Elogio de la misericordia en el viaje del Papa Francisco a Marruecos
El Papa Francisco abordó el tema de la fraternidad en su homilía del domingo sobre la parábola del hijo pródigo… en Marruecos
Una parábola de la misericordia para un papa de la misericordia. La proclamación de la parábola del hijo pródigo en la misa de un domingo de cuaresma en el complejo deportivo del príncipe Mulay Abdallah de Rabat es mucho más que una coincidencia. En efecto, Marruecos es un país con grandes necesidades, las de muchos de los que allí viven y las de no pocos de los que están de paso, los emigrantes. Es, sin duda, un lugar para la misericordia, y Francisco ha recordado en su homilía que los musulmanes se refieren siempre a Dios como el clemente y el misericordioso.
Esos rasgos los tiene, por cierto, el padre del hijo pródigo y de su celoso hermano mayor. Con todo, siempre me ha parecido que el título de la parábola está incompleto porque se centra en el hijo menor, y obvia a los otros dos protagonistas, el padre y el hijo mayor. Hay quien le llama la parábola del padre misericordioso, porque realmente lo es, tanto con uno hijo como con otro.
El padre, imagen de Dios, no quiere elegir a un hijo y dejar de lado a otro. No se conforma con alegrarse por la simple vuelta del menor, aquel que el mayor siempre había considerado el preferido de su padre, aunque tampoco le bastaría con mostrarse contento por la supuesta fidelidad del hijo mayor. A este respecto, el pontífice dijo en su homilía: «Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta. Pero, parece que al hijo mayor no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo», afirmó.
Para él, su hermano sigue perdido, «porque lo había perdido ya en su corazón». Se diría que el hijo que se quedó en casa tiene el espíritu de Caín, con el agravante de que este Caín es el «bueno» y detesta a Abel que es el «malo». Quizás el principal error de ese hijo es, como dijo a continuación el papa, es que prefiere la orfandad a la fraternidad.
En mi opinión, esto es también una advertencia contra la tentación de una doble vida. La de los que cumplen externamente con su trabajo o sus deberes cívicos, pero su «perfección» no les lleva a tener una mirada de indulgencia a las imperfecciones, o carencias, de los demás. Han recibido mucho, pero lo han guardado para sí mismos. Esta es una mentalidad, por así decirlo, de liberalismo manchesteriano, muy del siglo XIX, aunque vivamos en el siglo XXI. Una forma de pensar, no exenta de amargura, que no solo cuestiona la fraternidad sino el propio concepto de paternidad.
¿Cuál es el remedio para el cristiano que se deja llevar por esa marea de feroz individualismo? Muy sencillo, aunque a algunos les pueda parecer costoso. En palabras de Francisco: «Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Solo desde ahí podremos descubrirnos cada día como hermanos». Ese ha sido, sin duda, el gran error de las revoluciones políticas de los últimos dos siglos: muchas han proclamado la fraternidad, pero ésta carece de raíces profundas, porque es una fraternidad sin Padre.
Otro Francisco, el pobre de Asís, ha estado unido también al apretado viaje papal a Marruecos. En el acto ecuménico y encuentro con el clero en la catedral de Rabat, el papa Bergoglio recordó este mandato del fundador de los franciscanos a sus hermanos: «Id y predicad el evangelio, y si fuera necesario, también con palabras». A mí me ha recordado aquello que dice Lucas de Jesús, «comenzó a hacer y a enseñar» (Hch 1, 1). Primero está el hacer, eso sí, cimentado en la oración.
De ahí que la fraternidad se caracterice por los gestos, en obras y palabras. Un cristiano no puede conformarse con ser maestro, aunque sea un maestro acreditado, si no que ha de ser, a la vez, testigo. Pero, además, siempre habrá un distintivo para reconocer al auténtico cristiano, que el papa recordó una vez más en el discurso de la catedral: «En estos conocerán que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 35). Es una llamada a la fraternidad, no solo entre los cristianos, y también a la misericordia.
¿Cómo se llega a esta actitud? No por la mera adhesión a una doctrina, sino como resultado de un encuentro, un encuentro con Cristo, algo reiterado en las enseñanzas de Benedicto XVI y recordado de continuo por el papa Francisco. Un encuentro que tiene que hacerse presente en cada cristiano, como se hizo presente en las vidas de Francisco de Asís y Charles de Foucauld, testigos de Cristo en tierras musulmanas y recordados por el papa en Rabat. Su sentido de la fraternidad y la misericordia les ganó el reconocimiento de quienes no compartían su fe.
Antonio R. Rubio Plo / COPE