Él se levantó y lo siguió - Alfa y Omega

Él se levantó y lo siguió

Jueves de la 24ª semana de tiempo ordinario. San Mateo Apóstol / Mateo 9, 9-13

Carlos Pérez Laporta
La llamada a Mateo. Marinus van Reymerswaele. Museo de Bellas Artes de Gante (Bélgica).

Evangelio: Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

«Sígueme».

Él se levantó y lo siguió.

Y estando en la casa, sentado en la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.

Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:

«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y dijo:

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores».

Comentario

Nos es imposible saber cómo Dios gestiona la historia desde la eternidad. Pero en este evangelio la vocación de Mateo sucede de paso: «Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos». Es hermoso que así sea, porque la llamada de Jesús no pesa como un destino inamovible, imposible de sortear, que aplasta la vida con su llegada. La eternidad acontece en el tiempo según las condiciones de la temporalidad. Jesús pasaba por ahí. Esa ligereza abre espacio a la expresión de toda la espontaneidad y libertad de Mateo. No podría culpar al destino: Jesús estaba de paso y «él se levantó y lo siguió» cuando le dijo «sígueme». En su decisión, se jugó su libertad siguiendo a un hombre que pasaba por ahí.

Por lo mismo, cuando le falten las fuerzas, cuando se sienta indigno, cuando piense que no reúne las condiciones, podrá pensar que nunca necesitó estar a la altura: Jesús le llamó sencillamente porque «le vio». Es la mirada de Jesús la que fundamenta su vocación, y no lo que él por sí mismo es capaz de hacer. Antes de que Jesús pasara, él llegó a pensar que nunca saldría de aquel puesto de cobrador. Él no creía que hubiesen más posibilidades, conociéndose como pensaba conocerse. La sociedad, que también creía conocerle, ya le había sentenciado porque le había visto pecar. Pero a la voz del Señor, ante sus ojos, se abrió para él un mar infinito de posibilidades. Sólo por una mirada. Sólo por una voz. Y nació en él una libertad desconocida, un desapego nunca experimentado por las riquezas. Y esa mirada es la que vio ante el martirio, con esa voz que seguía diciendo «sígueme»: le esperaba la vida eterna, cuando parecía que ya nada podía esperarse.