En defensa del orden
No conformarse es natural, porque hemos sido creados para algo que se nos escapa. Por eso conviene mirar a las instituciones y tratar de mejorarlas, añadiendo un nuevo enfoque. Reformar la casa en vez de incendiarla
Cómo será la cosa que Macron, todo pompa, y Brigitte, le han dicho al rey Carlos que no cruce el canal de la Mancha no vaya a ser que le caiga encima algún manifestante como el de la foto, con su fuego y su cara tapada, a lo Mayo del 68 pero en versión ChatGPT. Hemos vuelto a las barricadas porque tenemos instituciones que no discutimos. Damos por hecho que están ahí y que estarán siempre. Vemos a los tiranos como si fueran los malos de una película ajena y lejana, vagamente bielorrusa. Lo nuestro es la democracia consolidada, pensamos, y por eso creemos que podemos trabajar activamente contra ella. Pero la democracia es institución, es aburrimiento, es el tedio de Tamames y una comisión interminable, una moción sobre peajes y un ujier pasado de peso. Todo lo que no sea institución es derrota.
La protesta puede ser un aderezo, una necesidad incluso cuando los años aún no pesan, pero fuera del parlamento no existe nada. Es peligroso apellidar la democracia: orgánica, popular o lo que se les ocurra. Delegamos el poder que nos es natural porque no tenemos tiempo para asfaltar calles, regular la edad de jubilación o declarar guerras y con regularidad ponemos o echamos a quien nos plazca, que por eso la política es siempre una decepción. Pero si la reforma de las pensiones no nos gusta lo suyo es mandar a Macron al paro o de vuelta al PSOE francés. Quemar contenedores, por muy estética que quede la foto, es siempre perder la razón que uno pudiera tener. Si se fijan, la revolución de hoy no pasa de postureo adolescente. Es como el antifranquismo de 2023, tan cómodo y pernicioso que permite a los errejones diversos reírse de los viejos que pisaron la trena por defender las instituciones desde las que ahora los insultan.
Si se fijan, todo en ese muchacho enfadado es pose y ropa cara. Mucho más cara, a buen seguro, que la que podrá comprarse el trabajador de la limpieza que al día siguiente tendrá que arreglar el estropicio. ¿Qué valor hay en el ruido y la furia diseñados para una story de Instagram o, peor, de vídeo efímero para TikTok? Si al señor ese del fondo le diera por recobrar la vida y bajarse del caballo ya tendría calle para correr el joven revolucionario. Lo único seguro de esa imagen es la certeza de que, en apenas unos años, el muchacho del fuego acabe votando al Macron de turno. Porque la edad llama al orden, sea el que sea. Los chavales del 15M montaron un partido y ahora pastan en presupuestos varios. Y aquí viene la pregunta chestertoniana por excelencia: «¿Por qué imaginan los necios que el alma es libre solo cuando discrepa del orden común?». No conformarse es natural, porque hemos sido creados para algo que se nos escapa. Por eso conviene mirar a las instituciones y tratar de mejorarlas, añadiendo un algo, una pizca, una pequeña ley, un cierto entusiasmo, un nuevo enfoque. Reformar la casa en vez de incendiarla porque la utopía nunca llega. Vivir así, en esa paz que da no endiosar la democracia que nos hemos dado, pero asumiendo con naturalidad que al césar lo que es del césar y a Dios, a cuyo cielo no se llega por asalto, todo lo demás.