En defensa de la objeción de conciencia
Sin ella no hay verdadera libertad y, sin libertad, se ve comprometida la dignidad de todos
La semana pasada, coincidiendo con la solemnidad de la Anunciación del Señor y la Jornada por la Vida, la Conferencia Episcopal Española publicó una nota doctrinal en defensa de la libertad de conciencia, encabezada con la cita «Para la libertad nos ha liberado Cristo», de la carta de san Pablo a los gálatas. El texto, elaborado por la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y aprobado por la Comisión Permanente hace unas semanas, incide en que los creyentes están «absolutamente obligados» a objetar ante prácticas que atentan contra la vida como la eutanasia y el aborto –superando las crecientes presiones– y lanzan el necesario recordatorio de que «la libertad no se puede separar de otros derechos humanos, que son universales e inviolables».
Junto al derecho a la vida, que es «el primero de todos», aparecen otros como la libertad religiosa, que debe garantizada porque el ser humano está «abierto a la trascendencia» y, además, hace grandes aportaciones a la búsqueda del bien común. No se trata solo de respetar la libertad de culto, como señala la nota, sino de ir más allá y reconocer a toda persona la posibilidad de ordenar sus acciones y decisiones según su conciencia.
En una sociedad tremendamente individualista, hoy se están reconociendo como derechos simples «deseos subjetivos» y parece que algunas leyes no buscan más que «modelar la conciencia moral de la sociedad» –en expresión de los obispos–. La objeción de conciencia no es una especie de antiestatismo ni justifica cualquier desobediencia a las normas promulgadas por «las autoridades legítimas», sino que se ejerce frente a aquellas regulaciones que, precisamente, atentan contra elementos centrales de la propia religión o suponen un ataque a la dignidad humana o a «una convivencia basada en la justicia». Sin ella no hay verdadera libertad y, sin libertad, se ve comprometida la dignidad de todos.