«El tiempo de las mujeres llegará, también al Vaticano»
«Llegará. Es cuestión de tiempo». Para Flaminia Giovanelli, el ascenso de más mujeres a puestos clave en la Iglesia resulta inexorable. Reconoce que aún existe dificultad para incluir el genio femenino en puestos de responsabilidad, también en la Santa Sede. «Pero creo que eso ocurrirá pronto, hay muchas religiosas bien preparadas», constata. Tras 43 años de servicio en el Vaticano, esta politóloga suave y determinada a la vez, habla con conocimiento de causa. Y, al borde de la jubilación, se conmueve con ojos vidriosos mientras repasa la riqueza recibida en carne propia, gracias a la «maravillosa belleza» de una familia universal como la cristiandad
En el corazón del señorial palacio vaticano de San Calisto, en el barrio romano de Trastévere, su oficina parece inmutable. Sin cajas de mudanza a la vista es difícil adivinar que la subsecretaria del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral se jubila el último día del mes de mayo. Aunque hablar de jubilación con quien ha servido a cinco Papas resulta apenas una metáfora. «Todavía tengo muchas cosas que organizar», se excusa, mientras invita a realizar la entrevista ocupando solo un lado de un enorme escritorio de madera repleto de carpetas de diversos colores.
En 2010, cuando Benedicto XVI le asignó la subsecretaría del entonces Pontificio Consejo Justicia y Paz, se convirtió en un icono frente a la escasa presencia femenina en puestos directivos de la Curia romana. La publicidad dada a aquel nombramiento la llenó de preocupación. «Cuando vi la cantidad de mensajes que recibí de personas absolutamente desconocidas, de mujeres que jamás había visto, entendí que había un problema», confiesa.
«Yo trabajé y listo, pero fui nombrada porque llevábamos tres años sin subsecretario; como el presidente y el secretario eran nuevos, entonces todo vino espontáneamente», recuerda. Para entonces, habían pasado 35 años de su ingreso en la incipiente Comisión Justicia y Paz. Apenas después de obtener un diploma de Biblioteconomía en la Biblioteca Apostólica Vaticana, el recordado cardenal Bernardin Gantin la recibió en el Centro de Documentación del organismo que presidía.
«En esta oficina tuvimos muchas mujeres desde el principio», recuerda Giovanelli. Un «privilegio que no es tan fácil de encontrar, incluso fuera del Vaticano», agrega. Todo fue producto de «superiores iluminados» como el cardenal francés Roger Etchegaray o el venerable vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan. «Creo que fuimos afortunadas. El espacio para las mujeres fue más fácil ganarlo, pero hubo que ganarlo», insiste.
«Sí, probablemente debí trabajar más por el hecho de ser mujer, pero eso también es parte de mi personalidad», abunda, reconociendo sin embargo no haber sentido nunca discriminación. «Hice cosas que normalmente no le tocan a un subsecretario, y ninguno lo me impidió», destaca.
Flaminia Giovanelli es realista. «Nadie dice que las cosas han sido fáciles». Acepta que su experiencia no coincide con la de otras mujeres en el Vaticano, como por ejemplo las religiosas. Confiesa que a muchas consagradas que conoce «les molesta un poco» cuando su rol se reduce a ser camareras de cardenales. «En sus congregaciones les enseñan a gobernar, [su presencia] es todavía un recurso no suficientemente aprovechado», constata.
De todas maneras, las cosas han ido «avanzando gradualmente». Recuerda que al inicio de su labor era inconcebible que un laico o una mujer pudiesen hablar en nombre de la Santa Sede en un foro internacional, pero eso poco a poco fue cambiando.
«Representamos a la Iglesia»
Mientras la entrevista transcurre con agilidad, se producen dos interrupciones: la de sor Miryam, una simpática religiosa africana, y la de Pamela, responsable de prensa. Ambas mujeres. Un detalle importante.
«El concepto de cuota rosa me parece una estupidez. Pero ahora vemos que están mucho más atentos a la presencia femenina, algo que se daba ya desde antes de la elección del Papa Francisco. Él ha dicho cosas muy importantes y ha hecho nombramientos en esta dirección. En la Santa Sede existen figuras femeninas intermedias, pero no demasiadas», añade.
