En el principio estuvo África
Sospecho que Dios tiene un plan para África dentro de la obra de la redención y que Carlos de Foucauld, testigo de Cristo en
África entre los africanos, lo percibió con tanta intensidad que no pudo resistirse a la llamada del Señor en aquel sitio
El pasado domingo, 15 de mayo, el Papa Francisco canonizó en la plaza de San Pedro a diez beatos. Digamos aquí sus nombres: Tito Brandsma, Lázaro Devasahayam, César de Bus, Luis María Palazzolo, Justino María Russolillo, Carlos de Foucauld, María Rivier, María Francisca de Jesús Rubatto, María de Jesús Santocanale y María Doménica Mantovani. Hay entre ellos un mártir del nazismo, dos religiosas y fundadoras y un hombre como Carlos de Foucauld, padre del desierto contemporáneo. Todo esto ya se lo había anunciado Alfa y Omega con la debida antelación, así que no es preciso insistir en ello.
Esto me deja a mí el espacio restante para hacerles una confesión. Supongo que todos tenemos devoción especial a algunos santos. Por ejemplo, en mi caso, tienen un lugar especial en mi corazón san Cosme y san Damián, los dos hermanos médicos y mártires –no me hagan chistes fáciles con la política madrileña– torturados, quemados vivos y decapitados por orden del emperador Diocleciano. Los ciudadanos ideales de Florencia –ya dijo Bruni que «todo oprimido, todo perseguido, todo exiliado, todo combatiente por una causa justa es idealmente florentino»– tenemos a estos santos muy cerca de nosotros por si acaso vienen mal dadas. Nunca se sabe. Pues bien, de entre todos los beatos canonizados este domingo hay uno que para mí es especial. Me refiero a Carlos de Foucauld (1858-1916). En el fondo (quizás debiera decir en el principio) estuvo África. Es un amor que él tuvo y que yo mantengo sin quebranto. No me sorprende que Jesús se retirase al desierto. Lo que admiro es que quisiera volver a redimirnos a todos en lugar de cansarse de los pecados del hombre. Este santo, muerto en Tamanrasset en el año 1916, fue militar, geógrafo, explorador y sacerdote. Pudo haber logrado mucho en este mundo, pero prefirió atesorar riquezas que no caducan y lo hizo en Argelia. Foucauld quería «gritar el Evangelio con toda su vida» y que los demás dijesen: «Si tal es el servidor, cómo entonces será el Maestro?».
África suele aparecer en los informativos como un lugar de sufrimiento o de exotismo, pero no de santificación de la vida ni de santidad de los hombres. Sin embargo, sospecho que Dios tiene un plan para África dentro de la obra de la redención y que Carlos de Foucauld, testigo de Cristo en África entre los africanos, lo percibió con tanta intensidad que no pudo resistirse a la llamada de Cristo en aquel sitio. Ya se sabe que, cuando Él llama, uno abandona a su padre, a su madre, a sus hermanos y hasta a sus muertos para seguirlo.
Carlos de Foucauld y los restantes nueve nuevos santos se encontraron con Cristo y fueron con él hasta el final, es decir, hasta el Paraíso.
Que estos diez ejemplos de vida rueguen por nosotros.