En la aldea - Alfa y Omega

Amanece en la aldea. Los pájaros rasgan el horizonte con líneas de luz. Huele a espigas recién cortadas y a café. No hay prisa: ningún sitio a donde ir, ningún lugar al que llegar. Se escucha el balido de algunas ovejas en la distancia. Saboreo el pan caliente y esta hora trémula. En Madrid nos hemos cansado de hospitales, de tratamientos tortuosos, de caídas y recaídas, de informes y de analíticas. La debilidad no te espera y, de repente, un día te ves navegando por los pasillos blancos como un polizonte en busca de puerto. Antes era para acompañar a mi hermana: un proceso lento y difícil. Ahora nos repartimos, según quien tenga consulta o algo más urgente. Dicen que Dios juega al escondite en estas situaciones, que se parapeta detrás de alguna cama o en el silencio más espeso. Yo creo que Dios no juega con nosotros, y si lo hace es para alegrarnos o consolarnos, nos agarra de la mano para saltar o para susurrar un teléfono estropeado besando nuestros oídos. Yo solo puedo dar gracias por tanto cariño, por tantas muestras de amor verdadero, por mi familia de casa y mi familia de la parroquia, por la tendera del barrio y por los médicos, por el conductor del autobús y por la florista de la esquina.

Hemos podido volver unos días a la aldea. Aquí todo tiene sabor a eternidad, es como si el reloj se detuviera. Cae la tarde. Se escucha a los perros ladrar. Huele a caldo y a verduras frescas. El fuego tiene algo hipnótico que hace humedecer mis ojos. Cada día tiene su afán. La luz del crepúsculo dibuja un horizonte para beberse a sorbos, lentamente. Mi hermana y yo sentados, con las manos entrelazadas, con la piel ajada, con el corazón tan vivo. Qué fortuna es tener esta aldea donde poder regresar para mirar profundo, para sentir, para respirar hondo y dejar a Dios ser Dios. Y si no tenemos como lugar una aldea, que siempre haya un punto donde volver a hacer presencia, donde parar el reloj para dar cuerda a la esperanza.

Anochece. Las estrellas se multiplican en el cielo. Frágil, doliente, humilde, pobre. Siempre, y por encima de todo, agradecido desde mi aldea.