«No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos». Es una frase muy conocida que pronuncia el Principito. Lo grande fue oírla hace unos días en nuestro poblado, cuando los alumnos representaron la adaptación teatral de dicha obra.
Vivimos en un medio rural y pobre, pero es un lugar mágico donde cada día suceden muchas cosas de esas que no se ven bien sino con el corazón. La primera, la maravilla de que 371 chicos y chicas llenen cada mañana las aulas de nuestra escuela para formarse, aprender y estudiar. La segunda, la alegría con la que llegan, a pesar de tantas dificultades. La tercera, todas las cosas que pasan aquí por las tardes: fútbol, baloncesto, vóley mixto, coral, clase de música, catequesis, teatro en inglés, teatro en francés, biblioteca… ¡no paramos! Y los chicos tienen un horizonte y un espacio para soñar.
Fue increíble la tarde de teatro del otro día. Chavales de todos los cursos interpretaron la obra. Nos hicieron viajar por los distintos planetas y conocer a personajes como la rosa, el zorro, el hombre rico, el señor del tiempo… y, con ellos, comprendimos que el corazón humano, como se dice aquí, «es un poblado» lleno de los sentimientos más diversos, de las pasiones más intensas, de los deseos más increíbles… y capaz de la belleza más grande. Entre escenas unos declamaron poemas, otros interpretaron números cómicos, otros bailaron música tradicional y moderna, otros presentaron su último rap… Había muchísima gente, de las distintas obras de la misión, del poblado, ¡de todas partes! Y más de un niño, de tantos que no están escolarizados, volvió a casa y les dijo a sus padres que él también quería ir a la escuela para aprender tantas cosas bonitas.
Hace poco, una amiga me escribía diciéndome que la Pascua tiene algo, un no sé qué que la hace siempre distinta, siempre renovada, que nos hace sentirnos diferentes y que llena nuestro corazón de esperanza. Esperanza, esa hermana pequeña (la de la fe y la caridad) de la que hablaba Charles Péguy en su poema, pero que es la que hace que avance todo, la que «atravesará los mundos llenos de obstáculos» y «romperá las eternas tinieblas». Claro que, para disfrutar de esas pequeñas cosas hay que verlas con el corazón. Y con los ojos de la fe, para descubrir lo que decía san Francisco de Borja y que nos repetía siempre nuestra maestra de novicias: «No hay alegría más grande que la de gastar toda la vida en servicio de Jesús».