El rito de nuestros antepasados
Los manuscritos de entre los siglos IX y XII que se conservan en el Archivo Capitular de Toledo no son solo memoria: están sirviendo para revisar la liturgia hispano visigótica o mozárabe, aún en uso en España
Al menos desde el siglo V y hasta el siglo XI, en toda la península ibérica los cristianos celebraron su fe en un rito «con una influencia clara del norte de África» y cercano también a los ritos orientales. Juan Manuel Sierra, profesor de Liturgia en el Instituto Teológico San Ildefonso y en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, explica que es además una liturgia que se compuso «en un ambiente de persecución», tanto durante el Imperio romano como en época visigoda, cuando en este territorio dominaba la herejía arriana. Los mártires están muy presentes, así como «la idea de pedir a Dios que nos libre de los que nos persiguen» y oraciones que, frente a quienes negaban la divinidad de Cristo, subrayan su «misma naturaleza que el Padre».
Estos recursos también pudieron fortalecer a los cristianos tras la invasión musulmana. Afortunadamente, añade Sierra, cuando esta se produjo, el rito «ya estaba formado y recogido en códices. De no ser así, seguramente se habría perdido». En la segunda mitad del siglo XI, en los reinos cristianos del norte se empezó a imponer el rito romano. El habitual hasta entonces, el hispano visigótico, solo se conservó entre los mozárabes. «Para ellos se convirtió en un signo de identidad». Sobre todo, en Toledo.
Por eso, no es de extrañar que uno de los tesoros de su Archivo Capitular sean varios manuscritos de textos litúrgicos que han permitido conservar hasta hoy el conocimiento del rito hispano mozárabe. No así, curiosamente, el manuscrito más antiguo sobre este rito, que está en Verona. En Toledo custodian un Liber horarum (liturgia de las horas), un Manuale (ritual de sacramentos), cuatro ejemplares del Liber misticus (oraciones para la Misa) y el Liber commicus con fragmentos de la Palabra para las celebraciones, equiparable a un leccionario.
Fueron elaborados entre los siglos IX y XII pero recogen textos que ya existían varios siglos antes en copias que se perdieron. Así, se sabe que «algunas de las oraciones son de san Ildefonso» (siglo VII). Sus escritos también dan detalles sobre cómo se celebraba. Por ejemplo, que en el padrenuestro el celebrante recitaba cada frase y el pueblo respondía «amén». A san Ildefonso se le atribuye asimismo la Misa del 18 de diciembre. Ese día se celebraba la fiesta de Santa María —precursora de Nuestra Señora de la Esperanza— para conmemorar la Anunciación, en vez de en Cuaresma. Alfredo Rodríguez, técnico del Archivo Capitular, añade que otros arzobispos toledanos del siglo VII también tuvieron una «participación destacada en el desarrollo» de esta «liturgia tan elaborada»: san Julián, que «revisó el conjunto de oraciones del año litúrgico» y, antes, san Eugenio, que «corrigió los cantos».
¿Cómo era esa música? Sierra explica que algunos de los manuscritos toledanos incluyen anotaciones al respecto. Pero «no hay quien las interprete», porque son simplemente «trazos que suben o bajan encima de la letra. Eso solo sirve si ya conoces la melodía. Hay expertos que dicen que se parecería al canto llano romano, pero no dejan de ser teorías». En su conjunto, subraya Rodríguez González, estos manuscritos «constituyen un testimonio de primera magnitud para mostrar la belleza de un rito que forma parte del patrimonio inmaterial de toda la cristiandad».
Detrás de las adaptaciones
Pero su utilidad va más allá de la investigación académica. Estos manuscritos están sirviendo, un milenio después, para la revisión completa de un rito que sigue en uso tanto en Toledo como en otras partes de España. Sierra explica que a principios del siglo XVI, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros encargó hacer una recopilación del rito, para que el material no se perdiera. El canónigo Alonso Ortiz, que asumió la tarea, «le dio una estructura homogénea, quedándose con lo que más le convencía cuando había discrepancias» entre copias; por lo que «en cierto sentido es una adaptación». También en la segunda mitad del siglo XVIII Francisco Antonio de Lorenzana hizo otra edición con nuevas correcciones.
Era esta la que se usaba hasta no hace mucho. Pero después del Concilio Vaticano II, «la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos pidió al arzobispo de Toledo que se acometiera una revisión». La comisión encargada de ello hizo «una labor impresionante» de purificación, comparando los manuscritos y las ediciones posteriores. De ahí salieron el Misal y el Liber commicus. Además, en 2018 se constituyó la Congregación del Rito Hispano Mozárabe, que «con mucho trabajo» está haciendo lo mismo con el resto de libros litúrgicos. Siempre contando con la memoria viva que custodia el archivo de la catedral de Toledo.