En el búnker de los secretos vaticanos
Tras más de cuatro décadas al frente del Archivo Apostólico Vaticano, su prefecto cuenta en un libro algunas historias poco conocidas, como el interés de Napoleón por una bula o el juicio de Galileo Galilei
Pocas personas conocen en profundidad los 86 kilómetros de estanterías ubicadas bajo tierra en el sótano del Vaticano, en un búnker de hormigón armado de dos pisos, a prueba de fuego y bombas, que alberga el 80 % de los documentos archivados en los últimos doce siglos de la vida de la Iglesia. Después de más de cuatro décadas recorriendo diariamente esos pasillos laberínticos, el prefecto del antiguo Archivo Secreto Vaticano, Sergio Pagano, cuenta ahora muchos de esos entresijos en una entrevista con el periodista Massimo Franco que ha sido plasmada en el libro Secretum y que revela detalles de algunos de los asuntos que han dado mucho de qué hablar a lo largo de la historia: desde la carta que envió Inglaterra al Papa Clemente VII para que anulase la boda de Enrique VIII con Catalina de Aragón, y así este podría casarse de nuevo con Ana Bolena, hasta el cónclave de 1922, que fue financiado por Estados Unidos ya que, cuando abrieron la caja fuerte tras la muerte del Papa Benedicto XV —que no era muy responsable en materia financiera—, estaba vacía.
Eso sí, Pagano desmiente las teorías conspirativas y leyendas negras que se han creado en el imaginario popular, como que tienen el oro de los nazis, que esconden cabezas de marcianos e, incluso, reliquias de la Pasión de Cristo: «Sé que hay una historia increíble sobre esa inscripción en la cruz de Jesús, en la que aparecen las siglas INRI. No creo que alguien la despegara en ese preciso momento para esconderla y después entregarla… Es todo, aquí sí, de marcianos. Pero me impresiona que la gente me haya pedido ver una copia o la inscripción, dando por hecho que está aquí. Nada es cierto. No hay clavos ni reliquias. Estos, si los hay, se encuentran en las basílicas». Precisamente, para evitar ese halo de misterio arraigado históricamente al Vaticano, el Papa Francisco decidió cambiarle el nombre a este archivo en 2019, sustituyendo el adjetivo secreto por apostólico, para intentar quitarle cualquier tipo de connotación negativa ligada al secretismo.
El contenido de algunos de los escritos clasificados ha generado un gran interés década tras década, llegando incluso a tiempos de Napoleón Bonaparte, quien «estaba interesado en los manuscritos y en las preciosas obras de arte que se conservaban en los archivos». Pero hubo uno en concreto que, como explica el prefecto, quería conseguir el emperador francés: «Cuando anexó los Estados Pontificios el Papa lo excomulgó automáticamente y ese era el papel que buscaba. Quería saber exactamente qué contenía esa bula». Los franceses confiscaron gran parte de los documentos del archivo de la época, incluidos muchos juicios de la Inquisición, que fueron «quemados, destruidos o vendidos como papel usado. Al menos 2.000 están desaparecidos». Muchos se los llevaron a París y nunca volvieron, aunque la gran mayoría sí que regresaron a Roma. Entre estos últimos estaba el juicio de Galileo Galilei, uno de los más buscados al principio hasta que, «cuando vieron que no había denuncias de torturas contra él, el interés decayó».
Sergio Pagano conoce muy bien la historia de Galileo, ya que la investigó durante cuatro años, de 1980 a 1984, cuando Juan Pablo II instituyó una comisión para esclarecer qué había ocurrido durante el juicio contra el científico. Un caso que se retomó 400 años más tarde y que, según el prefecto, se debió a que «siempre fue una espina clavada en el costado de la Iglesia». En 1616, años antes del proceso, el cardenal Bellarmino convocó a Galileo a su palacio, «seguramente por orden de Pablo V». Le dijo que no debía defender ni enseñar, ni hablar sobre la teoría de Copérnico, que abogaba por el sistema heliocéntrico, en paralelo a lo que decía la Iglesia sobre el geocentrismo. En 1633 fue juzgado por desobedecer este precepto, pero no por herejía: «Galileo no fue condenado como hereje, sino como “vehemente sospechoso de herejía”, es decir, de haber sostenido una teoría contraria a las Sagradas Escrituras». Por ello, el astrónomo italiano, con entonces 70 años, tuvo que retractarse arrodillado, con una vela encendida en la mano izquierda y tocando con la derecha el Evangelio: «Fue una enorme humillación. No podemos negar esto».
En el tiempo en el que el prefecto estudió el caso de Galileo Galilei, un cardenal anciano lo invitó a su casa y, durante la conversación, le dijo: «Si encuentra algo entre los papeles que pueda causar daño a la Iglesia, destrúyalo». Pagano explica que fue algo «excepcional» y que todos los prelados que ha conocido a lo largo de sus más de 40 años dentro del archivo del Vaticano, incluido el entonces Ratzinger, han estado, como él, «en puestos de pura investigación histórica. Sin censura y sin miedo».
Massimo Franco
Solferino
2024
448
20,50 €