El salmantino que vive entre los tonga
Hasta hace dos años Leo Ramos era cura rural en la salmantina serranía de Francia, donde atendía ocho pueblos. Pero su vocación le llevó por otros derroteros, porque «necesitaba un cambio, vivía sin pisar la realidad». Aterrizó con el Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) en Hwange, una diócesis de Zimbabue, donde convive con la etnia tonga. Tiene un blog, mwapona.com (la primera palabra que aprendió en tonga, que es equivalente a nuestro hola) donde cuenta sus vivencias como testigo de Dios en este pueblo
Primera pregunta obligada: ¿Quiénes son los tonga?
Es una etnia minoritaria de Zimbabue, porque el 85 % del país es de la etnia shona. Yo vivo con otros nueve misioneros del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) en la diócesis de Hwange, en medio del bosque, en una zona muy pobre que vive de la agricultura de subsistencia. Una forma de vida que depende de si llueve —entonces hay comida— o no. Pero el Estado, llueva o no llueva, no provee de nada.
Imagino. El Gobierno de Mugabe se conoce internacionalmente por su alto nivel de corrupción.
Aquí el pueblo ni siquiera puede comentar con el vecino algo en contra del presidente porque termina en la cárcel. Lleva 30 años en el poder y lo que le queda, aunque los funcionarios están empezando a tener retrasos en los cobros y la corrupción se está extendiendo por todo el país. El otro día hice un viaje de cinco horas en coche y conté diez controles policiales. Todos me querían multar por cosas sin sentido, como por ejemplo que tenía una raja en el faro. Lo que querían era dinero.
Supongo que Zimbabue convive con la misma lacra que el resto de África: la fuga de cerebros.
Sí, aquí no hay ningún tipo de salida. Los niños tienen que andar horas para llegar a una suerte de escuela rural, no tienen luz para hacer deberes… Y bueno, la gente ni siquiera puede sacar más de 30 dólares del cajero. Así que, los que tienen alguna pequeña oportunidad de ir a la universidad o formarse, emigran.
Está, como quien dice, recién llegado. ¿Cómo se adapta uno a un cambio tan grande?
Lo primero ha sido estudiar la lengua local. Muy poca gente habla inglés, así que llevo casi dos años estudiando tonga, porque si quiero participar de la vida de mis fieles tengo que poder comunicarme con ellos. El segundo paso es aclimatarse, conocer las costumbres y la cultura del lugar, dejando atrás los conceptos e ideas que uno trae en la cabeza. Esto es como nacer de nuevo.
Se nace de nuevo y se cultivan otras virtudes, como la de la paciencia, ¿no?
¡Es lo que más me ha costado! Más aun que adaptarme a la escasez de cosas materiales, que luego ha sido más sencillo de lo que pensaba, o a la comida —arroz, maíz, verduras amargas y los días buenos algo de cabra—. La gente en Zimbabue es paciente, tienen un ritmo más africano. Lo que no se hace hoy, ya se hará mañana. Yo, acostumbrado a ir corriendo a todas partes en Salamanca, me estoy adaptando a este ralentí. Y me está ayudando personalmente, la verdad. Me doy cuenta de que forzamos demasiado la máquina —yo el primero—, y eso no es sano para la persona ni para la sociedad. Desde que estoy en este país me paro a mirar más alrededor, y eso me hace ser más consciente de lo que ocurre.
Además de impartir los sacramentos, ¿el resto de la labor del sacerdote en Hwange es igual que la de la serranía de Francia?
El cura es cura en todas partes, pero es verdad que aquí las comunidades son muy independientes, no pivotan tanto alrededor de la figura del sacerdote. Si en España un cura no va a un entierro, sales hasta en España directo. Pero aquí, si no llega —porque, entre otras cosas, tiene que desplazarse cientos de kilómetros para ir de una capilla a otra— entierran al fallecido y punto. Todo tiene sus luces y sus sombras, pero en España estamos formando laicos menores de edad que necesitan al cura para todo.
No hay nada como salir fuera para ver las cosas con perspectiva. ¿Algún aprendizaje más?
A mí me encanta bailar y cantar, y aquí he aprendido a ver la música como la herramienta clave para expresar los sentimientos, así que me he mezclado fenomenal con los tonga, que además son muy dados a utilizar tambores. Y luego, he visto que los zimbabuenses tienen una unión entre cuerpo y espíritu muy natural. En España vas al médico por un dolor de espalda y te da una pastilla. Aquí buscan también otras razones que puedan estar unidas, porque alma y cuerpo son uno. Pero esto tiene un problema: la proliferación de sectas y hechiceros. Mucha gente viene a Misa y va al santero. La Iglesia en este campo tiene mucho que hacer, porque los niveles de evangelización no son tan profundos como nos gustaría.