El reino del vino nuevo
2º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Juan 2, 1-11
Comenzamos con este domingo el tiempo ordinario, ese tiempo litúrgico en que no celebramos un misterio aislado de la vida del Señor (como en el Adviento, la Navidad, la Cuaresma o la Pascua), sino que celebramos la normalidad, el día a día, la globalidad, de ese misterio.
El Evangelio de este domingo, el relato de las bodas de Caná, podría formar una unidad con el Evangelio de la Epifanía (manifestación de Dios a los pueblos gentiles) y con el del Bautismo (el comienzo de la misión y la presentación por parte del Padre en público del Enviado). Los tres son como el nacimiento a la vida pública, a la misión, del que ha nacido en Belén.
Según el cuarto Evangelio, la actividad pública de Jesús comienza con un signo, una acción que, a primera vista, podría parecer extraña. En Caná, un pequeño pueblo de Galilea, se está celebrando una fiesta de bodas –que según la costumbre de la época se prolongaba durante varios días–, en la que está presente la madre de Jesús. Llega también Jesús con sus discípulos. Pero, ¿quiénes son los esposos? ¿Por qué no se dice nada sobre ellos? ¿Por qué no intervienen? Este extraño silencio nos invita a comprender en profundidad la historia: se trata de un mensaje presentado en un lenguaje simbólico.
En la celebración de este matrimonio falta el vino, y esto amenaza seriamente la alegría de la fiesta. La madre de Jesús, por tanto, se vuelve hacia Él y le dice: «No tienen vino». No pide nada, no impone al Hijo lo que debe hacer; simplemente le expone la situación, respetando plenamente su libertad y apelando a su iniciativa. Jesús reacciona con dureza. La llama «mujer», como si fuera una extraña para Él, y se distancia de ella diciendo: «¿Qué tienes tú conmigo?». De nuevo encontramos cómo Jesús, en el momento de emprender su misión, había dejado el hogar y a su madre, formando una nueva familia con sus discípulos (cf. Mc 3, 31-35).
Jesús añade en su respuesta: «Todavía no ha llegado mi hora», una expresión enigmática, anticipo de otro tiempo que está por llegar, de su hora (cf. Jn 12, 23; 13, 1; 17, 1): aquella en la que a través de su muerte y resurrección se celebrarán las bodas definitivas entre Jesús, que es el Esposo, y toda la humanidad. Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él diga», mostrándose totalmente obediente al Hijo y pidiendo que su Palabra sea escuchada y acogida. Inmediatamente el agua presente en unas ánforas para un ritual de purificación se transforma en abundante vino. Y entonces es posible la fiesta plena, comienza el tiempo de los desposorios entre Jesús y su comunidad, su esposa (cf. Ef 5, 31-33), anticipo de su matrimonio con toda la humanidad.
Podríamos hacer una doble lectura sobre este signo que nos relata Juan. En realidad se trataría de dos niveles de lectura (una técnica propia de Juan, que suele presentar el acontecimiento histórico, y este da paso a una reflexión sobre el significado del hecho histórico más allá de él).
La primera lectura que podríamos hacer es elemental y evidente. Nos encontramos ante el matrimonio, el amor entre un hombre y una mujer, para formar un hogar, recibir la vida y ser un lugar donde se acoge la Gracia del Señor. Este pasaje de Juan (el teólogo de la carne, de la Encarnación, del Verbo Creador) corroborará lo que Dios hizo en el principio: «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). El relato evangélico de las bodas de Caná es la presencia confirmativa de Cristo en el matrimonio. Y no solo de Jesús, sino de la Virgen María. Ellos están al servicio de la familia. Toda la Iglesia, desde Jesús y María, hasta el último cristiano (y, sobre todo, el sacerdocio) están al servicio del matrimonio, procurando que nos les falte el vino, tratando de que ese matrimonio sea para siempre y en verdad sea morada y albergue de vidas nuevas con nombres propios.
La segunda lectura también se puede ver con facilidad. El que aparece como el esposo es sin duda Cristo. Jesús y María (el nuevo Adán y la nueva Eva) van a ser el origen de la nueva humanidad. Es el Esposo que trae el vino nuevo, el Espíritu Santo.
De este modo, el Evangelio nos presenta la conversión del agua en vino. Es el comienzo de una nueva era. El final de la espera ha terminado. Ahora se abre el Reino de los Cielos: el reino del vino nuevo, el reino del Espíritu.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al esposo y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.