En el laberinto de la culpa
Haría una llamada para que los movimientos con dinámicas y estructuras de poder abusivas se revisen y sean revisados
Felizmente casado, padre de cinco hijos, arquitecto apasionado y siendo Jesús lo primero en mi vida, mi fe se ha visto agigantada de una forma, para mí, inexplicable. Aunque sigo sufriendo, pido al Señor que me renueve esta enorme gracia. El Proyecto Repara ha sido el bálsamo que necesitaba, con el que vi la mano de Dios actuando en mi vida.
Antes nunca nombraba al Opus Dei fuera de mi entorno. Ahora pienso que no es malo poner apellidos, porque es un tema de personas abusadoras concretas que están encubiertas por la institución a la que pertenecen. No tengo duda de que esto daña por no afrontar la verdad, pues la Iglesia ha pedido perdón por los abusos y, en cambio, sus ramas o formaciones no dan el paso, excusándose de 1.000 maneras.
Con 14 años fui empujado para ir a una convivencia con un club del Opus Dei. Tuve que telefonear a mis padres delante de un sacerdote, que vigilaba lo que tenía que decirles para así conseguir su permiso. Ya entonces, fui brutalmente presionado de forma planificada entre las personas que hablaron conmigo para que entrara en la organización, bajo amenaza de condenación eterna si no lo hacía. Accedí llorando y aterrado. Me obligaron a ocultar mi entrada a mis padres durante unos meses. Me amoldé un tiempo, pero tras el curso anual de un mes descubrí que no podía soportarlo. Me salí y mi padre me protegió. Luego mi hermano y mi madre entraron en la institución. Con 18 años me marché fuera de mi ciudad a estudiar. Pedí ayuda espiritual y psicológica. Caí en depresión. Tuve que acudir al psiquiatra. Pasé años muy duros, sin comprensión ajena, pero me rehíce y volví con fuerzas renovadas. Empecé a trabajar y me casé, pero mi padre murió (mi gran apoyo) y el trauma saltó. Parte de mi familia es de la Obra y me muevo en un entorno favorable a la misma. Siempre he tenido roces, pues me tachaban sin razón del raro por no acatar sus reglas. Cuanto más intentaba explicarme más me señalaban. Entonces, lo mejor era callar.
Lo peor y más sangrante es que no reconocen el «acoso» espiritual ni el poder que ejercen. No reconocen que manipulan las conciencias haciendo un lavado de cerebro teologal que te lleva a un encuentro con Cristo puramente nominal, no con la Persona de Jesús vivo. La superioridad de sus sacerdotes hace que los miembros acaten sus consejos sin más, quedándose tranquilos con obedecer y no pensar. Estoy seguro de que, en ocasiones, lo harán bien; pero en otros casos, como en el mío, no fue así.
El año pasado hubo un punto de inflexión en mi vida. Ese día recibí la gracia, mi rutina de pecado desapareció, dejé mis malos hábitos y mis miedos se redujeron. Mi confianza en el Señor se multiplicó y, desde entonces, tengo una serenidad y una fuerza que nunca he tenido. Vivir con miedo es no vivir. Me ha costado madurar en la fe por el miedo inoculado. He vivido una fe infantil, con un trato vago con el Señor por la falta de tranquilidad que me creaba la duda generada por aquellos que desde los 14 años manipularon mi conciencia. Se nos decía que mucho pensamiento externo era negativo, que si había duda y te quitaba la paz era del demonio, por lo que debíamos acatar y no pensar. No me había sentido ni entendido ni comprendido hasta que Repara me abrió los brazos y recuperé la esperanza que nunca había dejado, pero que estaba paralizada. Con este apoyo dejé de luchar contra mí mismo y vi que yo no era culpable. Haría una llamada para que los movimientos con dinámicas y estructuras de poder abusivas se revisen y sean revisados; para que dejen de meter a sus víctimas en el laberinto de la culpa. Los cristianos estamos llamados a evangelizar, pero no a suplantar el lugar de Dios ni a dominar a las personas.