El Renacimiento entró en la península por Bolea - Alfa y Omega

El Renacimiento entró en la península por Bolea

La colegiata de Santa María la Mayor, en este pueblo de la diócesis de Huesca, se erigió a toda prisa. Contó con reputados artistas de los Países Bajos y, seguramente, de Italia

Rodrigo Moreno Quicios
Sobre la loma, la colegiata de Bolea resiste al cierzo.
Sobre la loma, la colegiata de Bolea resiste al cierzo. Foto: Manuel G. Constante.

«Bolea tiene una curiosidad: fue el último emplazamiento musulmán en la zona, porque justo delante empieza el Prepirineo y no avanzaron más», nos ubica Manuel G. Constante, guía de la colegiata de Santa María la Mayor en este pueblo en la diócesis de Huesca. Es un templo enorme, que tiene frente a sí un potente competidor turístico, pues a tan solo nueve kilómetros se encuentra el castillo de Loarre, en proceso de ser declarado patrimonio de la UNESCO y escenario de hazañas bélicas en la vida real y en películas como El Reino de los cielos.

Según narra el guía, cuando Pedro I, rey de Aragón, incorporó Huesca a su corona en 1096, su siguiente prioridad fue hacerse con Bolea. La asedió en 1101, la última plaza fuerte musulmana de la zona acabó rindiéndose y, al entrar el monarca, «lo primero que hizo fue construir una iglesia románica». La localidad fue creciendo y, como sirvió de «cruce de caminos» entre Jaca, Francia y Pamplona, en el siglo XIV alcanzó los 3.000 habitantes. Hoy, en cambio, está en una carretera secundaria y cuenta con menos de 500.

Los nervios de las bóvedas dan a la colegiata amplitud y estética catedralicia.
Los nervios de las bóvedas dan a la colegiata amplitud y estética catedralicia. Foto: Manuel G. Constante.

En su esplendor, Bolea «tenía muchísimo dinero y era una villa con un montón de casas señoriales», recuerda Constante. De hecho, sus nobles fueron capaces de atraer hacia sí a los mejores artesanos de la corte itinerante de los Reyes Católicos entre Aragón y Castilla y costearon la construcción de esta colegiata gótica sobre el solar que ocupaba la iglesia románica. Se hizo a toda velocidad y, aprovechando los sillares de esta, el maestro cantero guipuzcoano Pedro Irázabal la comenzó en 1541 y la concluyó en 1559.

Esta ampliación a toda prisa «porque aquí somos un poco cabezones» empujó también a «dos artistas internacionales» de la corte a desmontar y adaptar al nuevo templo el magnífico retablo que habían realizado para la iglesia románica entre 1490 y 1503. Uno de ellos era el maestro Gil de Brabante, procedente de Países Bajos y autor de una Virgen rubia de 1,80 metros, siguiendo los cánones de su tierra natal. Sin embargo, hay muchas incógnitas sobre quién fue el segundo autor del retablo porque, aunque pintó 20 tablas al temple, «no las firmó».

El magnífico retablo muestra personajes con colores y poses renacentistas. Además, visten a la italiana.
El magnífico retablo muestra personajes con colores y poses renacentistas. Además, visten a la italiana. Foto: Manuel G. Constante.

«Huele a Italia por todos lados»

«Lo que hace especial a Bolea es que el retablo que tenemos es único porque sus tablas supusieron la introducción del Renacimiento en la península ibérica», presume Manuel G. Constante. Como obra entre periodos, combina las esculturas góticas tardías con estas pinturas que supusieron todo «un catecismo visual». «En el siglo XIV mucha gente no sabía leer y el retablo les cuenta la historia de Cristo de principio a fin». Y aunque su autor permanece en el anonimato, parece indiscutible que pasó un tiempo en Italia porque, al mirar las tablas, «parece que estás viendo a Miguel Ángel».

Una teoría es que «esas 20 tablas se pintaron en Italia y se enviaron aquí», recuerda el guía de la colegiata de Bolea. Fuera o no así, el retablo «huele a Italia por todos los lados». Entre los elementos que lo subrayan, está «el uso de colores vivos, la perspectiva y los puntos de fuga o la anatomía perfecta». También las vestiduras de los personajes, como un Poncio Pilato con traje de «señor milanés, florentino o veneciano»; o los soldados y sus armaduras indiscutiblemente italianas. Aparte, «hay un descendimiento de la cruz con una María Magdalena clavada a El nacimiento de Venus de Botticelli; es la misma pelirroja con los mismos tres mechones al viento y la cara girada». Una imagen que todos los lectores tendrán en su cabeza, pero que en aquella época en la que «no había tutoriales en YouTube» evidencia que «el pintor tuvo que estudiar en Italia».

Esta María Magdalena guarda un enorme parecido con la Venus de Botticelli.

Esta María Magdalena guarda un enorme parecido con la Venus de Botticelli. Foto: Manuel G. Constante.

«¿Cómo tenéis esta maravilla?»

La otra «joya» de la colegiata de Bolea es «una capilla con imágenes de alabastro de una sola pieza». Es un material ampliamente usado en esta región, también como alternativa al vidrio porque «no tenemos playa y para conseguir cristal hay que fundir arena con sílice». Manuel G. Constante añade que «cualquier escultura de alabastro en Aragón es de Damián Forment», un artista valenciano extremadamente «prolífico» que —con la ayuda de su taller— también realizó el retablo mayor de la basílica del Pilar o de la catedral de Huesca.

Preguntado por los retos de la región, este guía responde inmediatamente que «necesitamos turismo». «Esta es una zona bastante despoblada y el castillo de Loarre hace sombra a todo lo demás». Antaño, se vendía de manera conjunta la entrada a los dos enclaves, pero esa práctica se ha abandonado y la colegiata corre el riesgo de caer en el olvido. «El 90 % de quienes entran nos dicen: “¿Cómo tenéis esta maravilla aquí y no la publicitáis más?”». Finalmente, en cuanto a la conservación del lugar, agradece que «tuvimos la suerte en 1980 de que se invirtieran 60 millones de pesetas en dejarla tan bonita como está ahora, que parece nueva».