El Reino de Dios - Alfa y Omega

El Reino de Dios

Martes de la 30ª semana del tiempo ordinario / Lucas 13, 18-21

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: DALL·E.

Evangelio: Lucas 13, 18-21

En aquel tiempo, decía Jesús:

«¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé?

Es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas».

Y dijo de nuevo:

«¿A qué compararé el reino de Dios?

«Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó».

Comentario

Jesús busca comparaciones para que podamos entender. Busca imágenes del mundo que se asemejen al Reino de Dios. Esas semejanzas deben acercarnos a su experiencia del Reino. ¿Dónde ve Él el Reino para poder compararlo? El Reino de Dios es lo que late en su interior. El Reino de Dios es su relación con el Padre, es el Espíritu que los engarza en permanente comunión. Antes del mundo, Dios reinaba, porque todo cuanto existía era Dios; el Reino, pues, consistía en el Amor que el Padre le tiene, y que Él le tiene al Padre. El Gobierno de la divinidad consistía en el Amor que son y se tienen.

Ahora ese Reino interno a Dios tiene que desplegarse en su exterior, tiene que atravesar la historia y llevarla al corazón mismo de Dios. El Reino de Dios es el Amor divino creando, guiando y salvando toda la historia, a la misma velocidad con la que esta avanza. Porque el Reino se despliega sin violentar, porque el gobierno divino es siempre libre. Camina lentamente, al ritmo de la vida.

Por eso, Jesús ve destellos del Reino en toda la creación. Cuanto ve en el mundo le recuerda al Padre, ve analogías por todas partes. Todo está hecho para manifestar y acrecentar ese amor, porque su amor por el Padre crece con la historia, porque quiere incluir la historia como ofrenda al Padre. Por eso las cosas llegan a parecerse al Padre en su mirada. Para el que ama, todo llega a ser signo del amado.

Incluso un grano de mostaza. Esa pequeña semilla le recuerda al amor del Padre que ha observado crecer de día en día en su humano corazón: desde la niñez ha crecido poco a poco, hasta ser capaz de cobijar el mundo entero: al abrirse su costado en la cruz, todos los hombres tendrán un hogar en su Sagrado Corazón. También le recuerda a la levadura, porque su amor por el Padre es capaz de fermentar todas las cosas, transformándolas en una ofrenda eterna.