Daniel Almagro, vecino de Tres Cantos (Madrid): «En la Iglesia hay mucho clericalismo y falta valentía»
Vive con doce jóvenes africanos al borde de la M-607, la autovía que une Madrid con Colmenar Viejo. Se casó con Lola en 2007 y acaban de tener a Magdalena, su tercera niña, su sexto hijo. Son una familia misionera de frontera. Atípicos. Rompedores. Incómodos. En la cuneta de la Misión Emmanuel hay una capilla dedicada al Espíritu Santo. Al aire libre. «Es mi rincón favorito, aquí desconecto», explica Daniel elevando la voz sobre el ruido del intenso tráfico
Ustedes son santos. No es una pregunta.
Santos en proceso [Daniel sonríe y mira a Lola, que tiende la ropa, junto al huerto, con Magdalena dormida a sus pies en el moisés].
Un proceso avanzado… ¿Qué entiende por santidad?
Santidad es fiarse de Dios. Y quien se fía de Dios se fía de su hermano. Y lo necesita cerca porque lo ama, saltándose las cortapisas. Los santos son gente accesible aunque a veces hagan cosas raras, pero no son extraños.
Abrir una misión africana en Madrid suena raro.
Mi carisma siempre fue muy africano y al pie de la cruz, como el de Comboni. Estuve seis meses en Chad trabajando en un hospital, murió mi madre, como mi hermana tenía problemas, me tuve que volver. Vi que cada vez venían más africanos, sobre todo de Camerún. Empecé a trabajar en las parroquias para que se apoyasen entre ellos.
¿Cómo surge la idea de esta misión?
Veíamos que había chavales que llegaban de África y se quedaban fuera de todos los programas porque no cumplían el perfil. Había que acogerlos. Se lo pedí a Dios. Lo puse en sus manos y apareció esta casa.
Con los niños…
Venirme aquí a vivir fue lanzarme [hace un gesto agitando la mano y busca con la mirada a Lola]. Al principio pensé: ¿qué culpa tienen mis hijos de esta cosa mía con los africanos? Pero es que los africanos son hermanos de mis hijos. Y al final los niños son los que mejor se adaptan. No podemos utilizarlos como excusa, lo que tenemos que hacer es aprender de ellos y volver a ser como niños.
¿Por qué el nombre de Emmanuel?
Significa «Dios con nosotros». En cada uno de ellos veo a Jesús. Es mi motivación. No un Cristo lejano sino cercano, entre nosotros.
Lola y usted se ganan la vida como enfermeros. Ella, además, trabaja para una fundación social. Tienen una familia numerosa. ¿Cuántas veces les han dicho que están locos?
Muchas, muchísimas [risas y más risas]. Sí, estamos un poco locos. Pero es que el objetivo no son solo los africanos. La misión es también para que se vea que si yo, que soy un necio, puedo hacer esto ¿qué no podrán hacer los que saben?
Parece que se fían mucho de la Providencia.
Hay que confiar para vivir de la Providencia. Si no te lanzas, no notas del todo la mano de Dios. Mira, el verano pasado pensábamos que íbamos a tener que cerrar porque solo nos quedaban 2.000 euros y aquí gastamos 2.700 al mes. De repente llegó una persona que no conocíamos de nada y nos dio dinero para continuar. [Daniel abre los brazos con las palmas hacia arriba y encoge los hombros dando por supuesto que estas cosas son normales].
Dice el Papa que no hay que copiar a los santos, que cada uno debe sacar a la luz lo mejor de sí mismo. ¿Qué es lo mejor que usted tiene?
Mis debilidades. Me mantienen en el suelo, me hacen valorar lo conseguido y estar siempre en un trabajo interno de búsqueda de la paz.
Los santos son incómodos. Dice Francisco que nos sacuden. ¿Su misión tiene algo de esto?
En la Iglesia hay miedo a que los laicos tomemos las riendas, porque hay mucho clericalismo y falta valentía. Pero es posible vivir al servicio de los demás con una entrega total. Y lo puede hacer cualquiera.
Conclusión: ustedes son santos.
[Silencio y sonrisa]. Yo hago esto porque me hace feliz. De verdad, creo que ya no sabría vivir de otra manera.