El Señor, nuestro Dios, es el único Señor y lo amarás - Alfa y Omega

El Señor, nuestro Dios, es el único Señor y lo amarás

Viernes de la 3ª semana de Cuaresma / Marcos 12, 28b-34

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios».

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Comentario

«¿Qué mandamiento es el primero de todos?». El interés por el orden de los mandamientos era común en las discusiones escolares con los rabinos. Pero no se trataba de un interés puramente académico. En el orden de los mandamientos hay una valoración de los bienes: lo más valioso siempre va antes. Dios es lo más importante y lo más valioso: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”».

Sin embargo, aunque aquel escriba solo le había preguntado por el primer mandamiento, Jesús añade inmediatamente un no solicitando segundo mandamiento: «El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». Es como si no pudiera separarlos, como si no consiguiese escindir el amor a Dios del amor a los hombres. Es porque Dios nos pide nuestro amor al amarnos a los hombres. No hay amor a Dios que no provenga de su condescendencia amorosa. Y no es posible amar a Dios sin ver su amor por los hombres y no amarlos con Él.