¿El ser humano es insaciable? A debate la idea de progreso
Enrique Lluch, economista católico, y Miguel Sebastián Gascón, socialista liberal, conversan sobre la globalización y el sentido de la economía
Miguel Sebastián Gascón (Madrid, 1957) es uno de los economistas más cercanos al nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pero el 21 de mayo, el momento en que se celebró este debate en el Instituto Complutense de Análisis Económico, su principal credencial era la que le otorgaban sus alumnos de Fundamentos del Análisis Económico, como uno de los profesores más brillantes de su facultad. A su vocación de docente (en el aula es donde verdaderamente se mueve como pez en el agua, aseguran quienes le conocen), une su experiencia en política como director de la Oficina Económica del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y ministro de Industria. Previamente, había dirigido el Servicio de Estudios del BBVA, desde el que (no sin alguna sonada polémica con el Gobierno Aznar) cuestionó lo que algunos llamaron «el milagro económico español». Esas tesis han quedado recogidas en su libro La falsa bonanza (Península, 2015).
Enrique Lluch (Almàssera, Valencia. 1967) es director de Departamento en el Departamento Economía y Empresa de la Universidad CEU Cardenal Herrera. Este jueves presenta en Madrid su nuevo libro, Doctrina Social de la Iglesia y economía (Editorial Perpetuo Socorro). Lluch es un referente en el ámbito de la doctrina social, como intelectual pero también como impulsor de una red nacional de expertos católicos, el Foro Creyente de Pensamiento Ético Económico. A su juicio, los desmanes que produce el modelo económico dominante se deben a la obsesión por el PIB. «El problema no es tanto capitalismo o anticapitalismo, sino entronizar el crecimiento como el objetivo final de la economía», asegura. Un diagnóstico que inevitablemente choca con los principios liberales de un economista como Sebastián. Comienza el debate: ¿Es realista plantear hoy un modelo económico que no ponga en el centro el crecimiento? ¿O es utópica esta propuesta cristiana que, además, cuestiona una de las premisas básicas de la socialdemocracia, como es la fe en el progreso?
Enrique Lluch: A partir de un momento en el que uno tiene ya lo suficiente para vivir dignamente el crecimiento económico no supone necesariamente vivir mejor. Algunos psicólogos y economistas hablan del umbral de la opulencia, a partir del cual no solo no mejoras, sino que empeoras, porque todo aquello que necesitas hacer para lograr unos ingresos mayores te genera una serie de esclavitudes que reducen tu bienestar. El segundo motivo es que el crecimiento económico ilimitado es imposible: con tasas del 3 % anual se duplica el PIB cada 25 años, y ese crecimiento exponencial no puede mantenerse durante mucho tiempo con unos recursos que son limitados. Y la tercera cuestión es que, al priorizar el crecimiento, queda un amplio porcentaje de la población por debajo del umbral de la pobreza y millones de personas pasan hambre. Está pasando a nivel mundial y también en el interior de países como el nuestro.
Miguel Sebastián: El crecimiento es una condición necesaria pero no suficiente para el bienestar social e individual. Forma parte incluso de la propia naturaleza del ser humano estar más feliz cuando prospera, tanto él como sus descendientes, su entorno o el mundo en general. En clase me gusta poner el ejemplo de un programa de televisión en el Reino Unido que se llamaba House 1900, en el que se obligaba a las personas a vivir como en un hogar medio de 1900 en el Reino Unido, sin agua corriente, electricidad o electrodomésticos. House 1900 te dice lo que ha pasado en el último siglo, y no solo en los países desarrollados, porque la pobreza mundial se ha reducido espectacularmente gracias al crecimiento económico.
Otro ejemplo que les pongo a mis alumnos es que, en 1960, solamente el 4 % de los hogares en España tenía frigorífico, mientras que ahora un hogar que no puede permitírselo se consideraría pobre. Por eso, aunque estoy de acuerdo contigo en que tenemos que medir la pobreza en términos relativos, debemos ser conscientes de que nos estamos haciendo una pequeña trampa.
¿Y dices que crecer no implica estar mejor? Excepcionalmente puede ocurrir, pero no como regla general. La sostenibilidad, evidentemente, es un problema: hay que vigilar el impacto sobre el medioambiente, pero sin caer en el maltusianismo. Ese avance lo va a permitir el desarrollo tecnológico que hace que, con los mismos recursos o incluso menos, podamos vivir mejor. En una primera fase de crecimiento, hay aumento de los bienes materiales, comenzando por cubrir las necesidades mas básicas; pasamos después a necesidades de tipo espiritual (educación, sanidad de calidad, cultura…). Y, finalmente, como veremos en los próximos años, habrá una reducción del tiempo de trabajo y más tiempo para el ocio. Yo creo que ese es el gran reto que tiene la humanidad en los próximos años: ir hacia un modelo donde la gente tenga que trabajar menos.
