En el cielo hay una Estrella
Dando frente a la Cueva, donde se halla la Virgen de Covadonga, en el monte Auseva, se encuentra la estatua en bronce de Don Pelayo, que tiene en su pedestal estas frases de la Crónica del Rey Alfonso II: «Nuestra fe está en Cristo. De éste modo vendrá la salvación de España».
Para los que con ligereza hablan del pueblo asturiano, he aquí un comentario del que fue Presidente de Asturias en los recientes tiempos de la transición española, el socialista don Rafael Fernández Álvarez: «Con frecuencia se habla de anticlericalismo de los asturianos, pero se olvida que quienes tienen fama de ser más descreídos, de ser más blasfemos, que son los mineros, resulta que todos llevan al cuello una medalla de la Virgen o una cruz…; y no hay fiesta en esta región que no lleve el nombre de una santa o de un santo».
Cuenta Ambrosio de Morales, en su Viaje santo a Covadonga, en 1777, que la intervención de nuestra Señora, que se venera en Covadonga desde tiempo inmemorial, y el esfuerzo de los naturales del país, conducidos por el Infante Don Pelayo, de la sangre real de los godos, inutilizó la acometida de los árabes, que por Cangas de Onís y La Riera venían a atacar a los asturianos, amparados éstos en el monte Auseva y en la estrechura de Covadonga. El suceso —puntualiza— acaeció a primeros de agosto del año 718. De esta victoria resultó la libertad de Asturias y el comienzo de la Reconquista, que concluyó en Granada el 2 de enero de 1492.
La devoción a la Virgen de Covadonga fue, entre los españoles de aquellos tiempos, una libre y sentida obligación común, que en los siglos sucesivos experimentaron copiosamente su patrocinio, acudiendo de todas partes a Covadonga. Cuenta la tradición que la antigüedad de la devoción a la Virgen de Covadonga es desconocida. La imagen ya era venerada en el interior de una cueva natural que había en el monte Auseva antes de la invasión árabe, cueva que por su forma especial se la denominó Covadonga o cueva-longa, es decir cueva larga.
El primer acto de Don Pelayo, cuando se retiró después de la batalla con los suyos al monte Auseva, fue consagrar a María, en la imagen de la Virgen de Covadonga, a toda su gente y sus empresas.
Canta con gozo y alegría el himno a la Virgen de Covadonga en su estrofa primera: «¡Bendita la Reina de nuestra Montaña/ que tiene por trono la Cuna de España!». Siglos después vinieron años turbulentos para la historia de España y para Covadonga.
Y llegó el 18 de julio de 1936. El santuario y su entorno quedó desierto y la Virgen sola. Se oía hablar de incendio de iglesias, de quema de imágenes, de asesinatos… Una siega satánica de hoces y de cruces, como dijo Pemán. Un día unos vecinos que habían subido al sagrado recinto para ver qué había sido de la Virgen, vinieron con la noticia de que no estaba en la cueva. La Santina, nombre cariñoso y familiar que en Asturias se da a la Virgen de Covadonga, había desaparecido. Se supuso lo peor, pero un rayo de esperanza alentaba, como el deseo de un milagro, en el alma de muchos asturianos.
Pasaron meses y meses de guerra y dolor, y sin noticias de la Virgen de Covadonga. Cesó la guerra en Asturias el 20 de octubre de 1937; callaron los cañones definitivamente el 1 de abril de 1939… Y no había información alguna sobre la Virgen. Y, de pronto, la gran noticia: en la embajada de España en París había aparecido, embalada en un cajón, la imagen de la Virgen de Covadonga. Manos asturianas o devotas de la Virgen la había librado de los horrores de la guerra. Volvió a Asturias la Santina en viaje triunfal y procesionando. Entró por el Puerto de Pajares y recorrió la Asturias minera, la marinera, la labriega, entre rezos continuos, cánticos y aplausos. Después, volvió a su trono, que la aguardaba en la Cueva.
Cincuenta años después, el 20 de agosto de 1989, llegó en peregrinación hasta los pies de la Santina el Papa Juan Pablo II, y le dijo en un largo y emocionado saludo: «¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia! He subido a la montaña, he venido hasta tu Cueva, Virgen María, para venerar tu imagen, Santina de Covadonga. Con tus hijos de Asturias y de España entera quiero hoy proclamar tus glorias y unirme a tu canto: ¡Tú eres la sierva del Señor, nuestra Madre y Reina!».
En el mes de junio pasado, el Papa Juan Pablo II recibió a los obispos a quienes les había otorgado el palio. Al llegar ante él monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Oviedo, Juan Pablo II le habló de la Santina, y le dio un mandato: «¡Cuídala!».
En Asturias hay una canción con sabor de rezo, y que se canta con cierta solemnidad:
«¡Santa María!…
En el cielo hay una Estrella
que a los asturianos guía».
Que así sea.
A. J. González Muñiz