El trabajo y el empleo conocen cambios que no tienen todavía su correspondiente clave de lectura en las instituciones, entre ellas la Iglesia. La doctrina social necesita un tiempo de escucha para aterrizar sus orientaciones en el cambiante mundo del trabajo. Esta ha sido la intención del seminario multidisciplinar realizado en la Fundación Pablo VI que, a lo largo de 18 meses, ha recorrido los cambios en distintos sectores de actividad antes de abordar problemáticas transversales como la conciliación familiar, las políticas activas de empleo y la formación permanente.
De los 47,4 millones de habitantes en España, solo la mitad participa en el mercado del trabajo (población activa). Entre los activos, más del 12 % son desempleados, un 60 % trabajan en servicios, un 24 % en la industria y menos del 4 % en la agricultura. Entre los 20,4 millones de personas empleadas, hay más de 3,5 millones de empleados públicos (en crecimiento), dos millones de autónomos y 3,4 millones en microempresas de menos de diez asalariados. Se estima que 16 millones de personas, sobre todo mujeres, dedican tiempo diariamente a cuidados no remunerados en el ámbito doméstico, además de un empleo asalariado en muchos casos. Frente a los contratos estables con ingresos fijos, hay un creciente número de trabajadores en situación inestable o precaria: para algunos la flexibilidad es garantía de libertad; para otros, es fuente de ansiedad. Un 66 % de los sueldos no alcanza el doble del salario mínimo interprofesional. Hay mucho desempleo y, al mismo tiempo, un gran número de vacantes sin cubrir. Al lado de unos trabajos esenciales no siempre bien remunerados, hay muchos empleos que sus propios titulares consideran sin sentido… En este contexto incierto, ¿seguirá el trabajo siendo lugar principal de realización y de participación en la vida pública?
Los múltiples hechos observados a lo largo del seminario se pueden agrupar en varias dinámicas de transformación. La primera es que la automatización y la digitalización hacen que un creciente número de tareas sean absorbidas por procesos informáticos, a la vez que nacen nuevas ocupaciones. De momento no se documenta una destrucción neta de empleos, pero los empleos nuevos no se parecen al esquema estable tradicional. El proceso es imparable, la competencia internacional lo impone. Más que en jubilaciones y despidos masivos, la respuesta está en la formación continua, pero está por definir el contenido de estas formaciones y cómo se financian. Y hay un riesgo de exclusión para quienes no puedan seguir el ritmo.
En segundo lugar, en el proceso económico domina la demanda: el ensamblador, el distribuidor, incluso el consumidor cuando es capaz de discernimiento. Pero, ¿estaría este dispuesto a pagar más para que todos los trabajadores, en las cadenas de suministro transfronterizas, reciban una remuneración justa? La globalización no desaparece, pero cambia para garantizar seguridad en los suministros o a consecuencia de nuevas normas sociales o ecológicas. De ahí las relocalizaciones y movimientos de personas.
Por otra parte, el diálogo social se ve sometido a un creciente intervencionismo estatal. Los trabajadores precarios y los desempleados no están suficientemente representados en las instituciones. Sin embargo, muchas empresas quieren reformarse por razones de productividad, pero también para que mejoren la colaboración y la participación.
Las expectativas cambian: ¿las personas aspiran a la realización en el trabajo o a más tiempo libre? Algunos anuncian un futuro en el que el empleo como tal desaparecerá, totalmente sustituido por robots. ¿Cómo se remunerará entonces a quienes no trabajan?
Necesarios debates de largo plazo que no deben ocultar lo inmediato: repensar las políticas de inmigración para cubrir la falta de personal en la construcción o el turismo y, ante el punzante problema del desajuste entre oferta y demanda de trabajo, acercar los servicios de empleo a las personas, desarrollar las olvidadas políticas activas de empleo y la formación profesional. En vez de quitarnos el problema mediante subsidios a la inactividad, se trata de crear con imaginación nuevas oportunidades de realización en el trabajo.
En una lectura cristiana, trabajo y empleo no son sinónimos. El trabajo es un esfuerzo comunitario para mejorar el mundo, antes incluso que una vocación individual. El trabajo con obligación es un instrumento básico de formación a la sociabilidad y a la responsabilidad. Frente al consumismo promover el trabajo —remunerado o voluntario—, es piedra angular en la construcción del bien común.