Las necesidades ilimitadas
E. Ll.: Algún economista definió la lavadora como el mejor invento de la historia de la humanidad por la cantidad de horas que libera, pero hay estudios que muestran que ahora utilizamos el mismo tiempo en labores relacionadas con la limpieza de la ropa que a principios de siglo, porque se ha incrementado la necesidad de lavar: tenemos más ropa, lavamos más ropa… Y lo mismo sucede con algunas tecnologías que teóricamente incrementan nuestra productividad, como los smartphones, que luego resulta que recortan nuestro tiempo libre, porque nos obligan a responder a mensajes constantemente. Se está aplicando a las personas el principio de no saturación: más es siempre mejor que menos. Y estamos comprobando que esto no es necesariamente así.
M. S.: Sin el paradigma de la no saturación no habría economía, que existe como ciencia de decisión entre alternativas, porque tenemos necesidades ilimitadas y recursos limitados. Si pones en cuestión ese paradigma nos matas a los economistas…
E. Ll.: No, se crearía otro modelo de economía.
M. S.: Está en el propio ADN del ser humano: siempre quiere mejorar. El ocio es un bien. Vivir más años es otro bien. «¿Por qué no os conformáis si ya vivís 70 años?». ¡Eso no lo vas a conseguir nunca! La gente querrá vivir 80, 90, 100 años… Más y más, y esto es lo que mueve el avance de la medicina, de la investigación, de la alimentación… Esto es el paradigma de las necesidades ilimitadas, no que la gente quiera poseer más bienes. Hoy la gente joven no quiere tener un coche, quiere usarlo… E incluso entraría aquí que el resto del mundo viva mejor, porque hay un componente altruista en buena parte de los individuos que los economistas no incluimos en nuestros modelos simplemente porque es algo muy difícil de modelizar desde un punto de vista matemático. Y en todo esto la clave es el avance tecnológico, porque así es como se logra el crecimiento de la productividad, al menos a largo plazo. Según la OCDE, trabajamos un 10 % menos hoy que hace 40 años. Es una realidad y debería alegrarnos.
E. Ll.: Nosotros pensamos que las necesidades no son ilimitadas. Otra cosa son las apetencias, los deseos. Yo puedo necesitar comer, pero mis necesidades de calorías son limitadas, aunque luego puedo tener apetencias como ir al cine, pero a lo mejor con ir una vez a la semana vivo feliz: no tengo que ver todas las películas. De hecho, aquellas personas que piensan que sus necesidades son ilimitadas y nunca se conforman con lo que tienen están eternamente insatisfechas. Cuando en una sociedad los individuos se comportan como si sus necesidades fueran ilimitadas, el altruismo no tiene cabida. Sin embargo, somos muchas las personas que queremos ganarnos la vida y alcanzar un nivel digno, pero no estamos pensando en obtener más y más ingresos, sino que preferimos tener más tiempo libre para otras actividades en las que uno se realiza como persona aunque no generen ingresos. Y que queremos un modelo de sociedad en la que todos lleguen a un nivel básico para poder disfrutar de una vida libre y buena.
M. S.: Estás haciendo una lectura de las necesidades ilimitadas muy peculiar. Pones el ejemplo de la alimentación: una vez tenemos un número de calorías, la gente se debería conformar. Pues no. Por eso tienes los chefs y los Master Chef… La gente quiere comer mejor. Y ya no quiere pesticidas, sino alimentación más sana, cultivos orgánicos… Y serán las mismas calorías, pero es más y más y más. Y que se haga de forma ecológicamente más sostenible, reciclando los residuos en lugar de tirarlos al mar, que es lo más barato. Todo eso es cuesta dinero. E incluso tu formulación del altruismo es compatible con la maximización de las preferencias individuales: una persona que dedica su tiempo a una ONG está maximizando sus preferencias, que en su caso incluyen el bienestar de colectividades menos favorecidas. Por eso colabora con una ONG que construye un pozo en un poblado de África. Y después del pozo querrá educación, acceso a la sanidad, cultura… Más y más. ¡Y me parece fantástico! Eso es lo que promueve el crecimiento económico.
E. Ll.: Producir comida ecológica puede significar una reducción del PIB, porque se trata de consumir productos cercanos que generan menos sobras y requieren menos transporte. Y si se vende a granel, como en algunos países de Europa, se generan menos residuos, lo cual también reduce el PIB, porque el problema de los residuos está generando otra actividad económica con el reciclaje. Otro ejemplo: antes un calentador de agua duraba 20 o 30 años. Hoy, a partir de los cuatro o cinco años, puede romperse, y eso está generando residuos. ¿Por qué? Porque utilizamos materiales más baratos para que bajen los precios de los calentadores (ya no entro en si hay obsolescencia programada), aunque sabemos que, a la larga, al tener que renovar los calentadores continuamente, estamos gastando mucho más dinero. Si queremos generar menos residuos, tendremos que producir productos mejores y más caros, y eso reducirá el PIB.
