El secreto de toda evangelización - Alfa y Omega

El secreto de toda evangelización

Alfa y Omega
Jesús llama a la puerta para entrar, pero, justamente, para salir… La vía romana Ruta de las misiones: aquí caminó san Pablo, en las cercanías de Antioquía de Pisidia.

«No sé ya cuantas veces les he dicho que tienen que seguir el plan organizado en la parroquia, y no hay manera…», le decía el sacerdote encargado de la pastoral juvenil al sacerdote de la parroquia vecina, al tiempo que se lamentaba porque cada vez había menos jóvenes, y menos de todo en su parroquia. El compañero sacerdote sólo le hizo este comentario: «Brotan flores fuera de nuestra parcela, y como no están dentro las cubrimos de asfalto; pero resulta que siguen brotando incluso con el asfalto, y seguimos echando más asfalto encima, y vuelven a romperlo brotando de nuevo… ¿No es hora ya de dejar de echar asfalto y seguir al Señor cómo y dónde Él quiere hacer crecer a su Iglesia?».

No se trata de ninguna conversación inventada, y pone en evidencia lo que, bien claro, acaba de decir el Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual: «A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Tenemos miedo a las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así». ¿Acaso no lo vemos, después de dos milenios ya de historia de la evangelización? En la Misa de inicio de su pontificado, justamente en la solemnidad de San José, no en vano el Patrono de la Iglesia universal, ya nos lo había dicho: «Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa». Aquí está, justamente, el secreto de la nueva, como de la primera, evangelización: sencillamente, se trata de servir a la obra de Otro, ¡Aquel que ha resucitado, y vive con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, llenando la vida de la única luz y la única esperanza que responden a la sed infinita que constituye el deseo más hondo de todo corazón humano! No otra razón explica la vida de la Iglesia y su expansión hasta los confines de la tierra, durante ya dos milenios, y no a través de hombres y mujeres excepcionales, sino de pobres pecadores, eso sí, enamorados de ese Otro que les ha hecho hombres y mujeres nuevos, y no pueden por menos que decírselo a todos: eso justamente es la evangelización, desde el primer momento en que nace la Iglesia, no algo construido por el hombre, de ahí sus frutos, pues, como dijo Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio, de 1990, está «basada en la confianza en el Espíritu. ¡Él es el protagonista de la misión!».

«No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas como vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás»: lo dijo el Papa Francisco, el Jueves Santo, en la Misa Crismal, a los sacerdotes, los primeros llamados a evangelizar, y sus palabras valen igual para todos los bautizados, que no han de ser otra cosa que evangelizadores. ¿O acaso quien se ha encontrado con Cristo necesita de cursos, o de métodos, para proclamarlo a los cuatro vientos?

Es verdad, como dijo Juan Pablo II en la JMJ de Santiago de Compostela, ¡hace ya casi 24 años!, que «el mundo actual es una gran tierra de misión, incluso en los países de antigua tradición cristiana». Ahora, desde luego, no lo es menos, y es evidente que no han faltado cursos y métodos de todo tipo y condición, o, más exactamente, el lamento por no terminar de encontrar los adecuados; lógico, cuando se tienen cerrados los ojos y el corazón a la radical Novedad, ¡Cristo vivo, que todo lo hace nuevo! «Es el mismo Jesucristo –dijo el entonces arzobispo de Buenos Aires, ante todos los cardenales en las Congregaciones previas al Cónclave en que fue elegido Papa– quien, desde dentro, nos impulsa», no a otra cosa que a la evangelización, «¡la razón de ser de la Iglesia!», y «cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar se enferma». He ahí el origen de los lamentos pastorales. «Hay dos imágenes de la Iglesia –añadió el aún cardenal Bergoglio–: la Iglesia evangelizadora que sale de sí, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí». Y evocó, con finura, el pasaje del libro del Apocalipsis en que «Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente, el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir». Y ¿cómo debería ser el próximo Papa? «Un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar».

¡Qué bien refleja el nuevo Papa el corazón mismo del Año de la fe, tal y como lo expresó Benedicto XVI, al convocarlo, en la Carta Porta fidei, alentando de nuevo, como desde el inicio, a la «evangelización –justamente– para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe»!