En la trastienda del mundo
Ojalá esta fotografía nos muestre la ruta del auténtico amor. Quizás rebuscando entre ese saco de restos de arroz encontremos al Crucificado
La mirada se nos va hacia lo que ya no existe, lo que no se puede ver. El mismo color gris de la ceniza con la que iniciamos la Cuaresma irrumpe en el Jueves Santo para mostrarnos el rescoldo del dolor de la trastienda del mundo. Los ojos se fijan en la ausencia. En ese lugar en el que debería haber una casa. En ese espacio que tendría que ocupar una mesa en la que compartir una comida con los tuyos. Ahí, en el vacío, un pequeño refugiado rohinyá ayuda a su madre a recuperar los restos de un saco de arroz parcialmente quemado en el último incendio que tuvo lugar la semana pasada en el campo de refugiados Cox’s Bazar, de Bangladés. Las llamas destruyeron cerca de 40.000 tiendas hechas con plásticos y mataron a 15 personas, pero más de 400 están desaparecidas.
Decenas de miles de rohinyás vivirán su particular Semana Santa entre los restos carbonizados de lo que fueron sus casas. Pero no son los únicos. Ocurrió lo mismo a muchos kilómetros de distancia, en Susan Bay, un área superpoblada de Freetown, en Sierra Leona, donde viven cientos de pescadores y pequeños comerciantes pobres atendidos por los misioneros salesianos. Hay lugares que siempre son infiernos. Se supone que las imágenes de una madre con su hijo deberían transmitir ternura y no estremecimiento. Ahora no tienen nada, pero antes tampoco. Se han acostumbrado a vivir hacinados en el campo de refugiados más grande del mundo. Allí deambula en la miseria esta minoría musulmana a la que los militares que controlan Myanmar quitaron la nacionalidad en 1982 y después comenzaron a eliminar paulatinamente, incautando sus tierras, quemando sus casas y matando a muchos delante del resto de la aldea. En medio de estos asentamientos, construidos a espaldas del mundo, los rohinyás constituyen la mayor comunidad apátrida del mundo. La pobreza convertida en jaula.
Jesús también murió por esta madre rohinyá que sueña por encontrar un sitio donde el miedo al mañana no sea tan fuerte como para obligarla a huir. Vivir la Pasión también es ver el sufrimiento de quienes llegan a los campos de refugiados porque no tienen alternativa. Me vienen a la mente las palabras del Papa Francisco durante su encuentro con un grupo de rohinyás en su visita a Bangladés: «En nombre de quienes os han perseguido, os pido perdón» Al finalizar la Misa del pasado Domingo de Ramos, el Pontífice recordaba que, en el vía crucis cotidiano, nos encontramos con los rostros de tantos hermanos en dificultad: «No pasemos de largo, dejemos que nuestro corazón se mueva a compasión y acerquémonos. En este momento, como el Cireneo, podemos pensar: “¿Por qué justamente yo?”. Pero luego descubriremos el don que, sin merecerlo, se nos ha concedido».
Probablemente no será el último incendio en Cox’s Bazar ni en Susan Bay, pero ojalá esta fotografía nos muestre la ruta del auténtico amor. Quizás rebuscando entre ese saco de restos de arroz encontremos al Crucificado. Y mirando la cruz descubriremos que Él está siempre allí. Junto a los que tantas veces olvidamos.