M. S.: Por eso dije que el crecimiento es una condición necesaria pero no suficiente. Hay que buscar modelos de crecimiento más sostenibles. Lo cual entra dentro de las propias necesidades ilimitadas. Imagino que llegará un momento en que la gente no quiera matar bichos para comer. Y luego alguien dirá: «Pobres insectos, tampoco nos los vamos a comer». Todo eso está dentro del más y más. Porque la gente no se conforma nunca con lo que tiene.
La globalización ha generado mucha riqueza, pero también ha traído más desigualdad. ¿Hay solución para este dilema?
M. S.: Para mí el objetivo de la reducción de la pobreza es más importante que reducir la desigualdad: yo prefiero que la gente más pobre deje de serlo, aunque los muy ricos sean más ricos. Pero los datos nos muestran que, a escala mundial, hemos mejorado tanto en la lucha contra la pobreza como contra la desigualdad Pensemos por ejemplo en el espectacular crecimiento de China, que hasta el año 2000 no alcanzó la renta per cápita de EE. UU. de 1900, ¡la renta de House 1900! Lo que sí es verdad que, dentro de los países más industrializados, la situación ha empeorado. La globalización ha permitido que otros países se hayan incorporado al mercado global, y al ser más competitivos, han inundado nuestros mercados de bienes y servicios más baratos y esto ha empobrecido a buena parte de los trabajadores de los países ricos. No como consumidores. Ahí han salido claramente beneficiados debido la caída de los precios de muchos bienes que antes eran inaccesibles y ahora son de uso común, como los móviles inteligentes. Lo que no podemos es hacernos trampas al solitario: decir que queremos que los países en vías de desarrollo vivan mejor pero que esto no nos afecte a nosotros.
E. Ll.: Totalmente de acuerdo en esto: nos tenemos que alegrar de que estos países mejoren, aunque pueda afectarnos a nosotros.
M. S.: En el largo plazo no me cabe duda de que todos vamos a vivir mejor… Yo pongo el ejemplo del Muro de Berlín, que inicialmente empobreció a Alemania Occidental. ¿Quiere decir esto que no se tenía que haber caído el Muro? ¡No, Dios mío!, pero es un ejemplo de un choque que, de entrada, supuso un palo. La globalización ha tenido unos efectos muy deseables, y también otros que no han sido apropiadamente abordados en los países desarrollados, y son los que han hecho sufrir este auge del populismo. Ha sido un error de los países más desarrollados no haber afrontado este tema.
E. Ll.: El problema de la bajada de los precios es que muchas veces no se basa en incrementos de productividad, sino en las condiciones laborales. Sucede como dice la poetisa Patricia Olascoaga: «Detrás de una camiseta de tres euros / hay dos pobres: / el que compra / el que cose. / Cada uno en una parte del mundo. / En el medio el explotador, / que une la necesidad de dos pobrezas / en su beneficio».
Hemos globalizado los derechos de algunas personas, o más bien el derecho del capital, que se puede mover libremente, pero no los derechos de los trabajadores. Y tenemos otro problema grave con grandes empresas que han trasladado su producción buscando pagar salarios más bajos y no pagan impuestos allí. Hay no una evasión, sino una elusión del pago, porque el sistema financiero internacional permite a través de las plazas offshore y otros mecanismos a las grandes empresas no pagar impuestos.
M. S.: Yo no creo que sea necesaria la libertad de movimiento de personas para favorecer la convergencia de rentas entre los países. Pongo el ejemplo de los tomates: ¿Tú eres agricultor europeo y no quieres que vengan tomates de Marruecos? Muy bien: aranceles, subvenciones… Entonces vendrán agricultores de Marruecos a trabajar aquí. Elige. En parte los fenómenos migratorios se deben a que no ha habido suficiente liberalización. De otra forma estas personas no necesitarían emigrar para desarrollar su trabajo, que están dispuestas a hacer en países extraños, fríos, hostiles a veces, con un idioma que no conocen… Cuando veo a los senegaleses trabajando como leones en El Ejido pienso que eso es un fracaso de la liberalización comercial, porque si esta gente pudiera trabajar en sus países, no habrían tenido que venir. ¿Todos mejoraríamos entonces? No, habría una pérdida de renta para España. Ese es el problema…
Y en el tema fiscal, coincido plenamente: el gran error de esta crisis ha sido no haber ido a por los paraísos fiscales, hemos perdido una oportunidad de oro. Yo se lo dije a Zapatero: «Dios nos ha venido a ver. Es el momento de acabar con los paraísos fiscales, además de la mano de Sarkozy, que es un tipo de derechas…». Ha sido una pérdida de oportunidad tremenda, porque hay una injusticia fiscal completa. Y también dentro de cada país, pero desde luego a nivel global.