«El sexo es compartirse a uno mismo»
Se está transmitiendo a los adolescentes una visión mecanizada y empobrecida de la sexualidad, «demasiado enfocada en el coito» y disociada de la afectividad. La moral sexual es seguramente el asunto que más divide hoy a católicos y no creyentes, pero la sexóloga Nieves Lara y el director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas, Javier de la Torre, demuestran que hay espacios para el entendimiento
Nieves Lara (Madrid, 1991) es una sexóloga acostumbrada a salir de su consulta y a trabajar en las periferias, con mujeres víctimas de violencia machista o con adolescentes en situación o riesgo de exclusión social. También ha pisado mucha calle Javier de la Torre (Zaragoza, 1965), director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas. El último de sus cerca de 30 libros, Humanae vitae 14: una propuesta desde Amoris Laetitia (Sal Terrae), repasa la evolución del pensamiento de la Iglesia sobre la sexualidad y ofrece una lectura a partir del magisterio del Papa Francisco. Llegan a la redacción de Alfa y Omega sin conocerse, pero desde el primer momento se genera un ambiente distendido entre ambos.
¿Qué dice hoy la Iglesia sobre el sexo, Javier? Sería interesante saber qué opina una joven sexóloga que trabaja en ambientes a menudo muy alejados del ideal que propone la tradición católica.
Javier de la Torre: Lo primero que diría es que lo esencial para el cristiano no son las normas: el sí se puede, no se puede… Pero hay una serie de orientaciones básicas importantes. Hay que situar la sexualidad en un marco de pareja, en el contexto de una relación. Esto es hoy muy contracultural, porque se está fomentando una concepción de la sexualidad totalmente individualista, como vemos con el aumento de la pornografía o de la prostitución. Otro elemento clave es que la sexualidad debe estar vinculada al amor. Cosa distinta es que en cada acto sexual uno tenga que estar totalmente entregado. En un matrimonio hay altibajos, días mejores y días peores, pero es importante que la sexualidad se enmarque en una vida de amor. Y en un contexto –otro punto importante– de fidelidad, de exclusividad en la relación… Todos estos son presupuestos que, hasta hace 100 años, nuestra sociedad asumía mayoritariamente, cristianos y no cristianos. Hoy existen otras visiones, y la cristiana es ahora una propuesta que vive una comunidad de fieles y que propone a otros.
Nieves Lara: Una opción más entre otras.
J. T.: No simplemente. Una opción que creemos que es buena para todos.
N. L.: Yo empecé a interesarme por la sexualidad cuando hice prácticas de psicología con adolescentes y me encontré con mamás de 15 años, con situaciones terribles de violencia de género… Me di cuenta de que la falta de educación afectivosexual es un problema muy serio. Y desde entonces insisto mucho en un enfoque de derechos: el derecho a construir y a vivir mi propia sexualidad; el derecho a una información de calidad y basada en informes científicos; el deber a no violentar y el derecho a que no violenten mi sexualidad… Eso es lo que intento trasladar en mis talleres.
J. T.: Es importante que, junto a la educación sexual, incluyas la afectividad. Algunos de estos talleres presentan una imagen de la sexualidad muy mecanizada, centrada en cómo utilizar determinados anticonceptivos. Es verdad que a veces hemos caído en extremos muy rigoristas, pero de ahí no es bueno pasar a talleres sobre cómo masturbarse.
N. L.: ¡El plátano y el preservativo! [Ríen ambos]. Sin la afectividad nos falta lo más importante. «Los preliminares», me dicen a veces los chicos [Nuevas risas]. Y les tengo que explicar que no traigo ningún plátano, que la sexualidad empieza con una mirada, con una caricia… Hoy tenemos una visión de la sexualidad demasiado enfocada en el coito y falocéntrica, casi siempre centrada en el placer de él, en que eyacule y ya está.
Además de talleres para adolescentes, Nieves, das clase en la Universidad Pablo Olavide de Sexualidad y vejez a estudiantes de gerontología. Supongo que ahí la visión será bien distinta.
N. L.: Cuando me lo propusieron me pareció fantástico. Al principio de curso les pregunto a los alumnos qué esperan de mi asignatura, y dicen: «¿Pero cómo va un hombre de 70 años a…?». «Espera, espera —les freno—, a ver qué te estás imaginando…». La persona es un ser sexuado desde que nace hasta que muere, pero la erótica cambia con la edad. El problema es que reducimos sexualidad a erótica, a amatoria. E incluso esta, a penetración vaginal. Pero en realidad la sexualidad es algo mucho más amplio. Yo tengo como una especie de lema esta frase de Alexander Lowen: «La sexualidad no es distracción o actividad de medio tiempo. Es una forma de ser». Forma parte de ti. Por eso tu sexualidad es distinta del que tienes al lado. Incluso hay sexualidades distintas dentro de una misma persona: no eres exactamente el mismo por la mañana que por la tarde.
