Lidia acaba de entrar en las clarisas de Algezares: «En enero del año pasado no creía en Dios»
El convento murciano de Santa Verónica lleva siete años «de fiesta», con numerosas vocaciones. La última, la de Lidia.
«Total, son cuatro días que no me van a hacer daño», pensaba la murciana Lidia Cortés cuando una prima la invitó a ir a una convivencia la última Semana Santa. El fin de semana pasado, a sus 22 años, ingresó como aspirante en el convento de Santa Verónica de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Algezares (Murcia).
«En enero del año pasado ni siquiera creía en Dios», asegura en entrevista con Alfa y Omega. Pero su prima insistía: «Tienes que venir y conocerlas». Así que Lidia pidió permiso en el trabajo y se plantó allí el Jueves Santo.
«Yo pensaba esas mujeres eran pobrecitas a las que la vida no le había ido bien, con sus parejas y en sus trabajos, y que se habían conformado con eso», explica. No le entraba en la cabeza que, «en pleno siglo XXI, esta gente se creyera esa historia de Jesús».
Sin embargo, todo cambió el Viernes Santo durante la adoración a la Cruz. «Me arrodillé y me puse a llorar —recuerda Lidia—. Cuando me levanté tenía el corazón a mil y tuve que salir a la calle. No entendía nada, porque no tenía ningún sufrimiento en mi vida. Pensé que simplemente me había emocionado con las canciones y ya».
Los días siguientes los pasó un poco más abierta a la experiencia, pero al volver a su casa se empezó a sentir desubicada. «Lloraba y no tenía ganas de comer. Y entonces decidí hablar con ellas para que me explicaran qué me había pasado», narra.
Las religiosas le dijeron que había tenido un encuentro con Dios y que tenía que ir poco a poco, y así es como Lidia empezó a hablar con ellas con asiduidad, «sin que saliera la vocación por ningún lado», señala.
Pero ir al convento la enganchaba, no quería irse, y al volver de otra convivencia, un mes después, sintió la misma apatía que la otra vez. «Empecé a necesitar ir a Misa, confesarme, recibir a Cristo en la Eucaristía, cosas muy raras que antes no hacía», ríe.
Con el paso de los meses, le surgió una pregunta: «¿Cómo te agradezco todo eso, Señor?». Porque, añade, «solo me salía entregarme a Él, hacerme una bolita de plastilina y que me hiciera como Él quisiera. No podía seguir con mi vida como si nada hubiera pasado».
Hoy, desde la distancia que da la conversión, la Lidia de hoy le diría a la de hace un año «que no tuviera miedo a nada, que merece la pena vivir la vida hasta el fondo y que algo mejor va venir». Y, sobre todo, «que nada ni nadie en el mundo te va dar tanta felicidad como la que ofrece Dios».
Además de la entrada de Lidia, las clarisas de Algezares recibieron este verano a dos chicas más y, poco antes, a otras cuatro que ahora son profesas temporales. «Llevamos siete años de fiesta», dice con humor la abadesa, la hermana Leo.
Para ella, «no hay ningún secreto». «No hacemos nada especial. Solo mostramos lo que vivimos a través de las redes sociales y organizamos tres encuentros al año con jóvenes para que se puedan encontrar con el Señor», explica.
También realizan una cuidada labor de acompañamiento espiritual a muchas chicas «sin afán vocacional.«Simplemente, damos lo que tenemos. Al final, es cuestión de mirada, de tener la mirada de Dios sobre tu vida. No es lo mismo ver lo que te pasa desde ti que hacerlo desde los ojos de Dios», concluye.