El sabat de la mezquita de Córdoba alberga un tesoro
La pequeña puerta dorada de la fachada occidental de la mezquita de Córdoba es un vestigio de lo que fue el sabat, el pasadizo que permitía al califa cruzar desde su palacio sin pisar la calle. Sus restos albergan hoy el archivo catedralicio
El sabat de la mezquita de Córdoba era el acceso privado que permitía al califa y a su corte dirigirse hasta su sala de oración directamente desde el palacio. «Era un modo de separar al personaje real del pueblo», asegura el delegado de Patrimonio de la diócesis cordobesa, Jesús Daniel Alonso. Este acceso se realizaba a través de un pasadizo, algo alzado respecto al nivel del suelo, que tenía como objetivo «garantizar la seguridad del califa, para protegerle de atentados en la calle. Pero la cuestión es que los personajes reales no solían morir asesinados en la calle; esto ocurría más en su cama o en el comedor». Por eso, prima más el sentido simbólico que se le daba a este pasaje, «ya que al separarlo del pueblo se protegía su imagen, se sacralizaba». Esta concepción del califa como elemento sagrado «tiene ascendencia bizantina, no es una concepción islámica; pero los musulmanes van asumiendo poco a poco esa sacralización de la que gozaban los emperadores bizantinos. Bizancio se convierte en su espejo, en su modelo de prestigio y belleza».
Explica Jesús Daniel Alonso que en esa época ya hubo una embajada que relacionó Córdoba y Bizancio, «y se llevaban bien, porque no eran vecinos. Bizancio buscaba aliados musulmanes que no estuviesen en sus fronteras, y ese era el califato de Córdoba». De hecho, la macsura –el recinto reservado en las mezquitas, donde se situaban el califa o el imán durante las oraciones públicas– a día de hoy está decorada con teselas bizantinas. Otro ejemplo de esta unión de culturas es el palacio de Medina Azahara, «que imita al palacio sagrado de Bizancio».
El pasadizo tenía seis metros de anchura y dos arcos (hace unos años encontraron, al excavar en la calle, el basamento del sabat), que permitían el paso de los caballos y peatones por la calle. Este mismo pasadizo «lo utilizaron durante un tiempo los obispos, ya que estuvo en pie hasta el siglo XVII. Usaban este corredor para entrar en la catedral, una vez consagrada como iglesia, acontecimiento que tuvo lugar el 29 de junio de 1236 –tres años después pasó a ser sede catedralicia–».
Parte del sabat fue demolido porque estaba en ruinas, y el obispo no necesitaba ese pasadizo. «Había que hacer una reforma de la fachada –hablamos del siglo XVII–, y la construcción vetusta del pasaje empezó a estorbar», explica el delegado de Patrimonio. Hoy queda una puerta dorada como vestigio y podemos verla aún, sin acceso exterior, en el muro occidental. La parte conservada del sabat de la mezquita se dispone en cinco estancias, cuyas dimensiones se corresponden con las de las naves de la sala de oración. En estas dependencias encontramos hoy el archivo catedralicio, «el sancta sanctorum de la historia y la cultura de la catedral de Córdoba», explica Jesús Daniel Alonso. No se trata del archivo más grande de la provincia, pero «es riquísimo en contenido, porque la catedral se convirtió en el núcleo de la ciudad cristiana. Además, conserva la biblioteca capitular, que tiene uno de los mejores fondos de España; es la tercera en número de incunables –tiene casi 700–, después de la Biblioteca Nacional y de la Colombina de Sevilla». Este lugar, tan desconocido para el gran público, «es sagrado por muchos motivos. Por su historia, ya que aquí se recibía a los dignatarios, y por lo que contiene; de hecho, ahora es un lugar de investigación, abierto a todos aquellos que quieran venir a estudiar».
La decoración, por cierto, es austera. «La portada sí tiene un mosaico bizantino, y destaca la puerta brillante por la que salía el califa, decorada con un mosaico dorado». El motivo es que a los sultanes en Turquía se les llamaba la sublime puerta, en el sentido de ser el que conduce, el que conecta al pueblo con la divinidad. «Delante de esta puerta dorada, que aún existe, había antes un lucernario, y cuando los musulmanes entraban a la mezquita, veían un pequeño foco de luz que iluminaba el dorado. Esto simbolizaba la presencia del califa allí; nuestros antepasados tenían claro ese sentido de la luz». Para el delegado de Patrimonio de Córdoba, este lugar es uno de esos «secretos a voces que conserva la catedral, que son muy desconocidos». «La gente entra a buscar la mezquita, pero la catedral es un edificio vivo», asevera.