J. T.: Nuestras vivencias y emociones vinculadas a la sexualidad afectan al conjunto de nuestra personalidad y viceversa: si somos tímidos o lanzados, por ejemplo. Todo eso influye. Pero sobre todo, de lo que has dicho, creo que nos viene muy bien a todos tomar conciencia de que la sexualidad es mucho más que la introducción del falo en una vagina. Tenemos una visión muy estrecha, muy centrada en el acto sexual. También para la tradición cristiana esto es un desafío, porque a veces hemos tenido una concepción demasiado unilateral, orientada a la procreación.
N. L.: La sexualidad es compartirse uno mismo, abrirse al otro…
Con los riesgos que eso supone para la persona, que queda a merced del otro.
N. L.: Claro, me abro en canal, y no sé si me vas a dejar después, si me vas a destrozar… Creo que es muy importante que este tema se hable en las parejas: cómo entiendo yo la sexualidad, cómo me gustaría construir una sexualidad con el otro… En las terapias lo que más me encuentro es a chicas muy jóvenes, de veintitantos años, con problemas de vaginismo, con dolores en las relaciones sexuales, porque sus primeras experiencias fueron traumáticas. No se las respetó. Y ahora relacionan sexualidad con dolor, con miedo…
J. T.: Muchos de los primeros encuentros sexuales se hacen en contextos donde no hay consentimiento porque los chicos están bebidos o medio drogados, apenas han hablado. Cuántas chicas se imaginaban que iba a venir Richard Gere con fuegos artificiales y luego, a la hora de la verdad, se sienten violadas.
N. L.: Con lo difícil que es a veces que le pongan nombre a la violencia sexual. Por eso es importante insistir en que sexualidad no es solamente genitalidad.
J. T.: Estamos en una cultura del consumo, de la satisfacción rápida del deseo, y debemos educar en cómo maduramos ese deseo. Hay que aprender a ponerse límites. Los límites son buenos en la vida (siempre que no todo sea límites, claro; a veces habrá que pisar el acelerador). Y aprender a escuchar, a hablar, a acariciar, a abrazar…
N. L.: Una visita de una pareja muy joven se me quedó grabada. Llegó el chico: «Échale una mano porque dice que no disfruta, y yo no tengo ningún problema, voy muy bien armado». Cuando me quedé a solas con ella, me contó el tipo de relaciones que tenían. No la estaba teniendo en cuenta a ella para nada.
J. T.: El chico solo tenía un arma y solo sabía utilizarla de una manera.
N. L.: No se estaba compartiendo con la otra persona. Y atendiendo a parejas te das cuenta de que muchos de ellos han visto mucho porno y su imagen de la sexualidad está muy condicionada. Pero muchas mujeres lo que quieren es más intimidad, vivir la sexualidad desde el afecto. Por eso hay que revisar la educación sexual que estamos dando por parte de la sociedad. Habría que empezar desde la escuela infantil, pero cada vez que lo planteo me miran los directores con cara de susto: «¿Pero qué les vas a contar?».
J. T.: Yo creo que hay evitar los rigorismos, pero tampoco ser ingenuos: hay personas que imparten una formación yo diría que ultraliberal. En la Amoris laetitia, el Papa sorprendió a algunos con su sí rotundo a la educación afectivosexual. Eso no está ya en cuestión. El debate está en el cómo.
N. L.: Sexólogos somos pocos y rara vez se nos llama para dar este tipo de talleres. Y si te llaman de un instituto normalmente es porque han tenido ya algún episodio: un embarazo no planificado, una infección…Y pretenden que tú, en 45 minutos, lo soluciones todo. Otro problema es tener que hacer un discurso que se adapte a todos, cuando entre los chicos y chicas hay situaciones personales muy distintas, algunas muy delicadas. A mí por eso me gusta ofrecerles un espacio personal para que, el que quiera después, pueda acudir.
J. T.: ¿Y acuden?
N. L.: ¡Sí! Y además con unas dudas existenciales enormes. «¿Entonces, tengo que empezar a tener relaciones sexuales ya? Porque tengo 15, y me han dicho que se empieza a los 14». Yo les digo: «No tienes por qué hacerlo si no quieres. Eso depende de ti». La presión del grupo es enorme.
J. T.: Es importante educar a los chicos en una ética de la responsabilidad. Decirles no solo: «Haz lo que tú quieras», sino: «¿Te consideras suficientemente adulto para tener una relación de escucha, de atención del otro…?».
El despertar sexual en el ser humano es muy anterior a la madurez afectiva e intelectual.
