En la Iglesia también se juega en equipo
El seminarista al que fotografió Ramón Massat, intentando parar un gol inevitable, cuenta, 46 años después, cómo esa instantánea llegó a convertirse en una de las mejores del fotógrafo español. El padre Lino Hernando, actualmente párroco de Nuestra Señora de Covadonga (Madrid), relata su experiencia como sacerdote diocesano
Una foto –podría decirse, de algún modo– ha marcado la vida de don Lino Hernando, un sacerdote de 68 años, que, siendo seminarista, convirtió una pequeña rutina, como la de jugar al fútbol durante el tiempo de la siesta, en una de las mejores instantáneas tomadas por el fotógrafo español Ramón Massat, por su espontaneidad y perfección. Un tiro que no logró parar; sin embargo, a pesar de que fue gol, el objetivo de Massat hizo de este instante una foto que ha dado la vuelta al mundo; fue publicada por primera vez en el periódico Ya, con motivo del Día del Seminario; fue expuesta en el MOMA (Museo de Arte Moderno), de Nueva York; y le sirvió al fotógrafo para conseguir el Premio Nacional de Fotografía en 2004.
Tras 45 años en el ministerio sacerdotal, don Lino sigue conservando su porte atlético, aunque con achaques que le impiden repetir la palomita que el fotógrafo captó, pero sigue con la misma fortaleza e ilusión que tenía cuando entró en el Seminario Conciliar de Madrid, con tan sólo 11 años. Desde que se ordenó, en 1961, ha pisado parroquias de todo tipo, aunque todas en Madrid: los primeros años los pasó como coadjutor en una parroquia de la Sierra madrileña, pero la experiencia más intensa fue su labor, durante 30 años, como párroco de San Isidro, en el barrio de Carabanchel, una parroquia que tuvo que poner en marcha. Después estuvo al frente de la céntrica parroquia de San Sebastián y, actualmente, está al cargo de la parroquia Nuestra Señora de Covadonga, situada en el Barrio de Salamanca, de la capital.
El padre Lino se formó durante 23 años para ponerse al servicio de los demás, de Dios y de la Iglesia, una Iglesia que, según él, ha cambiado mucho durante los últimos 40 años, pero que ha mantenido el mismo mensaje, un mensaje que califica de «esencial y necesario».
Cuando, en 1960, Massat hizo la famosa foto, el chándal ya había entrado en el Seminario, pero explica don Lino que sólo lo utilizaban para los partidos, y que la instantánea plasma los momentos de recreo en el que algunos compañeros disfrutaban para chutar, con sotana, después de comer, y en los que él siempre se ponía de portero, mientras que otros estudiaban o dormían la siesta.
El sacerdote, natural de Luzón (Guadalajara), deportista de pro y comprometido con su misión, asemeja la Iglesia a un equipo de fútbol en el que «hay que vivir en comunidad, como los apóstoles, y presididos por Pedro, el Papa». Valora que la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II, llevó a cabo una gran apertura: «Pasó de vivir, en buena parte, en la ley y la costumbre, a vivir más plenamente del Espíritu», y destaca que, desde entonces, los sacerdotes diocesanos han vivido más cerca de los feligreses, más atentos a lo que se vive en la sociedad, y opina que esto ha podido servir para madurar más en la misión sacerdotal.
Iglesia y familia
Ante el lema de este año del Día de la Iglesia diocesana: Tu familia: una pequeña Iglesia, tu Iglesia una gran familia, el padre Lino piensa que la clave para ponerlo en práctica está en el encuentro íntimo del ser humano con Jesucristo. Considera que, para que la Iglesia sea considerada como una verdadera familia, hace falta que la gente experimente a Jesucristo en sus vidas, para así poder reconocer a la Iglesia como una madre amorosa y protectora, y no como una severa y anticuada institución, como se plantea en este mundo secularizado.
Don Lino cree que, para que en una familia se viva una Iglesia doméstica, es imprescindible que cada miembro mantenga una fe profunda. «Una familia que vive así -califica- ve a la Iglesia como madre, afronta los acontecimientos confiada en el Señor, el matrimonio permanece abierto a la vida…», y para ello se necesita «escuchar la Palabra de Dios, acudir a los sacramentos y acercarse a la oración».
El padre Lino habla de soluciones ante la secularización progresiva y el espíritu materialista actual, en una sociedad donde, quizás, «no nos persiguen, pero no nos hacen caso». Reitera que hace falta vivir la fe profundamente, y no quedarse en la superficie. Por eso valora muy positivamente los movimientos eclesiales y diversos carismas que surgieron tras el Concilio Vaticano II. Da gracias a Dios por haber conocido el Camino Neocatecumenal en 1970, porque asegura que le dio una nueva ilusión para ponerse al servicio de los demás, «caminando con un pueblo». Por eso, asegura que los diferentes carismas que conviven en la Iglesia potencian la familia, las vocaciones…, y vivifican el encuentro del hombre con Dios; pero también testifican que «el cristiano puede ser moderno», como dijo Juan Pablo II, y que, por supuesto, un cristiano puede jugar al fútbol, aunque le metan goles.