y los paramilitares de otro sometieron a la sociedad colombiana.

«Es un desplazamiento interno crónico que no logra resolverse. Desde hace más de 30 años, personas sin recursos que han dejado atrás todo van llegando como un goteo hasta los asentamientos improvisados a las afueras de los principales centros urbanos. Hay familias que han tenido que rehacer sus vidas varias veces y todavía no han logrado redefinir su proyecto de vida», explica Mauricio García Durán, del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) de Colombia.

Con más de ocho millones de personas en esta situación –según cifras de la Unidad de Víctimas del país latinoamericano–, Colombia es la nación con más desplazados internos del mundo. Hace más de tres años se concibió un camino para la pacificación del tejido social a través del acuerdo entre el Gobierno y las FARC, pero la violencia persiste en cada esquina. «El conflicto armado no ha acabado, ni mucho menos. Se ha reconfigurado. Hay presencia de diversos grupos armados antiguos y nuevos (ELN, disidencias de los grupos guerrilleros o grupos emergentes de la desmovilización paramilitar) y las amenazas siguen. Por eso, muchos continúan huyendo. Es cierto que en los últimos años el nivel de desplazamientos no ha sido como a finales de los años 90, pero en 2018 se contabilizaron 70.000 personas que abandonaron sus hogares», detalla. Una realidad que ha quedado invisibilizada por dos frentes. «Ha habido un crecimiento exponencial de los refugiados venezolanos en Colombia. Muchos han entrado de manera irregular al país y no están registrados, por lo que podrían ser más de dos millones. Esto deja poco espacio para los desplazados internos. Además, el Gobierno está montado en el argumento de que tras el acuerdo de paz con las FARC ya no hay conflicto armado interno. Esto es muy problemático, porque han suprimido las políticas de protección y atención a estas personas», asegura.

En el mundo, 50,8 millones de personas se vieron forzadas a huir en su propia tierra en 2019, según los datos publicados esta semana en el Informe Global sobre Desplazamiento Interno, un documento anual elaborado por el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés). Es el número más alto de la historia. Un récord vergonzoso cuyas consecuencias son palpables también en África.

Dos niños cruzan una calle inundada tras el paso del ciclón Idai en Mozambique. Foto: EFE/Josh Estey-’care.de’

Millones de desplazados climáticos

La sociedad de Mozambique lleva la injusticia tatuada en la piel. Más de la mitad de su población no tiene acceso al agua potable o a la electricidad, y se va a dormir con un agujero en el estómago. Las condiciones sanitarias son ínfimas y mucha gente solo puede tratarse con los curanderos tradicionales. La pobreza es lo único que abunda en sus comunidades. El 25 de abril se cumplió un año del impacto del ciclón Kenneth en el norte del país. Sus consecuencias fueron menos mortíferas que las del ciclón Idai, pero solo hay que ver las imágenes de los que avanzan con el lodo hasta los tobillos por las calles encharcadas para calibrar el desastre.

«Cuando se anunció que iba a llegar, los mozambiqueños estaban más preparados, porque sabían lo que pasó con el ciclón Idai. Sucedió un mes y medio después. Por eso, salieron de las zonas de riesgo y conseguimos ponerlos a salvo en las escuelas y las iglesias. Fallecieron 43 personas, pero los desplazados se cuentan por millares», asegura monseñor Luiz Fernando Lisboa, de la diócesis de Pemba, en la región de Cabo Delgado.

