El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra
Lunes de la 5ª semana de Cuaresma / Juan 8, 1-11
Evangelio: Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó:
«Ninguno, Señor». Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Comentario
Jesús nunca escribió nada. Sólo tenemos constancia de aquel momento en que le trajeron a aquella «mujer sorprendida en adulterio», mientras Él, «inclinándose, escribía con el dedo en el suelo». Lo que se escribe en el suelo se borra en seguida. Por eso, quizá, el evangelista no nos explica lo que allí escribió. Y no tiene sentido especular sobre ello, porque precisamente Jesús lo escribió para que pudiera borrarse pronto. No quiso que aquello pasara a la posteridad. Escribió para aquella gente y en aquel momento. Para nadie más. Quiso objetivar algo en el suelo, quizá por delicadeza, para evitar la comunicación verbal directa.
La sensación es que Jesús no escribía porque vivía totalmente para el presente. Escribir es gastar tiempo presente, para que alguien más tarde pueda leerlo. Se lee un texto, decía Ricoeur, siempre como si el autor hubiese muerto, porque ya no está presente. Jesús se comunicaba así a sabiendas de que moriría y dejaría paso a la misión de sus discípulos.Y eso tiene que ver con su forma de comprender el tiempo, pero especialmente por su forma de comprender el pecado. Jesús no quiso afincarse en el pasado, precisamente porque vino a perdonar los pecados. Él quiso estar siempre presente. Quiso ser la parte del tiempo que se abre a la novedad del porvenir: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Jesús quiso ser la esperanza que redime el tiempo, su presencia ahora salva el pasado de pecado porque lo ordena a un nuevo porvenir. «Existe algo más verdadero, más esencial que la Historia, algo que irrumpe en la Historia para que la Historia no tenga la última palabra. Es el perdón. El tiempo de Dios. […] porque nos llega, no desde el pasado, sino de lo que todavía no es, de la fuente de nuestra sed, de lo aún por venir. Sólo desde el porvenir, desde lo que nos espera y esperamos más allá del tiempo, puede provenir el perdón» (José Mateos).