Parolin en Congo y Sudán del Sur: «El trauma del conflicto hace que no esperen mucho del futuro»
El secretario de Estado del Vaticano ha visitado estos países enviado por Francisco: «No vengo en sustitución, sino a abrir el camino al Santo Padre»
El campo de desplazados de Bentiu es prácticamente una ciénaga en la que planea el cólera merced al agua estancada y los cadáveres de animales en estado de putrefacción. En este lugar malviven casi 150.000 almas que se mantienen gracias a la asistencia de ACNUR y otras organizaciones humanitarias. La Iglesia también está presente haciendo todo lo humanamente posible por paliar tanta escasez y tanto abandono. En el campo de Bentiu sobreviven refugiados de la guerra civil que desangró Sudán del Sur durante siete años, y refugiados climáticos, víctimas de las inundaciones que hace unos meses arrasaron el estado de Unity, donde se ubica. Bentiu es la ciénaga que quiso pisar el cardenal Pietro Parolin durante su gira por República Democrática del Congo y Sudán del Sur. «Difícilmente podré olvidar el rostro de los niños. Estas familias son los crucificados de Sudán del Sur», sentencia Salvatore Cernuzio, periodista de Vatican News que siguió los pasos del secretario de Estado en África. Cuenta que esta ha sido una de las etapas más impactantes de esta gira. Hasta tal punto de que Parolin, siempre mesurado, no dudó en mostrar su indignación con un: «No se puede aceptar que en el mundo actual se viva en condiciones como estas», al contemplar el campo. «Lo que más me ha roto es el hecho de que parece que no hay interés por estas personas y, sobre todo —y lo comentamos con el cardenal Parolin—, lo frustrante que es ver países que podrían vivir de las exportaciones de recursos, porque su tierra es fértil, en lugar de eso tienen que ser los últimos de la fila porque no hay interés por parte de los políticos», explica Cernuzio a Alfa y Omega.
Esos políticos también han escuchado al heraldo del Papa, tanto en Kinsasa como en Yuba. Además de ser portador del abrazo de Francisco a ambos pueblos martirizados por años de violencia fratricida, el cardenal ha sellado un importante acuerdo que fortalece la presencia y autonomía de la Iglesia en República Democrática del Congo; porque, hasta ahora, la Iglesia era reconocida simplemente como una ONG. El arzobispo de Kinsasa, el cardenal Fridolin Ambongo Besungu, comentaba al mismo Cernuzio que «a partir de ahora todo será más fácil». «En todos los encuentros institucionales, como la firma de este acuerdo, Parolin ha repetido una frase: “Haced todo por el bien de la población”», explica el periodista, que destaca que uno de los objetivos de este viaje ha sido precisamente ese, recordar a los responsables políticos de estos países que no pueden pasar por encima del sufrimiento cotidiano de su pueblo.
Un pueblo del que se considera parte el obispo Christian Carlassare, quien ha padecido en carne propia los coletazos de la violencia en Rumbek, su diócesis de Sudán del Sur. «La visita del cardenal ha sido muy significativa porque ha hecho que la gente sintiera que la Iglesia camina con el país sosteniendo el proceso de paz». Una señal importante «fue su encuentro con el presidente, Salva Kiir, y el vicepresidente, Riek Machar, para animarlos a trabajar por la paz prometida», opina el joven obispo comboniano, que no oculta que la tristeza y el desánimo cundieron entre los fieles cuando llegó la noticia de que Francisco retrasaba su viaje. Porque «el trauma del conflicto ha hecho que no esperen mucho del futuro». Ese lógico pesimismo vital llevó a muchos a no hacerse grandes ilusiones. «La gente siempre piensa que las cosas pueden torcerse», dice el prelado que, al mismo tiempo, asegura que la presencia del diplomático vaticano ha conseguido reavivar la poquita esperanza del pueblo, «que desea de verdad que el Papa venga». Parolin señaló una y otra vez que Francisco quiere verlos, y quiere verlos en su tierra.
Un obispo tiroteado
Carlassare fue disparado en las piernas la noche del 25 al 26 de abril de 2021 en un asalto a su domicilio. Cuatro impactos de bala que se tradujeron en seis operaciones y meses de fisioterapia. «Me encuentro muy bien ahora y puedo caminar», comenta al teléfono. Preparaba para los jóvenes de la diócesis una peregrinación hasta Yuba. Llegarían a la capital, después de ocho días caminando, justo para encontrarse con Francisco. Su idea de hacer la peregrinación se mantiene, porque «es una iniciativa muy importante para reunir a jóvenes de distintos clanes, muchas veces en conflicto entre sí. Por eso, caminaremos juntos en oración, nos cansaremos juntos y reflexionaremos juntos. Los ayudará a plantearse el futuro con ese mismo espíritu».
A Francisco se le espera con los brazos abiertos. «La acogida que el cardenal ha recibido en ambos países es indescriptible. Eran pueblos en fiesta y, aunque no fuera el Papa, han tratado a Parolin como si lo fuera. Así que creo que con Francisco se volcarán aún más», relata todavía emocionado por el viaje Salvatore Cernuzio. Describe con detalle cómo las mujeres, a la llegada de Parolin, besaban sus pies exultantes de alegría, un gesto que, «a nuestros ojos puede parecer humillante, pero que, para ellas, era sagrado». Reconocían así en ese hombre a un mensajero que les ha llevado la paz, el cariño y la preocupación de Francisco quien, a diferencia del mundo, no los ignora.