«El Señor no nos abandona»
Los refugiados cristianos de la Llanura de Nínive esperan esta Semana Santa el triunfo de la vida sobre la muerte como nunca. Ellos saben lo que es el abandono, el dolor, el miedo… Lo han dejado todo por el Señor y esperan celebrar ahora los días más importantes de nuestra fe
Erbil, capital del Kurdistán iraquí. Aquí no pudo entrar este verano el Estado Islámico. Desde entonces, se ha convertido en el refugio de todos los cristianos expulsados, por primera vez en la Historia, de la Llanura de Nínive. Llegaron en masa: 125.000 cristianos a Kurdistán. Exhaustos y aterrorizados. Y buscaron por Ankawa, el barrio cristiano de Erbil, la primera iglesia para tumbarse, descansar y protegerse. Su vida cambió para siempre.
Los jardines de la iglesia de San José, catedral de Ankawa, están, nueve meses después, abarrotados de cristianos. No cabe un alfiler para poder asistir junto al obispo a la celebración del Domingo de Ramos. Es imposible entrar. Familias enteras quieren participar. Este año más que nunca. Como siempre, vestidos con sus mejores galas. Y, como todos los años, con sus ramas de olivo. Todos, niños y mayores. Parece que nadie se quiere perder el momento y, a pesar de la multitud agolpada, hay silencio contenido.
Con esta celebración del Domingo de Ramos en Erbil, comienza la Semana Grande para los cristianos refugiados. Esta Semana Santa es diferente para todos. No están en sus parroquias de Mosul o Qaraqosh. Han vivido en sus carnes el miedo, el abandono, la necesidad… Han perdido todo por su fe en el Señor, y este Domingo de Ramos esperan la llegada de Jesús como nunca. Ansían que el Señor venga a salvarlos, a ayudarlos, a consolarlos… Igual que Cristo fue aclamado en su entrada a Jerusalén, los cristianos iraquíes quieren recibir a Aquel que viene a salvar al mundo.
En esta ocasión, la Iglesia caldea de Erbil ha decidido no realizar su tradicional procesión de Ramos por el centro de la ciudad. Solían recorrer unos dos kilómetros anunciando a su pueblo la llegada del Señor. Hay tensión en el ambiente y, por medidas de seguridad, este año se ha decidido realizar la celebración en los jardines de la catedral. El obispo caldeo de Erbil, monseñor Bashar Warda, quiere proteger todo lo que pueda a su pueblo, no quiere que sufra más.
Esperamos la Resurrección
Los niños agitan sus palmas en alto y cantan: ¡Hosanna! ¡Hosanna! Al que viene en nombre del Señor. La Hermana Sanaa Hana, de la Congregación del Sagrado Corazón, asegura: «Necesitamos experimentar más que nunca la fuerza de esta fe. Necesitamos la presencia del Señor para llevar nuestra Cruz».
El pasado verano, la Congregación del Sagrado Corazón perdió las tres casas-madre que tenían en Mosul. El Daesh [el autodenominado Estado Islámico] las tomó, y destrozó todas las cruces. La iglesia del convento fue volada por los aires. Igual pasó con el convento de San Jorge, en Mosul, que está utilizado como prisión para personas de la minoría yazidí.
«El significado de la Semana Santa lo vivimos siempre como el que da sentido a nuestra fe. Este año sobre todo. El testimonio de todo este pueblo que está sufriendo la muerte en su piel dará fruto. El Señor lleva su Cruz y esperamos la Resurrección», asegura la religiosa.
Apoyo a las familias
Los centros de refugiados están saturados de familias que, nueve meses después, siguen en una situación precaria. Parece que el tiempo no ha pasado desde aquel inolvidable 6 de agosto, cuando el pueblo de Qaraqosh salió en estampida en una sola noche. Se bloquearon las carreteras, la gente anduvo más de 10 horas hasta Erbil, los niños gritaban de hambre y sed… Dejaron en horas su hogar y, de la noche a la mañana, se convirtieron casi en vagabundos, durmiendo en la calle y llamando a las puertas de las iglesias pidiendo auxilio.
En un mes, la Iglesia local, junto con instituciones del exterior como Ayuda a la Iglesia Necesitada, consiguió en un principio tiendas militares de campaña. Meses después, llegaron las caravanas, una para cada familia. Ahora se trabaja en el proyecto de alquiler de viviendas. Cada familia tiene que recuperar su dignidad y su privacidad.
«Dejamos todo por seguir a Jesús, nuestra casa, nuestro trabajo, nuestra vida, y ahora el Señor nos lo está devolviendo. Gracias a la Iglesia tenemos un techo para vivir con la familia y estamos vivos», aseguraba un padre de familia de Mosul. «El Señor no nos abandona», dice.
Sin lugar a dudas, el pueblo caldeo está viviendo ahora la penúltima estación de su histórico vía crucis. Cae una y otra vez, pero se levanta. La mayoría quiere irse fuera de Irak, muchos desean volver a sus ciudades de origen…, pero mientras tanto celebran ya esta semana el triunfo de la vida sobre la muerte. Dan testimonio de ello a todos los cristianos de Occidente.