El Vaticano busca antídotos a la soledad de los mayores
Necesitamos una reflexión seria y urgente «para impulsar a la Iglesia universal a actuar sobre lo que se revela como una necesidad espiritual y una misión pastoral verdadera y adecuada: cuidar a los ancianos», asegura el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. El organismo que dirige ha decidido dedicarles un congreso internacional de pastoral, el primero específico para los ancianos, titulado La riqueza de los años, con más de 500 participantes de 60 países
La mayoría se deja vencer por el desánimo y acaban abatidos en la más profunda tristeza. Confinados en un piso sin ascensor, con una pensión que apenas llega para pagar la calefacción en invierno y con la única compañía de sus enfermedades. Las historias de soledad de los ancianos escuecen en una sociedad que marcha demasiado deprisa, sin tiempo para mirarse a los ojos.
En España más de 850.000 personas mayores de 80 años viven solas con la única distracción de los programas de televisión que jalonan el día a la espera de la hora de la comida. El número de mujeres supera con creces a los hombres. Son 662.000. Muchas hablan solas o con las fotografías que les recuerdan un pasado más feliz. Encerradas en sus recuerdos de juventud, con los ojos ahogados en la amargura, algunas acaban por ocupar la atención mediática solo cuando ya es demasiado tarde. Como la anciana que llevaba 15 años muerta en su domicilio de Madrid sin que nadie la echara en falta.
En EE. UU., el 28 % de los ancianos vive sin que nadie los acompañe. En Reino Unido, donde son el 75 %, la situación es tan extrema que el Gobierno ha creado un Ministerio de la Soledad. Pero por encima de las cifras, la melancolía de los abuelos tiene una dimensión humana. «No podemos ser indiferentes a los ancianos que son aparcados en la residencia por parte de sus familias, sin apenas recibir visitas; en algunas ocasiones llegan incluso a ser víctimas de abuso», constata el prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el cardenal Kevin Farrell. El organismo que dirige en el Vaticano ha decidido dedicarles el primer congreso internacional de pastoral de la Iglesia específicamente para ellos, titulado La riqueza de los años, con más de 500 participantes provenientes de 60 países. Farrell añade: «Necesitamos una reflexión seria y urgente para impulsar a la Iglesia universal a actuar sobre lo que se revela como una necesidad espiritual y una misión pastoral verdadera y adecuada: cuidar a los ancianos».
Las frases del Papa contra la cultura del descarte resuenan con ímpetu ante la insoportable impunidad con la que se puede maltratar a un anciano en una residencia o ante las excusas que ponen quienes no quieren recoger a sus mayores una vez dados de alta en el hospital. «Son las raíces y la memoria de un pueblo», «los ancianos son un tesoro», «son la sabiduría», «un patrimonio de nuestras comunidades», «cuántas veces se descartan a los ancianos con una actitud de abandono que es una verdadera eutanasia oculta», «el anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo pensemos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos trataremos a nosotros», ha declarado el Santo Padre en múltiples ocasiones.
Hace un par de siglos nadie podía pensar en pasar de los 40 años. Pero los avances en medicina y las mejoras en las condiciones sociales alargaron la esperanza de vida que se disparó, sobre todo, a mediados el siglo XX. Desde 1950 las personas que viven hasta los 80 años se han multiplicado en un 750 %. Y hay razones para intuir que hacerlo hasta los 100 años no será una excepción dentro de no mucho tiempo.
Según las predicciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el 2030 las personas que ya cumplido los 60 años aumentarán de 400 millones, con un crecimiento de casi el 50 %. Mientras que los mayores de 80 años se triplicarán en los próximos 30 años, de 143 millones en 2019 a 426 millones en 2050. Esta tendencia a alargar la vida es aupada por los científicos como una batalla del hombre contra la muerte. Ahora bien, ¿cómo vivir estos años?, ¿puede convertirse esta etapa en un proyecto en sí mismo?
Un extraño sin capacidad productiva
El fundador del Centro de Investigaciones Sociológicas en Italia (CENSIS), Giuseppe de Rita, sitúa en la costumbre de mirarse el propio ombligo la principal dificultad para dar una respuesta. «En una sociedad ególatra, donde todo gira en torno a nosotros mismos, los ancianos tienen dificultad a comprender su identidad. Se sienten como un peso para los demás. Los peligros que les acechan son la soledad, la pérdida de objetivos y creerse dueños de una vida que pertenece en última instancia a Dios». Además asegura que «no hay costumbre de crear comunidad», por lo que se ve al anciano como «un extraño sin capacidad productiva al que se acaba discriminando». Prejuicios lejos de la realidad. Los datos demuestran que los ancianos no son un residuo social, sino más bien su sustento. En los hogares más desfavorecidos, la paga del abuelo se convirtió en los años más duros de la crisis económica en la última barrera contra la exclusión. Y muchos son parte fundamental en la crianza de los nietos o en el cuidado de otros ancianos.
En este sentido, Donatella Bramanti, profesora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, defiende que las personas mayores son un «recurso primordial» para el buen desarrollo de la sociedad: «La tendencia cultural preconiza la belleza, prohíbe la vejez y proclama que hay que vivir sin arrugas como si se tuvieran diez años menos. Pero hay que ir contracorriente y valorizar estos últimos momentos de la vida llenos de experiencia y riqueza espiritual». Por su parte, José Ignacio Figueroa, consiliario de Vida Ascendente –un movimiento de seglares mayores con más de 20.000 miembros en España– apunta a que la principal rémora es «considerar que ser mayor es en sí mismo el problema». «Yo comparo la vejez con una carrera de fondo donde en los últimos kilómetros te faltan las fuerzas, crees que no vas a llegar, pero ya se atisba la meta y la esperanza y el ánimo es mayor. Nosotros tratamos de hacer descubrir las oportunidades que ofrece la tercera edad», incide.
Si algo está claro es que la vejez es un don para la Iglesia. Sobre todo, en los países occidentales donde la práctica religiosa está más extendida entre las personas mayores, lo que los convierte en baluartes para la fe. Monique Bodhuin, presidente de Vida Ascendente Internacional, lo tiene claro: «La fe de los ancianos ha superado las durezas de la vida». «Las personas mayores tienen una vocación especial e insustituible la transmisión de la cultura, la fe, las tradiciones y los valores humanos y religiosos», subraya.