N. L.: Por eso, hacerlo lo van a hacer. Mejor o peor. Yo les digo: «Sé responsable, plantéate si estás haciendo esto simplemente por la presión del grupo».
J. T.: Hemos pasado de una sociedad donde la sexualidad estaba reprimida, a sacralizarla. He trabajado bastante con adolescentes y recuerdo una conversación: «¿Tú ya has…?». «Sí». «Pues ya te puedes entonces morir en paz». Vamos a ver: yo creo que la sexualidad es importante, pero tanto como decir que es la cumbre de nuestra existencia o que, si no lo hacemos cuatro veces a la semana, como nos hacen creer algunos anuncios, es que estamos enfermos…
N. L.: Entiendo lo que dices, pero sigue habiendo mucho tabú, mucha vergüenza a hablar de sexo. Y a la vez, un bombardeo constante a través de los medios de comunicación con mensajes muy explícitos. Y los chavales y las chavalas tienen una confusión enorme. Eso, además del poso machista que sigue habiendo: si lo hace un chico es un crac, pero si es una chica, entonces es una guarra.
J. T.: Y los padres muchas veces están perdidos. El 70 % no pone límite de llegada a sus hijos por la noche. Y cuando los padres claudican los hijos se quedan solos.
N. L.: Yo me encuentro los dos extremos. Chicos y chicas muy solitas, con permisividad total en sus familias, que no saben nada de ellos, y luego una sobreprotección absoluta. O madres hipocondriacas que han visto no sé qué programa y dicen: «Mi hijo es igual que el que vi en un programa el otro día, así que tiene que ser gay». Pues no… O sí. «Pero sigue siendo tu hijo y se llama Julio, y ya está. Acompáñale, edúcale en lo que siente». Hay un falta de educación emocional tremenda en los adolescentes. Y en la sociedad, mucha falta de tolerancia a la diversidad.
Acompañar a la persona homosexual
J. T.: Estoy de acuerdo en el respeto y la tolerancia, pero tampoco hay que crear dudas innecesarias. En Estados Unidos, solo el 27 % de los chicos que inician el tratamiento para el cambio de sexo son después transexuales en la edad adulta. En los talleres de educación afectivosexual se hacen a veces unos batiburrillos terribles. Y en cuestiones de género, determinadas ideologías no son tan puras siempre en sus intenciones.
Has utilizado una palabra que es muy del Papa Francisco: «acompañar». Hay que tener paciencia, no enseguida ponerles la etiqueta: «Tú eres esto o esto otro». En el fondo, se trata de escucharlos; de respetar sus sentimientos, de ayudarlos a que les pongan nombre; de escuchar sus dudas, su angustia, su miedo al rechazo de la familia o de los amigos… No decirles: «¿Tienes dudas? ¡Yo te doy la solución!». O: «¿Te lo estás pensando? ¡Pues vente conmigo!».
N. L.: Yo les hablo de una construcción libre de su propia sexualidad. Mi identidad sexual me la construyo yo. Aunque naturalmente la sociedad y la cultura están ahí. Una persona no construye su identidad del mismo modo en España que en otro continente con otra cultura, pero hay que dejar claro que la persona es libre y es valiosa como es; no porque pertenezca a una minoría tiene menos valor.
J. T.: Uno no puede hacer con su cuerpo lo quiera, al margen de su biología. Es cierto que en cuestiones de la construcción cultural del género ha habido mucha deshumanización y que hay todavía ahí mucho que deconstruir. En esto es fácil encontrar un espacio para el entendimiento, pero lo que no podemos es deconstruirlo todo.
N. L.: El colectivo LGTBI siempre se ha sentido muy mal con los mensajes que le llegan no sé si de toda la Iglesia, pero sí de un sector del cristianismo.
J. T.: En cuestión de derechos no debería haber discusión. Es evidente que al colectivo homosexual se le ha tratado muy mal. Todos. La Iglesia y la sociedad. La tradición jurídica es durísima, con castigos como la pena de muerte. Y la situación sigue siendo muy dura. Cuando estás en contacto con gays y lesbianas ves lo que sufren, y sé de lo que hablo. Eso es una realidad. Pero también es justo reconocer que ha habido pasos adelante; sin entrar en cuestiones doctrinales, se va reconociendo que hay personas homosexuales dentro de la Iglesia que quieren vivir su fe. Yo me quedo con lo que dijo el Papa [en la entrevista con Antonio Spadaro en 2013]: «Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?». Lo más importante es la persona. Yo, que llevo años explicando estos temas, estoy harto de la aproximación genética, de la hormonal, de la neuroanatómica, de la genealógica… He llegado a la misma conclusión de Goethe: cuanto más sé, menos entiendo. Es un misterio. La persona homosexual es un misterio y yo debo acompañarla. Dios no deja solo a nadie y la Iglesia no debe hacerlo tampoco.