El último cura obrero - Alfa y Omega

El último cura obrero

Apenas quedan ya curas obreros en España. Ni siquiera es fácil encontrar a trabajadores con esa vieja conciencia de clase. La atomización y la resignación ante la creciente precariedad laboral se han impuesto, lamenta el obispo responsable de la pastoral obrera

Rodrigo Moreno Quicios
Gracias a la relación que estableció con sus vecinos, Fermín González bautizó y casó a muchas personas alejada de la fe. Foto: Aniano López González

El padre Fermín comenzó a trabajar en la construcción sin grandes aspiraciones profesionales. «Yo tenía cinco pueblos con problemas en las estructuras de las cubiertas de las iglesias y no teníamos casi dinero. Entonces había que empezar a buscar formas de ahorrar y nos planteamos trabajar entre todos», cuenta. Así, este sacerdote se puso manos a la obra y, junto a otros vecinos, restauró «una torre preciosa del siglo XV» que había en Cebrecos, un diminuto pueblo del que era párroco.

Aunque la obra era modesta, llamó la atención del Servicio Técnico de Obras de la diócesis de Burgos, quienes ficharon a este cura para que recorriera los pueblos de la región recuperando numerosos edificios religiosos. Una tarea que haría durante más de 20 años bajo la atenta mirada del Servicio de Patrimonio de la Junta de Castilla y León. «Al principio se sorprendían de que un cura hiciera este tipo de trabajos pero ha habido curas obreros toda la vida. Los feligreses que tenemos son todos obreros y el desprecio a un cura que trabaja es como decir que la gente que está en la iglesia es tonta», opina el sacerdote. Y así, doblando el espinazo en el tajo, fue solo cuestión de tiempo que el padre Fermín se ganara la confianza de sus compañeros y hasta le pusieran un mote cariñoso. «Me llamaban el cura de la motosierra», bromea.

A la derecha, el padre Fermín, apodado el cura de la motosierra, trabajando en la cubierta de una iglesia. Foto: Fermín González López

Pérdida de la conciencia obrera

Los curas obreros parecen un recuerdo de otro tiempo, de los últimos años del franquismo y la Transición. Por no quedar, hoy no quedan casi ya siquiera obreros… No, al menos, con esa conciencia de clase.

Responsable desde hace más de 20 años de la pastoral obrera en la Conferencia Episcopal, Antonio Algora lamenta «la evolución que hemos visto». «Ha ido desapareciendo el concepto de clase social, se ha fragmentado el mundo del trabajo. Hoy a nadie le gusta llamarse obrero», afirmaba el obispo emérito de Ciudad Real en un acto de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).

Esa atomización, esa pérdida de conciencia colectiva de los trabajadores, se debe en buena medida a «las 22 reformas laborales que me ha tocado sufrir» en estas últimas dos décadas, y que «nos están configurando de una manera concreta», marcada por una precariedad creciente, atribuida a las oscuras fuerzas de la globalización.

Según Algora, «desde la comunidad cristiana debemos responder al entontecimiento global del “esto es lo que hay”». Porque es necesario trabajar «en comunidad» para recuperar «esa dignidad» de los trabajadores.

Es lo que ha intentado siempre Fermín González, que en sus visitas a las comunidades aprovechaba los momentos de las comidas para ponerse al día de los problemas laborales de las familias. «Había gente en paro y otros me contaban las dificultades que tenían en el campo, los problemas de la ganadería…», recuerda. Y mientras iba de pueblo en pueblo casando o bautizando a la gente, aprovechaba para aglutinar a la gente en torno a problemas como la despoblación que estaba dejando sin empleo y sin jóvenes al valle del Arlanza. «Alquilábamos un micro y una camioneta para recoger a la gente de cada pueblo y nos juntábamos arciprestalmente para tener celebraciones». De este modo, el sacerdote y sus compañeros intentaban mantener vivos unos pueblos en los que el empleo es cada vez más escaso. «Cuando faltan los jóvenes, cuando faltan los niños… Una comunidad se desarma. Esto que ahora está tan de moda como lo de la “España vaciada” eso es algo que se lleva peleando hace más de 20 años, aunque ahora lo cogen los políticos. Siempre hemos pedido la presencia de las escuelas en los pueblos aunque solo hubiera cuatro chicos, que hubiera internet, autobús… Son peleas de toda la vida», advierte.

Después de 22 años al pie del cañón, el padre Fermín ya no se dedica a la obra, pero tampoco olvida su compromiso con los trabajadores. «Sigo sindicado y con muy buenas relaciones con todos», cuenta. Su nueva ocupación está ahora en el Centro Penitenciario de Burgos, donde visita a los reclusos, ente los que tiene varios conocidos. «La mayoría me conocen porque he trabajado en la iglesia de su pueblo». Incluso con algunos he hecho obras», comenta. Gracias a esas vivencias compartidas, estas personas golpeadas por la vida suelen seguir abriendo las puertas de su corazón a este sacerdote, a quien ven como un semejante. «Nos hemos manchado juntos las manos», dice.

Los feligreses de Cilleruelo de Abajo con una de las cubiertas hechas por el sacerdote. Foto: Fermín González López

Una defensa con hechos

La Iglesia vuelve a levantar la voz una vez más contra la precariedad laboral que aboca a los jóvenes a la pobreza crónica, a las familias a no tener garantizadas sus necesidades básicas y a los mayores a tener unas pensiones «indignas». Estas denuncias coinciden con las de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente, que reúne entidades católicas especialmente sensibles en este ámbito como Cáritas, la HOAC o Justicia y Paz, entre otras.

Un año más, unen sus voces para pedir que se acabe con «la lacra de la precariedad laboral que caracteriza el actual sistema de relaciones laborales y que lesiona los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias».

En el manifiesto, que se titula Priorizando a las personas, descartamos la indecente precariedad, apuntan que «el trabajo decente, que forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es un elemento imprescindible para la justicia social y la cohesión de toda la humanidad».

Tras recalcar que «el trabajo es esencial para la vida de las personas porque ayuda a construir nuestra humanidad», exigen a los representantes públicos y a los poderes económicos «derechos básicos para la construcción de una sociedad cuyo sentido y función sirvan al bien común».