El Sínodo pide en su carta escuchar a los que «no tienen derecho a la palabra»
La carta recoge la «sed de unidad» que se ha vivido durante la asamblea y adelanta los siguientes pasos de este proceso de escucha
«Para progresar en su discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, comenzando por los más pobres», dice la Carta al pueblo de Dios que finalmente ha revelado la XVI Asamblea General del Sínodo el 25 de octubre. Su publicación ha tenido lugar tan solo unas horas después de haber sido aprobada a primera hora de la tarde.
Se trata de un documento que había generado una gran expectación, pues la idea de redactarla surgió espontáneamente entre los participantes del Sínodo. Tras someterla a votación, la Secretaría General del Sínodo modificó el calendario de sesiones para reservarle tiempo y espacio y que así una pequeña comisión pudiera escribirla, presentarla al resto de miembros e incorporar las propuestas de mejora que todos los participantes pudieron enviar hasta las 18 horas del 23 de octubre.
En esta Carta al pueblo de Dios, los miembros de la asamblea piden «escuchar a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia». Entre ellos destacan a las «víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas regiones de los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas». Y a quienes han sido víctimas de abusos sexuales, a quienes prometen «comprometerse concretamente y estructuralmente para que eso no vuelva a suceder».
Escuchar a los laicos, pero también a los consagrados
Los miembros de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo subrayan la necesidad de «escuchar a los laicos, a las mujeres y a los hombres, todos llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal». Se detienen en «los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros en anunciar el Evangelio». También en los niños y jóvenes y en «los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria». Es una expresión común en el Papa Francisco, quien siempre invita al diálogo intergeneracional. Y subrayan la importancia de las familias y «sus preocupaciones educativas, el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy».
Pero no por ello se olvidan de los sacerdotes. Los consideran los «primeros colaboradores de los obispos» y definen su «ministerio sacramental» como «indispensable en la vida de todo el cuerpo». Por su parte, señalan que el ministerio de los diáconos «representa la preocupación de toda la Iglesia por el servicio a los más vulnerables». Y a los consagrados los consideran «centinelas vigilantes de las llamadas del Espíritu».
«Sed de unidad»
Los autores de la Carta al pueblo de Dios ponen de manifiesto cómo «por invitación del Santo Padre hemos dado un espacio importante al silencio para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu». Y destacan «la sed de unidad» que experimentaron en la vigilia ecuménica de oración convocada por la comunidad de Taizé el 30 de septiembre, justo antes de adentrarse en un retiro previo a la primera congregación general en Sacrofano, a 50 kilómetros de Roma.
«Hemos experimentado también la importancia de favorecer intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del Oriente cristiano», señala el documento, donde sus autores celebran que «la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente nuestros debates». Todo ello «en el contexto de un mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la guerra se intensifica».
La pequeña comisión encargada de la redacción de la carta recuerda cómo «hemos rezado por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción les han arrojado a los peligrosos caminos de la emigración». Y envían su solidaridad «a las mujeres y hombres que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de paz».
«No debemos tener miedo de responder a esta llamada»
La Carta al pueblo de Dios recuerda un episodio sucedido en Casa Santa Marta, donde acompañando al limosnero apostólico Konrad Krajewski un grupo de pobres comió con el Papa. «Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los alrededores de la plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!”». «Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y eucarístico», recalca el documento.
La comisión autora del mensaje da respuestas sobre los siguientes pasos del Sínodo. «¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “Sínodo»». Y recalca, como se hizo desde el inicio, que este proceso de escucha «no se trata de una ideología, sino de una experiencia arraigada en la tradición apostólica». Los autores reconocen que «los desafíos son múltiples y las preguntas numerosas», pero se muestran confiados en que «la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo».
La carta concluye subrayando que «el mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión». «No debemos tener miedo de responder a esta llamada», aseguran los miembros del Sínodo. «La Virgen María, primera en el camino, nos acompaña en nuestro peregrinaje, en las alegrías y en los dolores Ella nos muestra a su Hijo y nos invita a la confianza», añaden. Y tal y como el cardenal Hollerich adelantó a Alfa y Omega antes de la publicación del documento, se despiden diciendo que esta confianza «¡es Él, Jesús, nuestra única esperanza!».