El triunfo de la belleza
Elizabeth Lev analiza la apuesta de la Iglesia por el arte y reivindica el poder evangelizador de lo bello
La Reforma protestante ha sido uno de los cismas más peligrosos. El tambaleo que supuso llevó a la Iglesia a reunirse en el Concilio de Trento, donde reexaminó sus doctrinas y tomó medidas para evitar que esta nueva corriente tuviese mayor efecto desintegrador de la fe. Los magistrados y teólogos llegaron a la conclusión de que una de las maneras más eficaces y poderosas de blindar la fe y la verdad era a través del arte.
Cómo el arte católico salvó la fe de Elizabeth Lev es una lectura clave para descubrir el triunfo de la belleza y la verdad en el arte de la Contrarreforma. Este libro ha sido calificado por el Wall Street Journal como «un regalo para el ojo y el alma». En la introducción explica brevemente esta guerra de religiones y detalla que el gran problema que supuso no era una pérdida de influencia de la Iglesia católica, sino la confusión de los fieles. Los protestantes les hicieron cuestionarse las principales doctrinas de la fe y muchos no se aclaraban sobre cuál era la verdad. Lev hace una divertida alusión a esta estrategia clerical como «la más cara campaña de marketing», ya que pusieron a los artistas a trabajar por esta causa. Encargaron las mejores pinturas, esculturas y arquitecturas a referentes como Caravaggio, Guido Reni, Annibale Carracci, Bernini o Artemisia Gentileschi. El lema de esta campaña sería: afirmar la salvación en la Iglesia católica a través de la belleza.
El arte fue el arma poderosa empleada por la Iglesia católica porque les había funcionado en el pasado. Evangelizar con lo visual viene desde el Románico. Pero este suceso les hizo reafirmarse en la idea de que, como mejor se capta la atención del fiel es a través de la imagen. El mismo Jesús enseñaba con parábolas y contaba historias gráficas para lograr la comprensión. Lev vuelve a apuntar con humor que, incluso ahora, vivimos en un mundo en el que es preferible ver la película antes que leerse el libro, ¡no hemos cambiado! Por este motivo, la Iglesia encargó a los artistas contar historias, las historias de la verdad. Todo un reto para estos creadores, ya que uno de los temas más importantes que transmitir era el de los sacramentos. ¿Cómo convencer, a través del arte, que los abstractos y misteriosos sacramentos son necesarios para la salvación? No es de extrañar que la iglesia encomendase esta misión a los mejores.
La Eucaristía fue el tema más urgente y, por tanto, lo primero que abordar. Esto supuso un gran aire fresco para las iglesias. Se eliminaron las capillas laterales de la nave central y todo ornamento que distrajese la atención del sagrario. Un tipo de minimalismo eclesial para centrar las miradas en el altar, donde se encontraba una decoración enaltecedora de la Eucaristía. Incluso cambió la estética arquitectónica. Un ejemplo perfecto es la iglesia del Gesù en Roma, de fachada rotunda y poderosamente estable, como una declaración de inefabilidad. Y el interior solo hay que verlo, sobran las descripciones. Otras iglesias optaron por grandes lienzos para el altar mayor que representasen la Eucaristía, enfatizando su importancia. Ejemplos de ello son la Lamentación sobre Cristo muerto de Andrea del Sarto, en cuya parte inferior figura la Hostia en la patena sobre el cáliz, y algunas últimas cenas con una manera anacrónica de representar la Comunión. Véase La institución de la Eucaristía de Federico Barocci.
Otro tema urgente fue el de la penitencia y la confesión. Esto se trabajó con El Greco, Ribera, Van Dyck, Guercino, Reni… Un motivo muy utilizado por todos ellos para representar la contrición fue el de Las lágrimas de san Pedro (no es de extrañar que haya tantísimos retratos de esta temática). Es francamente difícil representar el mea culpa y generar empatía. Apelar al sentimiento es más complicado que una mera enseñanza. Para reforzar este objetivo se cambió el diseño de los confesionarios. La inspiración vino del confesionario hecho por Giovanni Taurini en San Fedele de Milán; al Papa Pablo V le gustó tanto que lo adoptó como modelo del rito católico romano: reclinatorios abiertos a ambos lados y el sacerdote en el centro a la vista del fiel. Por supuesto, otra manera de clarificar el tema de la penitencia fue recurrir a los santos penitentes (san Jerónimo, María Magdalena…).
La comunión de los santos, los temas marianos, el juicio final, el purgatorio… y otras tantas doctrinas fueron objeto de este arduo trabajo entre artistas e Iglesia. Hoy sigue esta estrategia. No todos los que esperan largas colas para entrar en los Museos Vaticanos son creyentes practicantes. Evangelizar a través de la belleza es captar la atención y proponer interesarse más. Como dice la autora: «Es un modo elegante de persuadir sin golpear». No hay nada que mueva más el corazón del hombre que la belleza.
Elizabeth Lev
Sophia Institute Press
2018
310
17,98 €