Como decana, con el tiempo Flaminia se convirtió, quizás sin quererlo, en formadora. Muchos jóvenes colaboradores de la Santa Sede aún agradecen sus consejos: ser siempre discretos, no por falsa modestia sino por humildad. Y tener presente que, cuando hablamos, los demás no se fijan en nuestra persona, sino en toda una institución, la Iglesia.
«Recuerden que si estornudan, la gente fuera piensa que el Papa está resfriado y el Padre eterno tiene gripe», aún repite entre risas. Una máxima espontánea, capaz de resumir los trazos sencillos de quien toma muy en serio su trabajo. No solo desde el escritorio, sino implicada también en primera persona. Por eso, desde hace años apoya a una casa de acogida para niñas ubicada en la región más pobre de Mozambique.
Impulso a la doctrina social
En Mozambique entendió que la vida cristiana es algo más que simples obras de caridad, es ayudar a construir un mundo más justo. Porque «la vida es una lotería» y hablar de igualdad cuando no todos pueden acceder a las mismas oportunidades «no tiene sentido». Una experiencia fundamental para quien, por su trabajo, ha seguido temas candentes como la pobreza, el desarrollo, las crisis económicas, la deuda externa, los derechos humanos, la libertad religiosa, la paz y el medio ambiente.
En estos asuntos, la Iglesia ha dado grandes pasos adelante desde el Concilio Vaticano II. «No solo porque existan más injusticias, sino porque creció la sensibilidad social», explica Giovanelli. En tiempos de Pablo VI, los obispos veían con desconfianza incluso la doctrina social de la Iglesia. «Pero nosotros lo que tratamos de hacer entender es que la nueva evangelización pasa también por lo social», dice.
«La doctrina social de la Iglesia es un conjunto de valores de aplicación práctica. Es importante la reflexión, pero nada tiene sentido si no se lleva la cercanía a los pobres, a los enfermos, a los descartados… De eso estoy absolutamente convencida».
Por eso, ella evoca como un gran logro haber conseguido la inclusión del Compendio de Doctrina Social entre los documentos fundamentales de la Iglesia en la página de internet de la Santa Sede, junto con la Biblia y el Catecismo. «Los sacramentos son fundamentales, pero deben ser pan para el alma de todos los días, y nos deben llevar a un empeño cristiano concreto», insiste.
Balance sin nostalgias
No parece demostrar nostalgia Flaminia al final de su servicio. Trae a la mente, sí, algunos recuerdos impactantes, como la angustia a flor de piel en las calles de Roma el 13 de mayo de 1981 por el atentado contra san Juan Pablo II, el golpe de la dramática renuncia de Benedicto XVI o el silencio de toda una plaza, cuando el apenas elegido Francisco pidió a la multitud rezar desde el balcón de la basílica de San Pedro.
«Cuando el Papa Benedicto presentó la renuncia pensé: “¡Oh Dios! Ahora hay que meterse en la cabeza de otro…”. Esa fue mi reacción», exclama, un poco en broma, un poco en serio. En cierto sentido, ella esperaba que su jubilación coincidiese con el fin del pontificado Ratzinger.
Con la misma candidez, traza un balance de su vida. Feliz con su serena soltería. «Estoy llena de admiración por quien tiene algún tipo de vocación, a mí me parecía no tener ninguna», constata con realismo extremo. No es que lo tuviera premeditado. «Las cosas salieron así, pero no me arrepiento», dice. Y afirma que nunca sufrió, como otras mujeres, la falta de una maternidad física. Sus satisfacciones más personales las ha recibido de su maternidad espiritual y de los ocho ahijados que conserva.
«Es una incógnita el futuro», subraya. Al final se emociona, apenas conteniendo las lágrimas que empañan sus ojos. Después de cuatro décadas se lleva «una riqueza enorme»: la gracia de haber conocido el mundo. «Esta convicción que la Iglesia católica es una realidad maravillosa, guiada por el Señor, que tiene la capacidad de hablar al corazón del hombre, sea de donde sea».