El Evangelio tiene páginas enternecedoras sobre el cariño que Jesús sentía hacia los niños. El Papa Francisco también participa de esta predilección hacia los niños. La última vez que habló de ellos fue el pasado miércoles. Decía: «Muchos niños desde el principio son rechazados, abandonados, despojados de su infancia y de su futuro. Alguno osa decir, casi para justificarse, que ha sido un error hacerles venir al mundo. ¡Esto es vergonzoso!» El Papa tenía delante los países en vías de desarrollo. En esos mundos hay –¡todavía hoy!– muchos niños marginados, abandonados, mendigando por las calles, intentando a su manera sobrevivir, sin escuela, sin atención médica. Y lo que todavía es más grave: siendo «presa de criminales, que les explotan para el tráfico y el comercio indigno, y los adiestran para la guerra».
Pero los niños no sólo sufren violencia y explotación en los países del tercer y cuarto mundo. También en los llamados países ricos los niños viven dramas que les marcan de modo muy fuerte debido a la crisis de la familia, los vacíos educativos y algunas condiciones de vida que, a veces, son verdaderamente inhumanas.
Pero quizás la mayor violencia contra los niños tiene lugar en la mentalidad antinatalista que se ha difundido e instalado en la sociedad occidental y, más en concreto, en la europea y la española. Es terrible pensar que la llegada de un niño a este mundo sea considerada como un problema y un obstáculo para la vida de los padres. Una sociedad así es una sociedad decrépita, sin horizonte, amenazada de extinción y condenada a la pobreza, incluso material.
Valdría la pena que reflexionáramos sobre estas palabras del Papa: «Pensemos cómo sería una sociedad que decidiera establecer este principio: Es verdad que cometemos errores. Pero cuando se trata de niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos se juzgará demasiado costoso para evitar que un niño piense que es un error. ¡Qué bonita sería esa sociedad!».
Afortunadamente, cada vez son más los padres que realizan todo tipo de sacrificios por sus hijos con una sonrisa permanente en sus labios y en su alma.