Cada vez hay menos rincones en el mundo a salvo del cambio climático. Solo en 2019 se registraron casi 2.000 calamidades naturales de todo tipo como tormentas, ciclones, huracanes, tifones e inundaciones, que provocaron 24,9 millones de nuevos movimientos en 140 países: la mayor cifra registrada desde 2012. Sin embargo, no son las inundaciones las que han provocado una de las peores crisis humanitarias de la historia de esta zona, en el noroeste de Mozambique. Desde hace casi tres años, su población convive con el terror más brutal. Los más afortunados han visto arder sus hogares, cosechas y comercios. Pero la mayoría han sido testigos de asesinatos, mutilaciones, torturas, decapitaciones… Esto ha provocado un estado de pánico general y la estampida de más de 100.00 personas de toda la provincia de Cabo Delgado hacia la capital regional, Pemba, situada a 2.600 kilómetros de Maputo. Desde allí describe esta crudeza el obispo brasileño: «El primer ataque terrorista fue el 4 de octubre de 2017. Comenzó con una estación de Policía. Los criminales quemaron todo y mataron a los que se interpusieron en su camino. Estos actos son cada vez más violentos. Aquí se han juntado las dos calamidades: el ciclón y la violencia ciega. Algunas casas se quedaron en pie después de la llegada de Kenneth, pero la gente prefiere dormir a la intemperie, en el campo, porque tiene miedo de que los terroristas lleguen y arrasen con todo».

Los ataques se producen de forma aleatoria y nadie sabe con certeza quién está detrás. «Algunos usan incluso uniformes de soldados. Tienen a su disposición armas y vehículos, por lo que se mueven fácilmente. La gente está muy confundida y asustada. Hay pueblos enteros abandonados, donde nadie se atreve a regresar. Parte de los desplazados está viviendo en casas de sus familiares en la capital. Pero la situación es muy precaria y grave. Por eso, el Papa llamó la atención del mundo sobre esta región, Cabo Delgado, y sobre la crisis que estamos sufriendo». La violencia campa a sus anchas en esta zona de Mozambique, lo que hace muy difícil determinar la frontera que separa al que emigra por las consecuencias del ciclón o los que lo hacen por miedo.

A diferencia de los refugiados, los desplazados internos son personas que no han cruzado una frontera internacional y que, por tanto, no entran en el paraguas de protección internacional de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados firmada en Ginebra en 1951. Esto los sitúa a los márgenes. Sus voces son los cantos del desarraigo. «Aunque están obligados a huir del mismo modo y por las mismas razones que los refugiados, los desplazados internos no entran en el sistema de protección internacional», denuncia en un documento la Sección de Migrantes y Refugiados, el organismo que creó el Papa en 2017 dentro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano integral para ocuparse de forma específica de estos colectivos.

Un grupo espera para recibir alimentos en un campo para desplazados internos en Mozambique. Foto: CNS

Nuevo documento vaticano

Esta publicación, titulada Orientaciones pastorales sobre los desplazados internos, es una guía para que las Iglesias locales ayuden a estas personas, habitualmente «olvidadas». A diferencia del «fuerte interés» que generan las migraciones entre países, resulta casi invisible quien se traslada de forma obligatoria dentro de su propio país. Esto aumenta su «vulnerabilidad» e impide que se «reconozcan adecuadamente» y se satisfaga la necesidad de «tutela de los derechos humanos y de asistencia humanitaria». Así, el protocolo del Vaticano se estructura en torno a cuatro verbos–acoger, proteger, promover e integrar– con los que se invita a los obispos a crear estructuras pastorales y programas específicos para atenderlos. En la presentación de la publicación, la pasada semana en Roma, el subsecretario de la sección para los Migrantes y Refugiados, el italiano Fabio Baggio, destacó la importancia de la colaboración en red: «Hay que coordinar los esfuerzos con las instituciones, las agencias internacionales y otras entidades de la sociedad civil». Por su parte, el cardenal Michael Czerny, con quien comparte tarea en el organismo del Vaticano, incidió en la perspectiva de que los desplazados internos puedan regresar a sus comunidades de origen para poder así tener «un papel activo y constructivo» en sus países.

La 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se celebrará el próximo 27 de septiembre con el título Como Jesucristo, obligados a huir, se centrará también en el cuidado pastoral de los desplazados internos. Otro gesto que refleja el interés de la Iglesia en escuchar el grito de los invisibles.